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El Universo en una silla de ruedas…
La etiqueta vigente en redes sociales exige condolernos públicamente tras el fallecimiento de cualquier celebridad.
Sin importar nuestro total desconocimiento sobre la obra o aportación del difuntito e incluso, sin obstar que los ideales, principios e ideas a cuya promulgación y defensa consagró su vida sean opuestos a nuestras más perras convicciones, lo procedente es conmemorarlo con el pertinente “post” alusivo: Foto (como que no se daba cuenta), nombre, año de nacimiento y defunción, una cita imprecisa fuera de todo contexto, acompañado siempre de nuestro sesudo comentario: “se nos va un grande”, “ya está con Dios” y “el Cielo ya tiene un nuevo angelito”.
Ya le digo, poco importa si era un músico alternativo del que no podemos enunciar ni su “greatest hit”, o un escritor mediocre cuya ausencia no representa en realidad ninguna pérdida considerable para las letras, hay que cíber-plañir para que se nos juzgue en consecuencia como personas cultas, enteradas y de vanguardia.
Tocó el turno al astrofísico Stephen Hawking, sucesor directo, como titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas en la Universidad de Cambridge, de Sir Issac Newton.
Hago mención de lo anterior sólo para dejar en claro a qué liga pertenecía la mente del “prosor” Hawking. A la misma, ni más ni menos, que la del autor de la Ley de la Gravitación Universal.
(Dato curioso, en inglés a la cátedra se le llama “la silla” y Stephen Hawking, desde su estado cuadripléjico, siempre hizo bromas por el especial doble sentido que en su caso implicaba esto).
Intuir la importancia del trabajo de Hawking es “relativamente” sencillo; describir en qué radica dicha importancia sin embargo es otro brete muy distinto.
Para explicarnos qué significa el hecho de que los agujeros negros emitan radiación (“Radiación de Hawking”. ¡Vaya, qué coincidencia!), necesitaría traerle como invitado a Neil deGrasse Tyson y de momento la Nación Petatiux anda algo corta de presupuesto.
Pero sepa que no necesitamos comprenderlo en toda su complejidad matemática (a menos claro, que pensemos buscar chamba como conserjes en el CERN de Ginebra Suiza, limpiando el LHC o Gran Colisionador de Hadrones, que luego de que lo usan hay que trapear con Pinol muy bien, los hadrones sueltan mucha pelusa).
El hombre promedio (y la “mujer promedia” pues, ahorita no tengo ganas de discutir), requiere no obstante una comprensión más rudimentaria para entender que la chamba de Hawking y otros de su calibre es desentrañar la mecánica y las leyes que rigen al Cosmos (a nivel macro, L, M, micro y sub, sub, sub atómico). Ello orientado a responder la madre de todos los cuestionamientos: ¿Cómo, cuándo y como para qué se formó el Universo? SPOILER ALERT! Le adelanto que todo el arduo trabajo metódico, medible, sustentado y verificable de las mentes más iluminadas que han formado parte de esta colección de primates llamada humanidad, apunta a que no hay un Dios y que después de la Muerte, nomás “nanay” (olvídese de la abuelita de Coco. “Remember me…”.).
Me entero con una mezcla de desaliento y sorna que los estudiantes de Artes Plásticas celebraron un evento astronómico (como es el equinoccio de primavera) recargándose de energías y buenas vibras en Narigua, importante sitio arqueológico del municipio de General Cepeda.
Allí los estudiantes alzaron los brazos, saludaron a los cuatro puntos cardinales y reflexionaron sobre “el significado” del equinoccio como época propicia para la iniciación y el cambio, de la mano de un chamán con barba, turbante y todo que, si mal no recuerdo, responde al nombre de El Rajá de Kalambur.
La bonita actividad místico-mágica fue encabezada por la directora de la Escuela, Ana Isabel Pérez Gavilán, quien explicó que además de la “simple” apreciación de los petroglifos era importante que los muchachos aprovechasen la especial energía que fluye en ese lugar en el que nuestros antepasados dejaron testimonio en piedra de su comprensión de aquello que a Hawking tanta matemática le costó corroborar.
Estimo ridícula la chamanería, la mística, el new age, la onda cósmica, la noción de las energías y/o las vibras (buenas y malas), la cura con cristales, flores de Bach y el poder de la oración. Pero lejos de parecerme un chiste gracioso e inocuo, me parecen de un oscurantismo que llega a resultar peligroso cuando sustituyen a la razón o hacen simbiosis con el poder político.
Sin embargo no es aun delito que yo sepa leer El Secreto, consultar el horóscopo, citar a Cohelo (donde quiera que lleve la H) o colgar un cuadro con Los Cuatro Acuerdos.
Lo único que me parece digno de señalar es que sea desde la misma Universidad (institución que por definición debería avocarse a la iluminación de los intelectos, a la disipación de las tinieblas de la ignorancia y a la búsqueda de la Verdad, entendida ésta como un principio quizás elusivo pero razonablemente demostrable), que se propicie el pensamiento más irrisorio, facilón y chabacano que nos ofrece este mundo actual de respuestas rápidas, prefabricadas, obvias y cocinadas a la medida de cada quién.
No se vale (lo digo en serio) llorarle en redes un día a Stephen Hawking y al día siguiente invitarnos a recibir los rayos de la luna encaramado en alguna pirámide prehispánica, recitando mantras y frotándose desnudo con cuarzos porque Saturno va a entrar en la casa de Acuario.
Decida si está del lado de la razón o de la superchería (decídase sobre todo si trabaja en una Universidad de directora -¡luego no quieren que les llamen “Artes Pachecas”!-) pero por favor luego no anden mancillando con sus hipócritas conmiseraciones la memoria de quien dedicó su vida a combatir la oscuridad de nuestra ignorancia desde una silla de ruedas.