¿Habrá alguien que suspire todavía? Cosas de ayer han desaparecido: el baúl o castaña; aquella alta garrocha que servía para quitar las telarañas de los techos; la vara de varear... ¿También desaparecieron los suspiros?

Antes la gente suspiraba mucho, especialmente las mujeres. De repente perdían la mirada en el confín del mundo y luego exhalaban un suspiro. Suspiraba doña Rosita la Soltera en la preciosa evocación lorquiana; suspiraba la salmantina de rubios cabellos y ojos que parecen pedazos de cielo al evocar a su seminarista de los ojos negros; suspiraba lánguidamente doña Inés al escuchar las ardientes palabras de don Juan: “... Mira aquí a tus plantas pues, / todo el altivo rigor / de este corazón traidor / que rendirse no quería, / adorando, ¡vída mía! / la esclavitud de tu amor...”. (¡Carajo, con esos versos hasta yo suspiro!).

El diccionario de la Academia da una feísima definición de esa palabra tan hermosa. “Suspiro: Aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido, y que suele denotar pena, ansia o deseo”. Esa anatómica descripción es muy prosaica, y no ayuda a entender el suspiro. En mi opinión el suspiro es sobre todo la callada expresión de la nostalgia. Una canción que ahora recuerdo, “Yes, I Remember it Well”, de la comedia musical “Gigi”, cantada magistralmente por Hermione Gingold y Maurice Chevalier, debe obligadamente acabar con un suspiro. Después de recordar, a suspirar.

Antes los suspiros eran muy poéticos, y también muy musicales. Oigamos suspirar a Gustavo Adolfo Bécquer: “Los suspiros son aire y van al aire, / las lágrimas son agua y van al mar. / Dime mujer: cuando el amor se olvida: ¿sabes tú a dónde va?”. Escuchemos también este suspiro en forma de hermoso madrigal. Lo suspiró el mexicano Luis G. Urbina, conocido por sus amigos como “El viejecito”:

“Era un cautivo beso enamorado / de una mano de nieve que tenía / la palidez de un lirio desmayado / y el palpitar de un ave en agonía. / Y sucedió que un día / aquella mano suave, / de languidez de lirio, / de palidez de cirio/ de palpitar de ave, / se acercó tanto a la prisión del beso / que ya no pudo más el pobre preso / y se escapó. Mas con voluble giro / huyó la mano hacia el confín lejano. / Y el beso, que volaba tras la mano, /rompiendo el aire se volvió suspiro”.

He recordado estos versos de memoria, de modo que algún error pueden tener.
El compositor norteamericano Herman Hupfeld (1894-1951) escribió su canción “As time goes by” para la película “Everybody’s Welcome”, estrenada en 1931. Nadie recuerda esa película. Sin embargo, es imposible olvidar “Casablanca”, con Ingrid Bergman y Humphrey Bogart (1942), en que la canción apareció de nuevo, y de ahí a la eternidad. Digamos una vez más, por cierto, que Bogey nunca dijo en la película aquella famosa frase que se le atribuye: “Play it again, Sam”, “Tócala otra vez, Sam”, al pedir al pianista Dooley Wilson la 
interpretación de aquella suspirosa canción, “As time goes by”:

 “You must remember this: / a kiss is still a kiss, / a sigh is just a sigh. / The fundamental things apply / as time goes by...”.

¿Intentaré traducir lo intraducible? “Debes recordar esto: un beso es siempre un beso; un suspiro es solamente un suspiro. Al paso del tiempo las cosas fundamentales cuentan...”.
Un suspiro sería el mejor colofón para estas líneas.