El comercio en Saltillo. 100 años de Alanís Alimentos

Usted está aquí

El comercio en Saltillo. 100 años de Alanís Alimentos

Según los griegos, las cosas suceden por una conjunción de circunstancias azarosas, por lo que su mitología personificaba el destino y la fortuna en la diosa Tyche, o Tique, quien regía la suerte o la prosperidad de una comunidad. Su equivalente en la mitología romana era la diosa “Fortuna”, nombre sinónimo de “suerte” y más conocido por la rueda de la fortuna de las ferias. Tanto la iconografía medieval hispanorromana como la griega, representaron a la diosa con la llamada “rueda de la fortuna”, especie de timón desplazado posteriormente por el atributo del cuerno de la abundancia. La casualidad ocupa un lugar importante en la vida de una persona, pero si se une a las virtudes del tesón y el esfuerzo sostenido puede transformar las circunstancias, fruto de la coincidencia en poderoso sustento de la estructura personal y familiar.

A principios del año de 1920 descarriló un tren en la Estación de los Bosques, cercana al entonces pequeño poblado de Ramos Arizpe, y entre la carga traía dos carros repletos de cerdos. En medio del incidente y sin poder hacer nada, el dueño decidió ofrecerlos en venta en el pueblo y fue a dar a la tienda de los hermanos Alanís. Originarios de El Cercado, Nuevo León, Benjamín, Fidelio, Francisco y Manuel Alanís Marroquín se habían establecido en la villa de Ramos Arizpe, donde abrieron una tienda de abarrotes. Ellos decidieron comprar los cerdos para hacer chorizo y chicharrón. Hasta aquí existe la casualidad en la coincidencia de dos sucesos: la tienda en el pueblo, el primer lugar al que se dirige un forastero para indagar cualquier cosa, y el descarrilamiento del tren con los cerdos, justamente en la estación cercana. Podemos suponer entonces, que tanto los hermanos Alanís Marroquín como los cerdos y su dueño fueron a Ramos Arizpe al encuentro de su destino.

A los dos hechos se une un tercero, que refuerza el principio aristotélico del “azar”. La casualidad sería el principio por el cual las cosas suceden y que quizás atrajo el tercer encuentro. Pocos días después de haber cerrado la compraventa de los cerditos, los hermanos Alanís recibieron la visita del alemán Nicolas Vourroson, quien les hizo el ofrecimiento de enseñarles a preparar jamones, con lo que se abrió el camino para convertirse en exitosos empresarios fabricantes de productos alimenticios.

Poco después, los Alanís adquieren una amplia casa en la calle de Zaragoza No. 137 en Saltillo, y en junio de 1920 solicitan al Ayuntamiento el permiso para establecer una empresa dedicada a la elaboración y empaque de jamón, tocino, salchicha y chorizo. Ese mismo mes, el gobierno estatal emite el decreto por el que los señores Alanís se comprometen a establecer la empacadora “con una inversión no menor de 30 mil pesos oro nacional”. La empresa inició formalmente el 29 de noviembre de 1920, y hoy, como hace 100 años, está en manos de otros cuatro hermanos, integrantes de la cuarta generación de la familia: Jorge, Francisco, Javier y Alfredo Alanís Verástegui, asesorados por su padre, Jorge Alanís Canales, quien junto a su papá, el muy estimado don Paco Alanís García de Alba, había proyectado el crecimiento de la empresa. Al fallecimiento de don Paco, en 2009, Jorge emprendió la transformación, construyó su propia planta en un parque industrial, cambió la firma a Alanís Alimentos. En estos años, se han incluido productos de carne de res, pavo y soya, se logró la certificación TIF y la norma internacional de exportación, el establecimiento de 1800 puntos de venta en Saltillo y otras ciudades, la distribución de productos en 32 estados, y desde 2019 la exportación a Estados Unidos.

En los Himnos Órficos se dice de Tique: “extraña melodía que algunos llaman destino y otros prefieren llamar casualidad”. En la realidad, circunstancia inútil si no se le añade la cadencia del esfuerzo, el tesón y el trabajo que distingue a la familia Alanís.