El renacido saltillense

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El renacido saltillense

Una banda satánica atacó a Juan Manuel Encina Lara, estudiante de enfermería; lo golpearon hasta creerlo muerto, luego lo embolsaron y lo aventaron en un arroyo para después enterrarlo vivo. Esto fue la madrugada del 24 enero del 2010.

A seis años del suceso, VANGUARDIA entrevistó a Juan Manuel. Él dice que lo que vivió le ocasionó una depresión, tardó varios años en salir; Juan Manuel tiene un tatuaje en el bíceps izquierdo –es un velero que va dejando atrás una tormenta- con la leyenda “Be Strong” en español “Sé fuerte”. Simboliza “esa etapa difícil de mi vida”.

Juan Manuel quería vengarse y, aunque eso ha quedado atrás, “eso no se perdona nunca”, dice. Desde mi punto de vista, para que Juan Manuel se recupere por completo y el círculo se cierre, falta ese perdón. Juan Manuel declara: “Incluso me he topado a uno de los chavos en algún bar. Una vez él me vio e intentó saludarme, pero pues no, y entonces ya se fue. A la chava también me la he topado algunas veces aquí en el centro, pero ni en cuenta. La vida sigue y hay que continuar”.

Como muchas veces ocurre, la parte ofendida magnifica el daño y los agresores quedan sin castigo y minimizan el hecho o lo justifican al pasar el tiempo. “Las autoridades deslindaron responsabilidades y los involucrados llegaron a una conciliación que puso fin a este episodio jurídico. Nadie fue encarcelado”.

De manera irónica, a pesar de que los medios se refieren a Juan Manuel como el renacido, y narran como “resucitó” un domingo, Juan Manuel afirma: “Creo en un Dios creador de todo, pero no creo en la resurrección. Sólo se nos da una vida, tal vez una segunda oportunidad como a mí y a muchas otras personas, pero cuando la vida se acaba… se acaba”.
Juan Manuel tiene un sueño recurrente: muere y ve a su familia: “Estoy ni en el cielo ni en el infierno. Un purgatorio si se pudiera decir, o sea, veía a todos y nadie me veía… si pudiera decir sobre una balanza, diría que con el cielo, porque soñaba muchas luces blancas”.

Octavio Paz tiene una anécdota: En el libro “El condenado por desconfiado”, su autor Tirso de Molina nos presenta a Paulo, asceta que desde hace 10 años busca la salvación en la austeridad de una cueva. Un día se sueña muerto; comparece ante Dios y aprende la verdad: irá al infierno. Al despertar, duda. El demonio se le aparece en forma de ángel y le anuncia que Dios le ordena ir a Nápoles: allá encontrará la respuesta a las cavilaciones que le atormentan, en la figura de Enrico. En él verá su destino “porque el fin que aquél tuviere, ese fin has de tener”.

Enrico es “el hombre más malo del mundo”, aunque dueño de dos virtudes: el amor filial y la Fe. Ante el espejo de Enrico, Paulo retrocede horrorizado; luego, no sin cierta lógica, decide imitarlo. Pero Paulo nada más ve una parte, la más exterior, de su modelo e ignora que ese criminal es también un hombre de fe, que en los momentos decisivos se entrega a Dios sin reticencias.

Al fin de la obra, Enrico se arrepiente y se abandona sin segundos pensamientos a la voluntad divina: da el salto mortal y se salva. Paulo, empecinado, da otro salto: al vacío infernal. En cierto modo se hunde en sí mismo, porque la duda lo ha vaciado por dentro. ¿Cuál es el delito de Paulo? Para Tirso, el teólogo, la desconfianza, la duda. Y más hondamente, la soberbia.

Paulo jamás se abandona a Dios, su desconfianza frente a la divinidad se transforma en un exceso de confianza en sí mismo: en el demonio. Paulo es culpable de no saber oír, sólo que Dios se expresa como silencio; el demonio, como voz. La entrega libera a Enrico del peso del pecado y le da la eterna libertad; la afirmación de sí mismo pierde a Paulo... “Los criminales se salvan, los justos se pierden. Los actos humanos resultan ambiguos. Practicamos el mal, oímos al demonio cuando creemos proceder con rectitud y a la inversa. La moral es ajena a lo sagrado. Estamos en un mundo que es, efectivamente, otro mundo”.

jesus50@hotmail.com