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Ilustración: Esmirna Barrera

Alfonso Aguiló en su libro “La llamada de Dios” refiere la siguiente historia del singular escritor Maksim Gorki: “un pensador ruso que pasaba por una etapa de cierta crisis interior decidió ir a descansar unos días a un monasterio. Allí le asignaron una habitación que tenía en la puerta un pequeño letrero en el que estaba escrito su nombre. Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió dar un paseo por el imponente claustro. A su vuelta, se encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de cada dormitorio. 

Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche dando vueltas por el enorme y oscuro corredor. Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la cual había pasado tantas veces, sin reconocerla”.

‘SEMICHUPADOS’

Bastante razón tiene Gorki, particularmente si su comentario lo contextualizamos bajo la experiencia de la presente cuarentena que nos ha obligado a reflexionar sobre la frenética y alocada carrera que nos habíamos inventado para hacernos creer que el bienestar se mide según la cantidad de bienes materiales que se poseen, o que somos más personas por tener mayores comodidades, alejándonos de la puerta que realmente guarda la paz.

Ya nos dimos cuenta: en ocasiones, por buscar oropeles, olvidamos escudriñar en lo ancho y hondo de nuestra propia profundidad para descubrir la magia resguardada en todo corazón humano, esa que intuye que la vida es una aventura que se gana al nacer.

Singular tragedia la nuestra: pasar repetidamente por el frente de la puerta que conduce al camino al que estamos llamados recorrer, pero, por ausencia de luz interior y abundancia de la oscuridad exterior, pasa desapercibida. Ignorada. Evadida.

Efectivamente, hoy podemos darnos cuenta que deambulamos por la existencia  “semichupados”, agotados y aburridos, y mucho por desconocer esa particular vocación a la que todos los días nos convoca la  vida, esa misma que esta atrás de esa puerta que lleva nuestro nombre y apellido desde que nacemos;  todo ello, por desconocer que “Dios no habla, pero todo habla de Dios”. Todo por obviar la senda dorada, esa que conduce a la consumación personal.

Tal vez, este descuido se debe a la falta de inteligencia o a la flaqueza del corazón, o a la ausencia del coraje necesario para desafiar al mundo para ser lo que cada persona estamos convocados a ser.

El caso es que, como en la historia de Gorki, en muchas ocasiones evadimos la puerta que podría conducirnos a la morada de nuestras personalísimas almas para asombrarnos de la presencia divina y las maravillas de la existencia, aun cuando el sufrimiento arriba y pretende desanimar.

Lamentablemente, infinidad de veces, pasamos frías noches en soledad y angustia, irónicamente delante de la puerta de salvación que no vemos por ausencia de resplandor y claridad; o, tal vez, por andar medio adormilados o sonámbulos; o quizás, por caminar con unas gafas oscuras y extrañas que limitan la visión para revelar la proximidad del calor de nuestra personal morada. Así, la vida “nos” transcurre. Nos abruma y gana, nos hace frágiles. Prisioneros.

EL MAGO DE OZ

Los cineastas recurren a metáforas para contar historias y sus favoritas se relacionan con viajes, expediciones y aventuras; con todas aquellas posibilidades que impliquen situaciones en las cuales sus personajes se expongan a la investigación de sus razones de ser, que conlleven reflexiones sobre sus existencias, o los pongan a prueba con experiencias y vivencias que, a la postre, terminen estimulándolos a realizar cambios significativos en sus vidas. De estas metáforas emanan enseñanzas, moralejas y ejemplos a seguir.

En este sentido, los personajes, a lo largo de la película “viajan”, en sueños o mediante la imaginación, para sumergir al espectador en la trama de la historia, como es el caso de la película clásica “El Mago de Oz” que está repleta de simbolismos y mensajes.

EL COMIENZO

Todo inicia cuando la protagonista principal, Dorothy, una pequeña de escasos 12 años que vive en una granja en Kansas, empieza a soñar con la posibilidad de vivir en un lugar mejor: “Somewhere Over The Rainbow”.

En un momento determinado y después de haber padecido un contratiempo con su perrito Toto  –que representa la intuición–,  decide huir de casa, para luego arrepentirse;  pero sucede que Dorothy se golpea la cabeza  y entonces, repentinamente, surge un tornado que provoca que ella y Toto sean transportados a un país mágico, extraño y distante.

Dorothy no sabe cómo volver a casa, pero la trama la conduce al encuentro de una “hada buena” que le anuncia que solamente  un mítico personaje, el “Mago de Oz”, sabe el camino para que ella regrese a casa. Pero el hechicero se encuentra en un lugar remoto que solamente se llega librando retos y miedos.

Entonces, para ir a casa, la pequeña tendrá que emprender una inimaginable travesía, inclusive tendrá que enfrentarse a una malvada bruja; pero a Dorothy eso no le importa, pues desea, con todo su corazón, regresar a su casa. Retornar al lugar que ella misma había renegado… a su propio corazón.

LOS PERSONAJES

En el camino la pequeña  se encuentra con tres personajes cuya característica principal es que a cada uno de ellos carece de algo en la vida, razón por la cual no eran felices: uno de ellos era un espantapájaros relleno de paja que anhela ser inteligente para demostrar que era más que un simple objeto sin importancia; otro era un hombre de hojalata, totalmente “descorazonado”, que deseaba poseer un cálido corazón para sentir y disfrutar la vida; y el último era un gran león cobarde, que solamente ansiaba el coraje para dejar de tener miedo a los sucesos de la vida.

LO QUE YA TENÍAN

Finalmente, los personajes vencen a la temida bruja. Luego descubren que el legendario mago era un personaje ficticio. Pero hay algo más: El mago estaba dentro de cada uno de ellos.

Efectivamente, lo interesante reside en que cada personaje descubre que lo tan anhelado se encontraba dentro de ellos mismos: en su propio ser. En su alma. Realidad que descubren gracias al amor y comprensión que durante el viaje compartieron.

Así, Dorothy encuentra que lo mejor que siempre había tenido eran los suyos, su hogar; ella aprende que en familia se ama no por méritos personales, sino simplemente porque se es familia.

Una de las moralejas de la película es evidente: hay que tener el valor para darse cuenta que cada uno tiene, frente a sus propios ojos, la puerta que lo conducirá a descubrir una versión superior de sí mismo, que lo llevará a encontrar lo que creía no tener.

ABRAZO TOTAL

Una buena tarea que podríamos hacer durante este “encierro” es  tratar de aprender del león para tener el coraje y la voluntad para así formar -como el espantapájaros-, una inteligencia dirigida -como el hombre hojalata-  desde el corazón,  para así encontrar el camino, sin olvidar la bondad y la paciencia.

Estos tiempos son propicios para abrir, de par en par, la puerta de nuestra humanidad para que sirva de refugio y hospitalidad a otras personas. 

Entonces, para no pasar la vida dando vueltas por un enorme y oscuro corredor, sería encontrar, como Dorothy, la luz, descubriendo nuestro propio mago de Oz, abriendo la puerta que conduce al camino dorado, a la revelación de uno mismo; sabiendo que somos indigentes de amor y que, aún sin saberlo, ansiamos el inconmensurable abrazo de Dios, porque, finalmente, en Él reside el más pleno de los hogares.  

Ahora, tal vez ya hemos aprendido, como le sucedió a Dorothy, que no hay mejor sitio en el mundo que nuestro propio hogar.

cgutierrez@tec.mx

Programa Emprendedor

Tec de Monterrey Campus Saltillo