El jardín inexistente

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El jardín inexistente

El inconsciente no es algo malo por naturaleza, es también fuente de bienestar. No sólo oscuridad sino también luz, no sólo bestial y demoníaca, sino también espiritual y divina”.
Carl Gustav Jung

El patio trasero de mi casa era un desastre. Mierda de perros cubría una gran parte. Sus formas ovoides empezaban a quemar el pasto, o lo que quedaba de él. Ladridos de dos que buscaban atención se multiplicaban por las noches. Y si bien, finalmente me ajustaba a los lineamientos ambientales locales (dos mascotas por casa habitación, pues pude regresar otro perro a su depositario inicial), en realidad la atención de mi parte era poca. Era parte de algo que no funcionaba bien. O se mantenía el desorden de meses en este tema, que era como mantener el inconsciente afuera, sin atenderle, o me aventaba a modificar esa realidad que yo misma había generado.

Busqué en redes sociales a quien pudiera cuidar a los dos perros. Por fortuna apareció una familia con niños que recibió la aceptación perruna. Se fueron de casa una tarde de lluvia. Los llevé en mi regazo hasta el patio de cerámica en el que estarían. Una de las características que le había gustado al padre de familia, era precisamente lo ruidosos que eran, para que pudieran -eso pienso- además de jugar con sus hijos, cuidar de su casa, en otra latitud de la ciudad.

Regresé a ver la devastación. De aquel jardín con romero, albahaca y yerbas de olor para la cocina, no quedaba nada. Era una isla de polvo apisonado y pelaje de perro.

Tan pronto pude, limpié el patio. Comencé a quitar la mierda que estaba alojada en todos los orificios posibles. A esas alturas, el color de las paredes en ese patio tenía cuatro tonos, todos discordantes.

Había qué limpiar todo eso. Comencé por plantar un naranjo y tres rosales en miniatura. Y también, a cambiar el color en las paredes. Algo en mi comenzó a sonreír. 

Es fácil, pensaba, identificarse con la imagen positiva que a uno le gusta fabricar, sobre todo porque deseamos en lo profundo, como decía Michel Foucault, llevar una vida que sea admirada y respetada por el resto. 

Lo difícil es aceptar y dialogar con las sombras de nuestro desdén, de nuestra desatención y de nuestra falta de compasión, por citar algunos escenarios posibles.

Así, el blanco se fue apoderando de la casa. 

Era regresar a esas imágenes de infancia, en los pueblos encalados con jardines plenos de árboles frutales y rosaledas. Y más, era volver a ese pueblo de Asilah, en el que la pared es pureza o lienzo. Aquí el blanco es el fondo con el que resaltan flores de lavanda y brazos vegetales. Ya solo me falta el mar. 

claudiadesiertogmail.com