El Grito y la ‘patria querida’

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El Grito y la ‘patria querida’

El Grito tiene su raigambre en la fe. Lo lanza un sacerdote de Cristo sensible a las necesidades populares y promotor de obras de elevación humana. El estandarte es una imagen de María de Guadalupe. Se grita contra el monarca español, contra el mal gobierno, contra la dominación y en favor de la libertad.

El movimiento hacia la independencia se convierte en multitud rebelde y combativa. Vienen después los cauces de las escaramuzas y las batallas, las alianzas y las traiciones.

Es la aspiración de una nación que va naciendo al romper el cordón umbilical y anhelando su vida autónoma. Es apenas un sueño de vida plena, de cadenas rotas, de libertades conquistadas. Se sueña en humanización y justicia para todos. Adivina el pueblo sus derechos a autodeterminarse y autogobernarse, sin dependencias transoceánicas. Se quiere tender el puente, de lo que era Nueva España a la próxima novedad de un México mestizo, nuevo y ansioso de hacer su propia historia.

Y hubo ecos de ese Grito en la Revolución y en la Reforma y después de muchos años de estridencias, se levanta de nuevo encendiendo la esperanza. Cada 15 de septiembre vuelve a resonar el Grito que, junto a la lucha por no depender, suma los nombres de los que han dado su vida en ese empeño. Ahora apunta también la insurgencia contra los colonialismos internos, apoyados en corrupciones e impunidades que se hicieron hereditarias.

En la hondura de conciencia de cada mexicano y cada mexicana está ese ideal, ese sueño, ese común denominador de querer una nación que sea, en verdad, una patria digna, sana y victoriosa. Sin barreras absurdas de división y encono, sin sectarismos ni exclusiones sino levantando todos la misma bandera de fe, independencia y unidad. En la libertad de diálogo para contrastar los “cómos”, pero sosteniendo el mismo “qué”, y los mismos “por qué y “para qué”.

Más que la crítica, lo valioso es la autocrítica valiente y sincera de quienes van logrando escucharse y entenderse y comprenderse hasta no quedarse en lamentaciones y acusaciones recíprocas, sino llegar al sabio nivel de reconocer, aprender, corregir y superarse. Cada ciudadano va descubriendo su lucha hacia dentro de su propia persona y conciencia, para descubrir sus propias ataduras y lograr la libertad interior de egoísmos, codicias y hedonismos.

El Grito de cada año va también resonando en las hondas cavidades del espíritu para activar una pedagogía de la comprensión. El desafío es no quedarse en actitud dogmática sin autoridad divina, ni en actitud polémica que siempre ve en el adversario a un enemigo, ni en actitud dilemática que solo conoce el blanco o negro, sin captar los matices policromados de la diversa pluralidad, ni en actitud apologética, que siempre se está defendiendo aunque nadie lo ataque. El reto es alcanzar la actitud dialógica que ama la verdad y sabe afirmar y escuchar, reconocer aciertos ajenos y errores propios, y rectificar y completar.

Se grita: ¡Viva México! a todo pulmón con grito lanzado hacia fuera a todos los horizontes. Es follaje precioso del que se pueden colgar frutos. Pero, al mismo tiempo, el Grito ha de tener raíces. Ha de dirigirse hacia dentro de la mente y del corazón para descubrir cadenas que no se han roto.

Seguirá resonando ese Grito de la conciencia nacional que se inició en Dolores y tiene largo rastro de sangre generosa. Hasta que algún día ya no se diga: ¡Viva México! Sino ¡Vive México! Ya vive, ya le hemos dado vida a ese México que es “la patria querida que, en el cielo, su eterno destino, por el dedo de Dios se escribió”...