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El regreso de Pantoja
Pedro Pantoja realizó demasiadas cosas, algunas desconocidas aún por sus más cercanos. Quedan los testimonios que deberán salir a la luz con el tiempo, como sucede con la documentación de archivos coloniales u otros, cuyos datos “no existen” hasta que alguien los regresa a la vida. Me refiero a dos monumentales expedientes que entregó a la Comisión Internacional de Derechos Humanos, en Washington, sobre violaciones sistemáticas en Coahuila, añadiendo crímenes de lesa humanidad con nombres, fechas y lugares. Me contó que fue mal tratado al entregar la documentación (“¿espera que le creamos al primero que viene a hacer denuncias?”). De ahí que haya recogido más informaciones sobre hechos del Estado y los haya entregado al Comité Internacional de Justicia, en La Haya, Holanda. Varios años después, ambas denuncias duermen. Quede claro que esos expedientes no fueron su obra personal; muchas personas le ayudaron a reunirlos.
Cuando el subsecretario de Derechos Humanos Alejandro Encinas apenas iniciaba sus tareas vino a Saltillo a dialogar con las Familias por Nuestros Desaparecidos. Una reunión tuvo lugar en Palacio de Gobierno; yo estaba presente. Encinas reconoció la lucha de las familias y dijo que las apoyaría topara donde topara hasta las últimas consecuencias, añadiendo que llegaría a lo más alto. Las familias se lo agradecieron. Dio a conocer que sabía de las denuncias internacionales que presentaron el obispo Raúl Vera y el padre Pantoja. Al final, el gobernador Riquelme nos advirtió que nada de lo que ahí se dijo debería salir al público. Yo obedecí. Ahora, dos años después, revelo el compromiso de Encinas porque tuvimos otra reunión con él en el Centro de Derechos Humanos Fray Juan Larios donde tocó el tema de forma radical; hay no menos de 50 testigos. “El regreso de Pantoja” tendrá lugar cuando salga esa información a la luz.
Es seguro que nadie en Coahuila ha tenido los reconocimientos concedidos a ese sacerdote del clero diocesano a quien, equivocadamente, se le declaró jesuita en el folleto que editó la UNAM cuando su rector le entregó el Premio Alfonso García Robles de Derechos Humanos en 2018. Años antes había recibido el Premio de Derechos Humanos Letelier-Moffitt en Washington en 2011. Declararon que “Belén, Posada del Migrante, en Saltillo, México, y su director, el padre Pedro Pantoja, serán galardonados hoy 12 de octubre en reconocimiento a su trabajo de defensa integral de los derechos humanos de personas migrantes centroamericanas en tránsito por México”. Otros galardones recibió en Estados Unidos, uno en España, y el del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación en 2015. (Obtuvo cero menciones en Saltillo o Coahuila).
En mi artículo del domingo pasado mencioné algo de su formación humanística (en el Seminario Diocesano de Saltillo) y teológica (en Montezuma, México y la que se dio a sí mismo). Era licenciado en psicología por la UAdeC con una maestría en la UNAM. Llevó un seminario con el filósofo Michel Foucault en el Colegio de Francia, en París. Sin embargo, considero que gran parte de su formación teórica se la dieron los compromisos: aprendió mucho de leyes, historia de Honduras, El Salvador y Guatemala, y de sociología de la migración.
Sorprendían sus interpretaciones de la Biblia: más que el Nuevo Testamento citaba el Antiguo dando nuevos sentidos a pasajes de los profetas. En Estados Unidos mencionó el texto que relata que cortaron personas en pedazos para repartirlos: “eso hacen en Coahuila con los migrantes”. Refería que en el Seminario Pontificio de México tomó clases con el experto en Sagrada Escritura Manuel Jiménez, sacerdote diocesano que dominaba el hebreo, arameo y griego antiguo, ¿lo habrá marcado?
Pantoja fundó las asociaciones civiles Dignidad sin Fronteras, en Ciudad Acuña, y Frontera con Justicia, en Saltillo.
Alguien me llamó la atención sobre la secuencia de los acontecimientos que relaté el domingo pasado diciendo que mezclé datos. Acepto que me equivoqué en el orden temporal; sólo pretendía delinear el esbozo de un personaje. Hice más historia sincrónica que diacrónica. Su sorpresiva muerte no dio tiempo para sopesar un orden biográfico.