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El Poli
La criminalidad no cede. México ha gastado carretadas de dinero y seguimos igual o peor que cuando estábamos peor. Los datos oficiales son duros y claros, aunque sus efectos se perciban menos, ¿Será que ya nos acostumbramos? No todo está mal dicen algunos, estamos mucho mejor que antes dicen otros. ¿Será un espejismo, o es la oferta y la demanda, la división, subdivisión y mutación de las fuerzas del mercado sobre las organizaciones criminales? Se trata de un crimen organizado que se auto regula y auto controla frente a la omisión, ausencia o complicidad de los cuerpos de seguridad en los tres niveles de Gobierno.
En entidades como Coahuila, vivimos el terror del crimen organizado en grado extremo. Cualquier avance, por mediocre que sea, supone algún alivio. No es lo mismo que haya balaceras todos los días estilo viejo oeste; a la presencia de una criminalidad pactada y ordenada. La primera aterroriza, es muy visible; la segunda quebranta el orden jurídico, beneficia a malechores de toda laya y condición y, en consecuencia, desequilibra, desarticula y empobrece a la sociedad.
Si evaluamos el problema de la inseguridad en la República entera, México está reprobado. Años de esfuerzo, reformas legales y presupuesto para nada, los datos duros, la estadística así lo muestran. Más de una década discutiendo las reformas al sistema de seguridad pública y justicia penal, se aprueba tal y cual ley, reforma o adición, únicamente para que, de inmediato, las fuerzas del mal se apresten a torpedear su instrumentación. No importa el modelo, no importa la política pública, no importa, incluso, la voluntad política, la corrupción es tan vigorosa y sólida que resiste y se adapta a cualquier cambio.
Llevamos varios meses discutiendo sobre la cabeza de la procuración de justicia, sin poder entrar al fondo de los cambios que requiere la institución más corrompida de México, podrida desde la ventanilla más modesta. Hay quienes recomiendan empezar de cero. Con un índice de impunidad del 99%, no parece mala idea. En esa ciénega vemos, a lo lejos, la discusión sobre una Fiscalía Federal autónoma y sobre sus similares en cada Estado de la Unión. Más lejos aún se deja ver la frágil figura del policía, desprotegida, vilipendiada, burlada y avergonzada.
Solo y aislado pero muy visible para los ciudadanos de a pie, es el “payaso de las bofetadas”. Nada le damos y le exigimos todo. Los políticos rehúyen su responsabilidad, los alcaldes todo lo delegan, para lavarse las manos, no quieren saber. Cuando sobreviene una crisis, es obligado encontrar un chivo expiatorio que, sin los mínimos medios de defensa, acaba allanándose, aceptando y perdiéndolo todo, que de por sí era muy poco. El policía mexicano es uno más entre los olvidados de México. ¿Alguien aconsejaría ser policía a uno de sus hijos? ¿Alguien se sentiría orgulloso de tener un hijo, un pariente o un amigo policía?
Muchos repiten la cantaleta del policía corrupto, es difícil rebatirles. Ciertamente, una enorme mayoría lo es. La institución está podrida e infiltrada. Hay grandes avances, dicen otros, no lo dudo, pero esos avances no se reflejan en resultados.
Urge un proceso digno y serio para reclutar a las fuerzas de seguridad. Si vamos a pedirles que den su vida por nosotros, merecen por tanto lo mejor en formación, capacitación, profesionalización y remuneración. Si es uno de nuestros mayores problemas; lo que se haga para solucionarlo debe reflejarse en el gasto público.
Con todo, el problema seguirá siendo la corrupción y la impunidad. Una vez que se reforme todo lo reformable y arranque la puesta en marcha de la reorganización; reaparecerá la cola de la corrupción, protegida por la impunidad.
Como no existe voluntad para poner un hasta aquí a la corrupción, como la clase política está infiltrada hasta la raíz por ese mal, sólo podemos pensar en mecanismos de acción desde lo local. El ciudadano con su gobierno más inmediato, en donde les afecta directamente. Toca aprovechar la reelección como mecanismo de control, castigo o premio. De no ser así, sólo una crisis grave que fracture los cimientos de la sociedad hará que los políticos busquen, despavoridos, soluciones reales que, como tiene que ser, tardarán en rendir frutos reales. Sea cual sea la vía, forzosamente pasa por el reconocimiento de la dignidad humana por parte de la sociedad, de esos seres humanos de carne, hueso y alma, llamados policías.
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