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El debate inútil

Se suponía que adoptar una postura salomónica nos ahorraría disgustos, conflictos y pleitos innecesarios, ya que el sabio epónimo de esta filosofía es paradigma de mesura.

Sin embargo, alejarnos de radicalismos posicionándonos en el justo medio, no nos garantiza quedar bien con las partes antagónicas, sino que parece que nos pone en pugna con los unos y con los otros.

Mejor me explico o se me va a distraer (estoy a un video de Thalía de perderlo):

En el asunto de los toros admito que me gustan mucho pero en hamburguesa y, como buen norteño, sobre cualquier brasa de carbón humeante como pretexto para destapar cervezas en serie.

Pero como espectáculo ya es otra cosa. Me parece, sin entrar en detalles, extravagante y decadente.

Así que, ni pretendo salvar a cada criatura de este planeta de la insaciable depredación humana, como tampoco me parece chévere, chido o buena onda hacer de la muerte un espectáculo.

Si soy un ser “a medio evolucionar” (o si ya me cargó la involución involuntaria), eso decídalo usted. De todas formas lo que usted piense o considere no va a mover un dieciseisavo de pulgada de mecate mi postura actual, en ninguna dirección.

Estoy justo en el medio de un debate ético muy encendido entre los veganos (quienes más allá de vigilar su dieta, sostienen una cruzada moral por los derechos animales y la ecología en general) y los taurómacos (reaccionarios que se asumen dueños indiscutibles de “La Creación”, a los que se debe alimentar, vestir y divertir a costa de las demás especies).

Y en el medio estoy yo. ¡Gracias, querido público!

¡Qué quiere! Soy un simple mortal: me gustan los tacos, el puchero y la birria, pero tampoco voy a darle la categoría de artista al matarife que me surte los productos cárnicos y estoy seguro de que Avelina Lésper me apoya.

Cuando en el sexenio pasado se abolieron en Coahuila las corridas de toros, los animalistas y veganos se alborozaron mientras que los taurinos plañían y se echaban ceniza en la cabeza porque “su fiesta” había sido cancelada.

Insisto: los ambientalistas lo consideraron en su momento un triunfo para su causa y yo les dije “sí, pero no”.

¿Y por qué no?

Porque la decisión fue tomada por el entonces gobernador, el “caemebién” de Rubén Moreira, como se tomaron todas las decisiones en su gestión, es decir, desde el autoritarismo.

Las corridas de toros se prohibieron por una venganza política en contra del empresario (hoy senador electo por Morena) Armando Guadiana, aficionado, empresario y ganadero para mayores señas.

Y tales eran las ganas de nuestro enano gobernador de fastidiar al bigotudo ricachón, que promovió esa ley “al vaports”, misma que no era sino sus puras ganas de chingar (para sorpresa de nadie, el lambiscón Congreso le aprobó todo ipso facto).

Yo sólo les hice ver entonces a los amigos animalistas (llamarle “amigo” a un animalista como que es meterse un autogol, ¿no?), que estaba muy bien su causa y todo eso, pero que si esa decisión se aprobaba, se estaba aprobando con ella la autocracia del dictador Moreira II y el autoritarismo del régimen, lo que a la larga, como sociedad, siempre pagamos más caro. 

No basta con hacer algo bueno, dijimos, hay que hacerlo además por las razones correctas.

Hoy que el morenismo está ya con un glúteo sobre el trono, esperando tan sólo a que llegue el primero de diciembre para posar debidamente el otro, no falta quien esté desempolvando viejas facturas para saldar rencillas de antaño, entre ellas la supresión de la actividad taurófila, taurómaca y tauróloca.

Se habla ya de restaurar esa “fiesta noble y arraigada tradición coahuilense”, esgrimiendo, además de improbables argumentos culturales, la importancia (¿?) económica que esta actividad reviste para la región.

Obviamente don Baldomero… es decir, el señor Guadiana, arropado por su senaduría aun sin estrenar y el manto amloista, impulsa el regreso de la fiesta de los toros, lo que –también obviamente– ya tiene a esos veganos, ambientalistas hijos de PETA, en pie de guerra apache.

Y aquí, su columnista rockstar, como ya le decía en un inicio –mero en medio–, hecho un pelmazo porque no acaba de decantarse con melón ni con sandía, ya que aunque sí deseo un trato más ético para los animales, me preocupa más revertir los estragos del autoritario moreirato. Pero tampoco quiero que ahora, por un nuevo autoritarismo chairo-morenista, se nos imponga el regreso de una actividad incompatible con los tiempos actuales.

Si es el deseo de los coahuilenses la supresión definitiva de los toros (o su continuación), que para variar nuestros representantes escuchen y hagan valer nuestra opinión.

Por último, necesito hacer patente una tercera opinión que, al igual que yo, no está hecha hacia ningún lado de este debate inútil.

Señor Guadiana, señores legisladores y demás funcionarios a tomar protesta próximamente: Los agravios, atropellos, abusos, injusticias y crímenes cometidos contra Coahuila y contra los coahuilenses son tantos y tan graves que el tema de los toros es el menos prioritario.

Megadeuda, malversación del erario, catástrofes ambientales, desapariciones y hasta el genocidio pesan sobre nuestro estado. Esos son los temas prioritarios en nuestra agenda.

Distraernos con que si “toros sí” o que si “toros no”, sólo desvía la endeble y dispersa atención pública de los asuntos que reclaman justicia, solapando así al viejo y rancio régimen.

Arriésguense también a caerle mal a taurómacos y antitaurinos, colocándose en medio de esa discusión bizantina y sin fin, atendiendo mejor lo que es realmente importante. 

petatiux@hotmail.com 
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