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El Rock Visual
Ahora que mucha gente escucha música a través de casi cualquier tipo de teléfono móvil pienso en el papel que las artes visuales han empezado a dejar de desempeñar en estos territorios, los del Rock, por ejemplo. Hasta hace poco tiempo una “portada” era un elemento casi inherente a la música cuyo soporte podía ser el vinil, la cassette o el disco compacto.
Imprescindibles, para ciertas generaciones, las portadas –y el diseño completo- de los envases discográficos del “Sargento Pimienta”, el “Álbum Blanco” (Beatles), “Sus satánicas majestades”, “Sticky fingers” (Stones), “Led Zeppelin I” y “II”, “Aqualung”, “Minstrel in the Gallery” (Jethro Tull), “Hurdy Gurdy Man” (Donovan), “Disraeli Gears” (Cream), “Animals” (Pink Floyd), “Who´s next” (The Who), “Imagine” John Lennon) y “All things must pass” (George Harrison).
Cito sólo unos cuantos nombres de obras excelsas. Faltan algunos ejemplos más cercanos como “Ok Computer” (Radiohead), “Viva la vida…” (Coldplay), “Mechanical Bull” (Kings of Leon), “Angles” (The Strokes) o “Drones” (Muse), entre muchos otros. En todas estas obras al trabajo musical de los ejecutantes se suma la labor no menos creativa de artistas visuales famosos, no tan famosos y hasta desconocidos.
¿Qué me esperaba al tener en mis manos –prestados por algunos amigos en la escuela- discos como “Abby Road”, “Cheap Thrills” (Janis Joplin: Big Brother and the Holding Company), “The Basement Tapes” (Bob Dylan) o “Beggars Banquet” (Rolling Stones), “Welcome to the Canteen” (Traffic) y otras maravillas? Ahora esas portadas son parte lo mismo de la historia del Rock que de las artes visuales. Porque el producto de éstas no sólo se encuentra en las instituciones museísticas, las galerías o los museos de sitio: el arte siempre ha estado en todos lados si se lo sabe advertir.
Me esperaba, digo, una ceremonia que ya no se repetirá de la misma manera: abrir ritualmente el álbum, extraer con sumo cuidado la bolsa de plástico que protegía el vinil, colocar el disco en la tornamesa, tomar el brazo de la aguja y ponerla en su sitio con una delicadeza de doncella medieval. Después, simplemente escuchar, escuchar y contemplar interminablemente cada centímetro del envase, acariciarlo, abrazarlo, desentrañar las letras de las canciones si es que venían impresas en el cartón o en algún generoso folleto: esos cuatro extraños emblemas humanos cruzando una calle londinense, la recreación de una página de cómic a todo color, la estampa tenebrista de una sesión de grabación, una gran fotografía “quemada” en formato horizontal en la que vemos a los primigenios Rolling Stones despatarrados en un gran salón victoriano -último disco en el que Brian Jones tocaría con esta banda-, un dibujo a pluma en blanco y negro de otra reunión de despatarrados: Traffic.
¿Quiénes fueron los artistas que crearon estas obras visuales que hoy son, indudablemente, piezas de colección? No sé mucho al respecto. Sé, por ejemplo, que uno de los artistas pop más cotizados de aquella época –Andy Warhol- colaboró muy directamente con The Rolling Stones en varias de sus portadas: “Sticky fingers”, digamos, en la que vemos la fotografía de una pelvis masculina exhibiendo una obvia erección y otras cosas más en el interior del álbum, y “Some girls”, donde el artista plástico juega con el recurso de las figuras intercambiables y el androginismo. El célebre logotipo stoniano –la boca que saca la lengua “irreverente”- es una creación de Warhol. Hasta Miguel Bosé alcanzó algo de este icono del Pop.
El autor de las serigrafías “Campbell” realizó también las portadas de algunos discos de un grupo auspiciado por él mismo: The Velvet Underground, buen producto de The Factory, la fábrica en que Warhol creaba a gran escala sus mercancías visuales que luego vendía a precios estratosféricos. Él siempre tuvo una pasión desenfrenada por el dinero más que por las artes, aunque como “pintor” no era ineficaz. Pero hay que estirar mucho el sentido de la palabra “pintor” para incluir a Warhol, más experto en la creación de una autoimagen polaroid que quiso ser “la Onda” y en el culto a lo que entonces se consideraba “underground”.
El artista pop británico Peter Blake fue el diseñador del maravilloso álbum “Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band” (1967), de The Beatles, una de las cimas del Rock de todos los tiempos. Escuchar este disco fue una revelación inolvidable, una revelación que permanece inalterable en la memoria. La madrugada, la oscuridad, el viejo tocadiscos, unos minutos robados al alba antes de ir a la escuela, para escuchar dos o tres canciones absolutas de este portento musical. Pero en volumen muy bajo y con la oreja pegada a las bocinas, para no despertar a nadie, para no molestar a nadie. Así, me marchaba tarareando “Good Morning Good Morning” y “A Day in the Life” a espaldas de estos cuatro hechiceros y su equipo. ¿Qué bullying podía mellarme entonces?
Todas las corrientes artísticas fueron fuente de inspiración para estos artistas visuales que pusieron su talento al servicio del Rock. Si en los años 50 bastaba con la fotografía del cantante o la banda y con el título del disco y el nombre del grupo en la portada, creo que a partir de “Revolver”, de The Beatles, las cosas empezaron a cambiar de manera vertiginosa en el diseño de los envases discográficos y, por supuesto, en la música.
Luego de la barroca portada del “Sargento Pimiento” el grupo optó, para decorar el envase de una producción posterior, por el minimalismo: el color blanco. Pero no fue el pintor abstracto estadounidense Barnett Newmann el autor de este diseño, sino Richard Hamilton, el primer artista pop de Inglaterra. Dos años antes, Octavio Paz había publicado uno de los poemas más hermosos y crípticos de la poesía contemporánea: “Blanco”.
El surrealismo recorre todas las portadas de Pink Floyd. Y de hecho, el surrealismo, el Dadá, el expresionismo abstracto, el arte conceptual, el Pop Art, el Naïf, el cómic, el arte digital, las diversas corrientes del arte medieval, renacentista, barroco y romántico y mucho, mucho más atraviesa la historia del Rock. En su libro “Los grandes discos de rock: 1951–1975”, recoge muchos de las obras mencionadas aquí desde una perspectiva musical; y para los amantes del Rock verdadero éste es un documento imprescindible, escrito por el autor de “Se está haciendo tarde”, el primer crítico de Rock en México.
¿No habrá más portadas, más envases discográficos diseñados por grandes artistas visuales? Qué lástima. Pero no hay lugar para la nostalgia: nos queda la música y el Rock sigue vivo, aunque sus ramificaciones sean insospechadas. Las artes plásticas y el Rock vivieron un romance de más de medio siglo: The Beatles aprendieron de Haydn, nosotros de ellos –y de muchas otras bandas y “solistas”- e inmensos públicos del mundo aprendieron, de paso, algo de la historia del arte y de lo que el Rock y el arte nos revela de nosotros.