El cuerpo amado se medica

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El cuerpo amado se medica

Visiones nocturnas: las cápsulas de anestésicos para evitar los espasmos se acumulan en las almohadas del sueño, son tan altas que es imposible dormir.  Las cajas de medicamentos forman caminos que se pierden en la luz de la lámpara de noche de la calle más lejana.

Como en el país de las maravillas, pero con la claridad de las sustancias: abrir envoltorios, separar pastillas, colocarlas en pastilleros donde dice “desayuno”, “comida” y “cena”. Cocteles que sedan y llevan a ese cuerpo por los senderos donde los fantasmas todavía no han muerto: mujeres con el pelo cano dan mensajes sobre la salud del agua.

Discursos que navegan y de los que se extraen imágenes: cabritos en hileras que deben ser cuidados.

Aparecen nogales inmensos en el mundo empastillado. Y la figura de su padre apaleando para liberar nueces. Mira desde otro tiempo.  Entender que cada comprimido tiene una función distinta para ese cuerpo que ha resistido más de 12 intervenciones quirúrgicas.

Y lo que haces es sacar a ese cuerpo de un sitio para meterlo en otro, y para que el cambio sea menos duro, le plantas rosaledas en el jardín, le aplanas entradas y salidas con desniveles suaves. Pero no es su casa y allí no existe el sonido de los objetos que ha visto por más de 40 años.

Quieres que vuelva la mirada al tiempo que más le ha hecho bien, así que le colocas flores de plúmbago en la charola del desayuno, le distraes hablando del aguacatal, del ciruelo, del manzano. Y sus manos toman flores de lavanda y se ponen a recordar con el cuerpo de infancia adentro del cuerpo adulto.

¿Qué sería si ese cuerpo estuviera en un cuarto sin la fuerza gravitatoria? Vuelves a esa idea. Seguro evitaría alguna caída, incluso si ese cuerpo desfalleciera perdido entre las ingestiones químicas recetadas.

Y vuelas junto con ese cuerpo, en un espacio sin gravedad. Allí te quedas.

claudiadesierto@gmail.com