El País extraviado

Usted está aquí

El País extraviado

“Usted me presiona para que le hable de ese país que fue el nuestro y que ya no es de nadie…”, escribía Emilio Cioran a un amigo, refiriéndose, por supuesto a Rumanía, que él abandonó y donde permanece el  otro. Frase que se aplica sin reservas a México.

La lectura de los mejores periodistas, el seguimiento de las declaraciones de expertos, los comentarios que escucho y la lectura de libros que intentan ponernos al día sobre la situación del País, tiene una conclusión invariable: México no tiene rumbo. Basta con sentarse frente a la televisión una hora o leer un diario para sentirse descorazonado. Un paseo por los hechos nos dice dónde estamos.    

Todo un secretario de Educación, Aurelio Nuño, se he convertido desde hace meses en el jefe de personal que debe regañar a sus trabajadores porque no se afanan lo suficiente para llevar adelante el negocio. 

Vemos cotidianamente a Nuño hablándoles a maestros, padres de familia y niños que no suman 30 personas, mencionándoles que arreglará los baños, que pondrá un bebedero y los vidrios que faltan. 

Hace unos días tuvimos a Nuño en Arteaga en una visita que nadie se enteró para qué sirvió. Una comida en que había cinco grandes invitados y 120 guaruras cuidándolos. 

Nuño se ha metido en el conflicto del Politécnico sin lograr absolutamente nada; la Sección 22 del Sindicato de Maestros sigue siendo su obsesión recurrente.  

Todo mundo deseamos que las mujeres ocupen los cargos en que los varones fracasaron o los envilecieron; al parecer, ellas no han mostrado diferencias notables. 

Desde que fue impuesta por el Presidente en la Procuraduría, Arely Gómez ha ido de tumbo en tumbo para vergüenza nacional. En la fuga de “El Chapo” dio lo que dio, es decir, nada, luego siguió con Ayotzinapa, con los expertos extranjeros, con las distintas masacres… ¿Y qué resultó?, sólo gestos. Cada que aparece en público mueve los ojos, tuerce la boca, hace muecas: de resultados, ninguno. Lo poco que puede lucir es lo que ha realizado la Marina de México, por su propia cuenta.

Ahora nos estremecemos ante la campaña electoral en la que cada partido  busca colocar a la cabeza de Tamaulipas a uno de los suyos. El PRI arrancó con un delito grave, acusando al candidato más peligroso, para ellos, acusándolo de participar en un grupo de la delincuencia organizada. Piénselo bien, estimado lector, el PRI comete un delito para acusar de cometer un delito a su opositor. ¿Y el Instituto Nacional Electoral? 

Éste es tan inútil que ni siquiera tuvo la dignidad de poner en cintura al Partido Verde cuando cometió 16 delitos continuos que, de acuerdo al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, era suficiente para desaparecerlo. Es una pena que el INE, conformado por no pocos personajes que aparentaban honestidad, diera ese lastimoso espectáculo en el que el Verde se burló públicamente de ellos. Un partido facineroso que le hacía falta al PRI para el trabajo (más) sucio.

El secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, forma parte de esa Casa de la Risa en que nos han convertido los funcionarios de Peña Nieto. Su misma figura es tan ingrata (sus ricitos, su sonrisa cínica, su escasa sintaxis cuando levanta los ojos del papel que le prepararon, su desparpajo ante la evidente delincuencia), es de pena ajena.

Inútil continuar recorriendo el gabinete presidencial y las instituciones emanadas del Gobierno actual. Cierto que algunas se salvan; quizás Derechos Humanos, pero pocas.

El País que conocimos, del que nos enorgullecíamos ante el extranjero, el que creíamos tener como destino inevitable la grandeza, ahora nos abate. No tengo la menor duda de mi amor por México y tampoco la de que me avergüenzo de la mayor parte de sus gobernantes; por desgracia no nada más de los priístas.

Emilio Cioran dejó su patria por Francia; su amigo decía que lo envidiaba. Cioran le hizo ver que era preferible su país polvoriento en el que se hablaba un lenguaje cálido y personal y no el francés sin alma que privaba entre intelectuales; que no exagerase creyendo en “las supersticiones de la democracia”. En fin, acá no sabemos si la “democracia mexicana” nos elevó o nos está sepultando.