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El terremoto en tiempos de la era digital
Lo mismo que en política y elecciones, las redes sociales se han convertido en elemento protagonista y decisivo en las horas de desgracia.
¡Vamos! Que no es lo mismo el terremoto del 85, del que sólo tenemos un vago testimonio audiovisual (la malograda emisión del matutino Hoy Mismo), que los acontecimientos de ayer, 32 años después, en una era en la que prácticamente cada individuo posee una cámara con acceso a cobertura mundial.
De tal suerte que el martes pudimos –en tiempo real– ver los devastadores efectos del movimiento telúrico que castigó al centro del País.
En menos de cinco minutos, una decena de videos me dio una terrible idea de la magnitud del evento. Los edificios perdían la batalla contra las fuerzas geológicas y en cada derrumbe se perdían y comprometían cientos de vidas.
Los momentos posteriores a la catástrofe también fueron, gracias a la tecnología portátil, significativamente diferentes a los que vivimos hace tres décadas. En aquellos días padecimos largas, difíciles y angustiosas horas, en algunos casos días enteros, antes de poder hacer contacto con nuestros seres amados. Contarnos en cada familia para saber si estábamos completos fue un proceso muy penoso, incluso para aquellos que no sufrimos bajas.
Pero gracias a los teléfonos inteligentes y al wifi poco a poco, a cuenta gotas, fuimos haciendo el obligado pase de lista (de corazón le deseo que el de los suyos haya sido cubierto en su totalidad).
Más tarde, la organización para la ayuda civil también se dio de una manera muy distinta y, quiero pensar, más eficiente. Un hashtag puede congregar todas las voluntades necesarias para sobreponer a esta Nación en sus trances más amargos. Organizarnos sin esperar la convocatoria de la autoridad es algo de lo que podemos sentirnos muy orgullosos.
Pero hay más diferencias todavía: muchas víctimas atrapadas bajo los escombros han estado reportándose desde su cautiverio gracias a sus equipos celulares.
El simple hecho de contar con una linterna en cada equipo dentro de sus aplicaciones básicas puede ser un factor para salvar muchas vidas.
Súmele cualquier otro servicio en el que la tecnología actual nos esté hoy haciendo alguna diferencia con respecto a la catástrofe de 1985.
Hasta las oraciones y plegarias se organizan hoy mediante las redes sociales.
Yo particularmente –ya sabe– no le hallo mucho sentido en pedirle clemencia a un ser omnipotente, si se supone que fue Él, en primera instancia, quien nos pateó. Si no quisiera que sufriésemos, no nos mandaría destrucción en primer lugar; en cambio, si su objetivo es aleccionarnos con la desgracia, pues ¿qué diferencia haríamos contra un Plan Divino y perfecto previamente concebido? Así que considero todo ello muy ocioso, pero son sólo mis creencias y puede ser que me equivoque. Por mí no se detenga y rece, faltaba más.
Más diferencias: la tragedia en redes sociales es muy cotizada ya que, si se maneja correctamente, puede abonar a la imagen y las relaciones públicas, así como acrecentar el capital político de tal o cual mequetrefe con aspiraciones.
Claro que si no se maneja con el timing correcto o con todos los elementos perfectamente orquestados, la cosa puede resultar contraproducente.
Basta ver el video en el que el secretario de Gobernación, Osorio Chong fue materialmente corrido de la zona del siniestro donde se realizaban labores de rescate, en medio de proyectiles y una rechifla de voluntarios y gente que no iba a aceptar que el funcionario fuera a tomarse la foto para lucirse en medios y redes.
¡Qué diferencia la forma en que arregló las cosas el Estado Mayor para brillo y gloria de nuestro Presidente!
Poniéndole, a modo, simpatizantes y gente sonriente, ni se percibió como mandatario visitando una zona de desastre; era EPN todo un rockstar repartiendo autógrafos, selfies, besos, abrazos y buenas puntadas.
Y así como nuestros políticos, muchos nomás se pronuncian en redes pero no por solidaridad, conmiseración ni por empatía con el dolor del prójimo, sino porque están ávidos de subirse a un tren que no pueden permitir que se les pase, porque representa una oportunidad única de demostrar a los demás y a sí mismos que no son esas personas vacuas y mezquinas de FB, sino que son generosos, compasivos y humanos.
Cuidado con ellos y aprendamos a distinguir: información valiosa no es una foto de la ayuda que vamos a enviar, o expresar nuestros mejores deseos. La información útil tiene esa característica de ser precisamente ¡útil!
Tenga presente que el altruismo, cuando se publicita, deja de ser altruismo.
Por último, le contaré de un criterio cruel que existe en la redacción de los periódicos: que las tragedias que acontecen en las principales capitales del mundo se llevan sin mucho pensarlas primeras planas, mientras que las que ocurren en sitios de menor interés turístico se van a interiores con una menor cobertura.
¡No incurramos en esto! Si bien, la Tierra acaba de castigar duramente a la CDMX, hay otras entidades y muchas otras poblaciones viéndoselas igual de duras y todas necesitan nuestra ayuda y atención.
De hecho, la capital mexicana tiene un gran abasto de recursos y está sobrada de manos y subsidios.
No estoy diciendo de ninguna manera que le dé la espalda a la gloriosa CDMX. Sólo digo que hay muchas otras zonas y poblaciones en las cuales debemos pensar también. Creo que la generosidad y el corazón nos alcanza para todas.
¡Arriba, México!
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