Don Abundio, el hortelano de nuestro pequeño rancho familiar, es un señor grande en edad. A pesar de eso tiene fe en el hombre (un poco menos –dice- en la mujer). Manifiesta esa confianza en modos a veces peregrinos. Sucede que en el Potrero de Ábrego tenemos mucha tierra, pero muy poca agua. En cambio los habitantes de Casillas, nuestros vecinos, ya en Nuevo León, tienen mucha agua, pero poca tierra. Ahí el cañón se estrecha; el paisaje se eriza en abruptos barrancos y elevados picos que se levantan a las nubes.
En las quebradas nacen veneros cristalinos que forman arroyos y luego ríos que van entre las peñas a regar otras tierras, pues ahí no hay.
Los de Casillas dicen:
-¡Ah, si tuviéramos las tierras del Potrero!
Los del Potrero suspiramos:
-¡Ah, si tuviéramos el agua de Casillas!
Don Abundio, que ve en el automóvil la más reciente demostración de la inventiva humana, confía en que alguna vez los científicos del mundo hallarán la manera de mover el eje de la Tierra, alterando su actual posición de modo tal que el agua de Casillas, en vez de fluir hacia Tamaulipas como lo hace ahora, descienda en dirección contraria, hacia Coahuila y riegue las labores del Potrero.
Yo, lo confieso, no tengo tanta fe en el ingenio humano. Si el hombre no ha logrado encontrar una cura para el catarro común, ni el modo de acabar definitivamente con las moscas o con los zancudos, menos aún dará con la manera de cambiar la inclinación natural de este planeta. Yo de mí sé decir que todos los hombres de edad pensamos que el clima de este mundo -me refiero a Saltillo- no es ya el de antes. En cuestión de meteorología todo es impredecible. Si la Tierra fuera el Tierro quizá sería más fácil hacer vaticinios sobre el clima. Pero así, en femenino, la Tierra tiene caprichos mujeriles que a últimas fechas nos desconciertan y nos pasman. Después de largas sequías que se dirían eternas vienen extensas lluvias diluvianas que parece no acabarán jamás. Hace calor; luego el calor se quita de repente sólo para que unos días después andemos de nuevo sudorosos. Hubo en el país una sequía que se prolongó durante meses, y ahora parte de la República se ahoga en inundaciones catastróficas.
Hay una sugestiva teoría -a mí me gusta mucho- que afirma que el planeta en que vivimos es un gran organismo, un solo ser del cual todas las criaturas vivientes somos células integradoras. Ese ser se llama Gea, nombre antiguo que daban los griegos a la Tierra. Y otras dos teorías hay sobre ese mundo, contraria la una a la otra. Afirma la primera que Gea es todopoderosa, capaz de aguantar las peores depredaciones causadas por los hombres. Así como nuestro organismo tiene anticuerpos para defenderse de los malos virus, así Gea los tiene para protegerse de ese mal virus que somos los humanos. La otra teoría dice que Gea es frágil, y que su delicado equilibrio puede alterarse por mínimos motivos: una brizna de hierba que se arranca influye, en modo que no podemos conocer, sobre toda la vastedad del Universo. Siente uno miedo de matar un mosquito por temor a causar hambruna en la India.
Sea lo que fuere, una cosa es verdad: ya no es el de antes el clima de este mundo. Me refiero a Saltillo. Neblina, lluvia, frío, y luego soles con calor de estío. No cabe duda: ya nada se hace como se hacía antes.