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El Retablo de la Simulación
Revisar los “ensayos” que escribe un estudiante de licenciatura es una tarea bastante ardua: expresar por escrito pensamientos, ideas, emociones, sentimientos requiere de una habilidad que no siempre se adquiere en la escuela. Lamento decir esto de manera tan abrupta, pero es mejor hacerlo así que andarse por las ramas del árbol mareante del choreo.
Leer y escribir son tareas agotadoras, todos lo sabemos. Pero el hecho de que un estudiante de licenciatura –o de posgrado- carezca de los recursos necesarios para leer con un buen sentido de la comprensión y de escribir un texto expositivo con un mínimo de coherencia resulta verdaderamente alarmante, y más que eso, espeluznante.
Se arguye con frecuencia que la avasalladora tecnología digital ha venido a dar al traste con estas capacidades lectoescriturales y de cálculo matemático; se argumenta que el juego electrónico y otros esparcimientos similares han aniquilado la capacidad y la disposición para aprender. No sé hasta qué punto esto sea una verdad incuestionable.
Lo que no parece tener discusión es la mediocridad con que las “reformas educativas” se llevan a cabo en las escuelas de educación básica en México. Sobre el papel de la mesa de proyectos y en el discurso de los políticos todo suena “maravilloso”, “alegre” y “optimista”; en la realidad real, todo es siniestro y preocupante. Y para nada ayuda el clima de incertidumbre y terror que la Secretaría de Educación Pública ha venido sembrando en el magisterio y en la sociedad mexicana desde hace unos años.
¿Qué pretende realmente –es decir, subtextualmente- esta Secretaría? ¿Desaparecer las escuelas normales y las instituciones de actualización y profesionalización docente? ¿Y luego? ¿Qué va a hacer con todo eso? ¿Crear de la nada un “nuevo sistema educativo” infalible, limpio, eficaz, incorrupto y de una calidad británica? Pero, vamos, hablemos claro: ¿quién se traga ese discurso y ese sueño mesiánico e hipócrita? Lo que todos estamos viendo es la creación de un Frankenstein tan quimérico como el del Doktor del mismo nombre. ¿Y a cuenta de qué? ¿A costa de quién/es?
Pasarse días corrigiendo la ortografía, la redacción, la acentuación, la metodología, el accidentado discurso de un texto expositivo “escrito” por un alumno de licenciatura revela la increíble mediocridad en que está hundida la educación básica en México. Estos muchachos son el producto de una instrucción muy deficiente impartida en los niveles de preescolar, primaria y secundaria. Pero no sólo arrastran las ominosas carencias que les heredó ese periodo –once o doce años- sino que tienen que enfrentar otros dos años de “educación media superior” –la “preparatoria”, la “que prepara”-, dos años pasados casi en Babia.
Muchos estudiantes de licenciatura me han asegurado que en la “preparatoria” se les conminó a leer libros tan incalificables como ”Juventud en éxtasis”, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, y cosas de similar jaez. ¿Es posible?, pregunto. “Sí, profe, es posible. ¿De quiénes habla usted? ¿De Camus, de Paz, de Mann, de Rulfo? No, no los hemos leído. No sabemos ni quiénes son ni qué escribieron… Nosotros leímos a Paulo Coelho.”
Que hay una gravísima crisis educativa en México nadie puede negarlo. Pero esta crisis es uno de los muchos hilos que componen la inmensa red de decrepitud en que está atrapado nuestro país. Gobernantes, políticos, funcionarios de todos los niveles, empresarios, instituciones públicas, padres de familia, autoridades escolares, profesores, alumnos…: todos hemos tejido esta red de densidad mineral.
Y todos nos culpamos unos a otros, mientras los enormes tiburones rondan nuestro territorio geográfico e ideológico con la complicidad de muchos de nuestros muy patrióticos –y otrora “marxistas”- representantes. Así, el profesor de la escuela “preparatoria” culpa al de secundaria, éste al de primaria, este otro a la de preescolar y todos a la siniestra maquinaria de la SEP, que más parece una nueva encarnación del Santo Oficio o de la Colonia Penitenciaria de Kafka que lo-que-de-verdad-debiera-ser.
¿Comprensión lectora? ¿Coherencia en la escritura? ¿Capacidad de cálculo? Salvo valiosas excepciones, los maestros están tan ocupados en llenar o redactar los infinitos oficios, formas, reportes, formularios y relatorías que incansablemente demanda la SEP, que apenas tienen el tiempo necesario para ocuparse de sus alumnos. ¿No es grotesco? El profesor/la profesora no puede atender a sus estudiantes ni al Programa de estudios porque es “justamente” la SEP la que le arrebata ese precioso tiempo.
Todo esto sucede al amparo del evanescente fantasma de “la reforma educativa” y por el afán, claro, de que “todo marche mucho mejor que antes”: “ya no queremos ineficiencia”, “los maestros que no cumplan con su trabajo, que se vayan”, etcétera. Ése es el discurso oficial. Eso pretende la reforma: una depuración definitiva de nuestro sistema educativo. Ups. Empresa similar a la de los molinos de viento, pero sin Quijote.
Ante las cuartillas de mis estudiantes lamenté sus años casi perdidos en las escuelas; los años más hermosos de la vida yéndose sin algún provecho. Quizá lo que deberíamos entender es que la escuela resulta ya una institución obsoleta: tal como la entendemos, no tiene sentido. Hay muchas cosas que un ser humano no puede aprender cuando se le obliga a permanecer sentado durante horas, cada día, frente a un pizarrón, así sea electrónico e “inteligente”.
La escuela es, como el matrimonio y otras instituciones tan caras a la sociedad, una tremenda mascarada, una máscara más de la simulación. ¿Y cómo iba a ser de otra manera? El mundo entero se sustenta en eso. Debajo del foro, los grandes titiriteros mueven la trama. O muy arriba, esos mismos empresarios del drama de la historia hacen avanzar la acción en este gran Retablo de las Porquerías.
La “subtextualidad” no es sólo un concepto semántico: si leemos con atención, todo indica que la Nave de los Locos ha sido dirigida hacia el lado contrario de Arcadia.