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‘El Destripador’ ayer y hoy
El misterio más emblemático de la Era Victoriana es probablemente la identidad del asesino serial conocido como Jack “The Ripper” o Jack “El Destripador”. Se le atribuyen al menos cinco homicidios, de un total de once perpetrados en sus dominios durante aquel periodo infame, conocidos como los Crímenes de Whitechappel.
Las constantes de estos crímenes (el macabro sello de la casa), las conoce casi cualquiera: las víctimas eran mujeres, prostitutas cuyos cuerpos fueron horriblemente intervenidos por una mano que se presume versada en menesteres quirúrgicos.
Aunque “El Destripador” no es ni por asomo el primer asesino serial, sí fue el primero en recibir atención y cobertura mediática internacional. Sin embargo, el episodio nos ilustra la histórica vulnerabilidad de las mujeres cuando alguna bestia de dos patas pierde cualquier atisbo de escrúpulo y sale a buscar presas.
Aunque el caso de Jack despertó la indignación pública y un reclamo popular a las autoridades, las mujeres estaban desamparadas como nunca. Ni siquiera tenían la posibilidad de expresar solidaridad o de compartir información rotulada con algún hashtag unificador.
Sin embargo, pese a las enardecidas reacciones que provoca cada asesinato con agravante de género o “feminicidio”, pese a las marchas y a los pronunciamientos virales, mucho me temo que las mujeres son tan susceptibles al ataque de un depredador ahora como entonces. Y también, ahora, como entonces, sería un error culpar a las víctimas de provocar o incitar a sus atacantes por su conducta, apariencia, hábitos, actitudes, etcétera.
Aquel que afirme que eso es lo que se saca una mujer por salir de noche, por beber, por tener amigos, por ejercer su sexualidad como le parezca, por ser lesbiana, por ser prostituta o por vestirse de tal o cual manera, es un cretino (o cretina), ya sea que haya vivido en los albores de 1900 o en el presente siglo.
Trataré de ser cuidadoso y claro para decir lo siguiente, ya que no quiero pasar el resto del mes discutiendo con el feminismo radicalizado:
Mucho me temo que la violencia contra la mujer se continuará perpetrando, ya que animales como “El Destripador” o como el presunto homicida de Cabify son fenómenos que ni siquiera llega a comprender a cabalidad la ciencia hoy en día.
Me refiero a que no hay manera de anticipar dónde surgirá el siguiente monstruo, ya sea asesino casual o multihomicida.
Sé que es odioso y en absoluto impopular decirle a las mujeres que tienen que aplicar el sentido común y cuidarse en la proporción de sus necesidades.
Es decir: todos, absolutamente todos, hombres y mujeres, somos propensos a llevarnos alguna sorpresa desagradable, digamos, de la vida nocturna. Obviamente, cuando nos quieren someter a la fuerza, no es lo mismo pesar 90 kilos y saber pelear que pesar la mitad y ser un inepto en defensa personal. No obstante, cuando las armas entran en escena difícilmente hay táctica que empareje la situación.
De allí lo que afirmo: todos tenemos que tomar precauciones de acuerdo a nuestra condición. Quizás yo pueda visitar alguna cantina céntrica a la media noche con buenas posibilidades (nunca garantía) de resultar indemne, pero de ninguna manera me aventuraría a entrar a esas mismas horas en el barrio de la pandilla “Los Gavilanes”, por decir algo.
Que no deberíamos tener restricciones; de acuerdo. Que en un Estado de derecho ideal no tendríamos miedo de adentrarnos en ningún lugar; no lo discuto. Pero lo dicho, eso sería en un estado ideal.
Ojo, otra vez: no estoy diciendo que ninguna víctima tenga la culpa del daño que otro le propine. Estoy diciendo que ciertos individuos son más vulnerables y que por ende deben redoblar sus medidas precautorias, sean éstas las que estimen pertinentes: nunca andar solo, reportar frecuentemente su ubicación, ¡qué sé yo¡
¿Le parece odiosa la idea? ¡Bienvenido (bienvenida) a mi mundo! A mí me encanta tener la puerta de mi casa abierta y en las noches de calor me gustaría dejarla así. Pero, ¿sabe qué? No puedo. No debo. No es prudente. No está esta posibilidad dentro de mi realidad. Por más marchas que organice, los depredadores seguirán existiendo.
Ahora bien: ¿que las mujeres son adicionalmente blanco de acoso, violencia, ataques sexuales y asesinatos? ¡Sin duda¡ Y nunca, nunca jamás en mi vida sabré lo que significa experimentar esta zozobra constante. Lo reconozco de la manera más humilde.
Sin embargo, ello no me imposibilita a solidarizarme o a opinar al respecto (aunque me llegase a equivocar). Restringirme dicho derecho sería en verdad una aberración sexista.
¿Y qué hacer para sacar a las mujeres de la precaria posición en la que se encuentran en función del mero hecho de ser mujeres?
Sin duda que educar. No gritonear. Educar en el respeto sin caer en la tentación de convertirlo en una batalla de los sexos.
Y si alguien no entiende de igualdad o no comparte su opinión, déjelo por la paz, ya evolucionará en la siguiente reencarnación, de igual forma, aunque sea un reaccionario, no tiene ningún derecho a lesionar, ni a acosar, ni a violentar a nadie.
Pero buscar un enemigo en el autor de esta columna, si acaso sus opiniones hoy expresadas pecan de elementales; o en el periodista aquel que intentó integrarse a una marcha, pero fue expulsado porque era “women only” (y luego dicen que no existen las “feminazis”) o buscar el cese del locutor que en una mala mañana expresó una idea de manera desafortunada… pues estarían en todo su derecho, pero difícilmente contribuirá a la causa feminista.
Exigir, en cambio, a la autoridad investigaciones científicas e impartición efectiva de justicia en cada caso, siempre es mejor, así como cuidarnos (como mejor nos dicte el discernimiento) porque desgraciadamente éste es un mundo peligroso.
Porque no es que al “Destripador” le falte educación o un cambio en sus paradigmas machistas heteropatriarcales. Hablamos de psicópatas, completamente ajenos a la lucha por la equidad que tantos –y me sumo– anhelamos.
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