El día en que me hicieron enojar

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El día en que me hicieron enojar

Podría decir que en general me gusta mi trabajo.

Si acaso miento madres una o dos veces al año.

Pero sí, me gusta.

Lo juro.

Una de esas veces en que eché madres fue el día que a mis jefes se los ocurrió que recorriera yo las principales ciudades del Estado llevando una banda presidencial sin escudo.

Un trapo verde, blanco y rojo que mandé hacer con una costurera del barrio.

Era la víspera de unas elecciones, no recuerdo cuáles.

Y la idea era que yo le pidiera a la gente, gente de a pie, del pueblo, que se pusiera esa banda y dijera delante de una cámara de video, qué haría si fuera gobernador de Coahuila.

Para empezar los gobernadores no usan banda, porque como su nombre lo dice, es una banda pre–si–den-cial.

Pero en fin.

Pos nada, qué cree que nadie se quería poner la mentada banda.

Pero nadie.

No sabe qué coraje.

Que frustración.

Que impotencia.

Qué angustia.

“No, es que yo soy muy zacatón pa esas cosas”, “ni madres, yo no me pongo esa chingadera”, “me da pena”, “váyanse a la chingada”, fueron algunas de las respuestas que recibí de la gente que abordé en calles y plazas pa pedirles, rogarles, suplicarles encarecidamente que se metieran en el cuerpo la tela aquella.

Ya se imaginará que andaba yo que me llevaba patas de cabra.

Y con los nervios de punta.

Pero, ¿cómo iba a volver con las manos vacías al periódico?

Nunca.

Qué esperanzas.

Seguí y seguí y seguí insistiendo y nada.

Me acabé el santoral a puras plegarias.

Nada.

Hasta que por fin encontré en algunos pueblos almas caritativas, buenas almas, que se invistieron con la falsa banda, más a wevo que por voluntad propia, y hablaron


Ya sabrá.

Que si fueran el Gobernador ellos arreglarían las calles, solucionarían el problema del agua, el del transporte, que los niños, que las escuelas, que el empleo, que las madres solteras, que el campo, que los ancianos, que los políticos rateros, que los pinches policías abusadores, que “deja tú
 las criaturas”, que la manga.

Ni sabe los malabares que tuve que hacer pa que a la gente se le soltara la lengua.

Y menté madres en voz baja, acá para mi fuero interno.

Seguí recorriendo y recorriendo pueblos y pueblos.

Y mentando madres y madres.

Pa’ cuando acordé, me di cuenta de que ya tenía algo de material pa armar una crónica decente y respiré.    

Aaaah, respiré.

Misión cumplida, dije.

De vuelta al periódico me dieron ganas de coger la maldita banda y pisotearla, escupirla, quemarla, desgarrarla, limpiarme con ella.
Pero finalmente me calmé, reflexioné, me tranquilicé.

Tranquilo, Peñita.

Y decidí que guardaría la banda aquella como un trofeo. Como un recuerdo del día en que menté madres y madres y madres.

Jesús Peña
SALTILLO de a pie