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El ocio en la naturaleza
Las vacas en sus sonidos a las 5 de la mañana. Gallos y su despertador natural. Al bajar al desayuno, un frondoso pino cubre una mesa y sillas de madera, el sitio perfecto para desayunar junto al viento fresco de la sierra que mece las ramas. Sin embargo, voy camino a la cocina, prefiero charlar con los cocineros y con la gente cercana del hotel, en el ejido Chapultepec.
Desayunamos un asado de puerco y un café de olla con tortillas de maíz. En la charla dicen que los turistas vienen buscando el queso de chiva, el tesoro culinario del lugar, que no siempre se produce y que los pone en aprietos para poder abastecer los pedidos de los visitantes. También hay té Huitzilin (con el nombre del hotel), y dice Roberto, con una sonrisa, que esta infusión da vigor sexual y ayuda a las mujeres del lugar que no pueden tener hijos.
Me lleva al patio donde un sencillo y florido jardín incluye árboles frutales. A un lado de la capilla, arriba de una lámpara, un colibrí hizo su nido. Esa es la maravilla. Es una hembra tranquila que permite acercar el rostro lo suficiente para ver los pequeños picos de sus crías.
La quietud de la mañana nos regala el trayecto de una golondrina en su afanosa selección de ramas que conformarán su nido.
Este hotel campirano es una parada que prefieren algunos ciclistas o caminantes de la montaña. Por la noche se reúnen frente a la chimenea, preguntan por rutas o comparten sus miradas sobre la fauna que han observado. Allí también charlan con los lugareños que llegan atraídos por miradas extranjeras.
Caminar por este ejido también permite conocer la biodiversidad de la Sierra de Arteaga, esta otra forma de nombrar a la Sierra Madre Oriental. En este lugar es posible llegar al restaurante que se encuentra al lado de la carretera y probar los licores de manzana y los caldos de gallina y de res, o bien, los desayunos de huevos de granja. Si tienes suerte y es momento, será posible el aguamiel que extraen de los magueyes, entre otras delicias.
También encontrarás, por un bajo costo, un lugar para acampar en una zona que los ejidatarios destinaron para los visitantes, que está cubierta de pinos y vegetación de transición.
A estos lugares viene uno a caminar o simplemente a mirar desde lo alto de las elevaciones, cómo la vida pasa y las familias abajo, hacen sus festejos de fin de semana que incluyen el sonido de la cumbia, o los nombres de los personajes de la lotería y las tapas metálicas con las que cubren las tablas hasta decir “¡buenas!”.
De aquí salen rutas hacia lugares lejanos. Roberto recomendó El salto, un lugar con una cascada de colores celestes de absoluta belleza, al que llegamos luego de 2 horas y media de camino de asfalto y terracería. Allí conocí a Dolores con su casa de adobe y un jardín de malvarrosas y ajocebollas, de las que me dio semillas. Allí, su hija disfrutaba de la tarde, sin celular alguno entre sus manos, cuidando el sembradío de chiles que acababan de prender, para protegerlas de las gallinas que había sacado a pasear y a comer. Su mirada se dividía entre las gallinas, las plantas y el cielo del que caían gotas gordas y espaciadas.
Caminar allí, entre su jardín y sus nogales, luego de zambullirse en el agua helada plena de minerales, fue, como dice Herman Hesse, una de las pequeñas alegrías de la vida.