El mal de la bala de plata

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El mal de la bala de plata

Probablemente sea naturaleza humana o que en países como el nuestro seamos más propensos a creer en soluciones mágicas o hasta divinas. Si se hiciera una encuesta representativa en todos los países del mundo acerca de si los ciudadanos de cada país creen en los milagros, me parece que los resultados para México pudieran estar en la parte superior de la lista de naciones que más creen en los milagros. Confieso que no tengo estudios ni datos duros acerca de esta aseveración, pero me parece que los mexicanos tendemos a confiar más que muchos otros países en que “alguien” real, divino o imaginario (desde la virgen de Guadalupe hasta el Chapulín Colorado, el Santo enmascarado, el cacique local, el mago Frank o presidente en turno) llegará a poner las cosas en orden. Y así, hemos navegado por décadas (si no es que por siglos) buscando las señales divinas hasta donde no las hay, creyendo ciegamente que ciertos personajes –de carne y hueso o míticos– ahora sí nos sacarán del hoyo. Le damos la espalda a lo práctico mientras abrimos mente y corazón a soluciones mágicas. Y no está mal acompañar algo de esfuerzo y pragmatismo con otro poco de fe y esperanza, de la marca que sea, pero no podemos dejar todo a esto último. Tenemos que autoayudarnos también.

Se dice que hay referencias a las “balas de plata” desde el siglo 17 e incluso hay referencias a “lanzas de plata” de siglos antes. En 1816, sir Walter Scott escribía que con una bala de plata se podría vencer a ese malvado ser supernatural. Más adelante en el siglo 19, la leyenda decía que solamente una bala de plata podría matar a un hombre lobo (si se topan con un vampiro no se confundan y vayan a usar una bala de plata, a esos se les mata con una estaca de madera). Fue en 1906 cuando el científico alemán Paul Ehrlich habló de Zauberkugel, refiriéndose a una bala mágica o bala de plata en el contexto de tratamientos médicos. Poco a poco tomó fuerza el uso del término “bala de plata” para referirse a una solución milagrosa, única, inigualable, infalible y a la vez simple a problemas reales de las personas y los países. Una varita mágica.

En estos tiempos de cambios e incertidumbre, cuando los ciudadanos se sienten indefensos o frágiles, sedientos de una nueva medicina, es que retoman fuerza las voces de aquellos que promueven soluciones mágicas a problemas complejos (confieso que recientemente me compré un bote de un gel llamado marihuanol por 50 pesos en Oaxaca), al tiempo que aumentan las filas de quienes están dispuestos a gastar su capital (político o económico), su voto y su inteligencia en pócimas milagrosas que garantizan resultados nunca antes vistos de manera inmediata. Hace años, en este mismo espacio, comentaba acerca de un libro de Malcolm Gladwell (“The Tipping Point”; El Punto Clave, en español) en el que se hablaba de cómo acciones o cambios pequeños, pero constantes, tienen el potencial de lograr cambios radicales al paso del tiempo. Este cambio gradual y sostenido no sigue la idea de una bala de plata que mágicamente acabe con el problema, sino en una persistencia que permita, poco a poco, generar las condiciones que pongan al alcance acabar con el problema.

De pronto nos daríamos cuenta que hemos estado enfermos del síndrome de la bala de plata. Todo lo queremos fácil y rápido. Así sea quitarle ceros a la moneda, firmar un (o docenas) tratado comercial, sacar al partido más corrupto de la historia del poder (dos veces), construir o cancelar un aeropuerto, hacer o no un tren, meter a la cárcel o solapar a un par de peces gordos, acabar con la violencia con puro rollo. Todas estas acciones son prueba fidedigna de que lo nuestro son las soluciones milagrosas. Nos describe como un país flojo e iluso, en general, con gobiernos ineptos, alquimistas, vendedores de milagros, en particular.

Es momento de exigir y exigirnos menos balas de plata y mucha más “talacha”. Cambios pequeños, pero constantes. De lo simple hasta lo complejo.

@josedenigris

josedenigris@yahoo.com