Elogio de la sopa 1/2

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Elogio de la sopa 1/2

Una sopa casera aguada. Sería entonces casi feliz por siempre.

Si algún día me caso estimado lector, o bien, me quedo con alguna buena mujer –cosa casi imposible, las buenas mujeres al parecer, sólo existen en los sueños y claro, vaya usted a saber qué sueñan o con quién sueñan a la vez las ingratas, no obstante estar acompañadas por uno en mullida cama–, de comer, sólo le pediría una cosa: una sopa aguada. Así de sencillo. Una sopa casera aguada. Sería entonces casi feliz por siempre. No un bistec grande y con enorme hueso, no un guiso barroco, no un chile relleno, no albóndigas al chipotle, no costillas de carnero en su jugo, no… en fin, nada me complace más que una sencilla pero rica sopa aguada. Si antes escribí una diatriba contra la sopa, hoy me reivindico con usted. Cuando las paladeo, me recuerdan mi infancia. Y usted lo sabe porque aquí lo he escrito, mi favorita es una sopa de lentejas. Sería casi feliz comiendo diario una bíblica sopa de lentejas. Insisto, ahora que ya soy viejo y si llega a mi vida la mujer de mis sueños, pues lo único que le pediría para dar mi mano y brazo a torcer, es que sepa cocinar buenas sopas aguadas. Sí acepto. Y es que no obstante el calor y temperaturas infernales que nos asisten, no hay nada mejor que comer una buena sopa al mediodía o bien, ya pardeando la tarde. Y la cocina mexicana es pródiga en potajes y sopas. No todo es chile, tortillas, sal y frijoles. En el libro “Cocina mexicana” del Premio Cervantes, Fernando del Paso y su esposa, Socorro, se cuenta de una “sopa fría de mango.” Ha de estar de escándalo, pero aquí en el pueblo nadie la ha preparado. En Guadalajara, Jalisco, ya hay un restaurante que tiene este platillo. Cuando tenga un peso de más, iré en viaje ex profeso a disfrutar de esta sopa y la reseñaré aquí. Hay tal cantidad de sopas y potajes, como regiones, gustos y cocineras y cocineros en el país. No se diga en el mundo. Escapa a mi pálida pluma y comprensión. En una de las varias biografías de “papá” Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura y periodista el cual naufragó en alcohol, se cuenta de la rutina de éste en sus constantes etapas de vida y escritura en Cuba. La estampa es de Norberto Fuentes y el volumen se titula “Hemingway en Cuba”, libro de 1984. Por éste, sabemos que Hemingway se levantaba al alba a trabajar. Escribía de pie cuatro horas seguidas con una botella de champagne en su mano izquierda. Luego, se sentaba a comer reverencialmente una sopa de tortuga licuada y carne de aguja. En este sentón, se vaciaba tres botellas de vino; luego deambulaba, paseaba por la Isla y remataba en el célebre bar “Floridita” y se refilaba alrededor de catorce daiquiris. Luego, para que su casera (Mary Welsh) no lo regañase, regresaba temprano a su morada a dormir la mona. Alguna ocasión probé sopa de tortuga en Isla Mujeres. Hace tiempo, en honor a la verdad. Alejandro Dumas era de buen yantar. Viajó por toda Europa recopilando recetas y claro, comiendo todo lo comestible posible. Lo dejó escrito en su obra portentosa, incluyendo claro está, un libro del cual ya le he dado cuenta aquí, “Diccionario de cocina”, el cual está bien resguardado bajo llave en mi biblioteca porque lo tengo prestado a la vez, de la deslumbrante biblioteca especializada en gastronomía del chef Juan Ramón Cárdenas. Señor lector, no le recuerde esto a mi amigo por Domingo360 opinión Elogio de la sopa 1/2 Una sopa casera aguada. Sería entonces casi feliz por siempre. Si algún día me caso estimado lector, o bien, me quedo con alguna buena mujer –cosa casi imposible, las buenas mujeres al parecer, sólo existen en los sueños y claro, vaya usted a saber qué sueñan o con quién sueñan a la vez las ingratas, no obstante estar acompañadas por uno en mullida cama–, de comer, sólo le pediría una cosa: una sopa aguada. Así de sencillo. Una sopa casera aguada. Sería entonces casi feliz por siempre. No un bistec grande y con enorme hueso, no un guiso barroco, no un chile relleno, no albóndigas al chipotle, no costillas de carnero en su jugo, no… en fin, nada me complace más que una sencilla pero rica sopa aguada. Si antes escribí una diatriba contra la sopa, hoy me reivindico con usted. Cuando las paladeo, me recuerdan mi infancia. Y usted lo sabe porque aquí lo he escrito, mi favorita es una sopa de lentejas. Sería casi feliz comiendo diario una bíblica sopa de lentejas. Insisto, ahora que ya soy viejo y si llega a mi vida la mujer de mis sueños, pues lo único que le pediría para dar mi mano y brazo a torcer, es que sepa cocinar buenas sopas aguadas. Sí acepto. Y es que no obstante el calor y temperaturas infernales que nos asisten, no hay nada mejor que comer una buena sopa al mediodía o bien, ya pardeando la tarde. Y la cocina mexicana es pródiga en potajes y sopas. No todo es chile, tortillas, sal y frijoles. En el libro “Cocina mexicana” del Premio Cervantes, Fernando del Paso y su esposa, Socorro, se cuenta de una “sopa fría de mango.” Ha de estar de escándalo, pero aquí en el pueblo nadie la ha preparado. En Guadalajara, Jalisco, ya hay un restaurante que tiene este platillo. Cuando tenga un peso de más, iré en viaje ex profeso a disfrutar de esta sopa y la reseñaré aquí. Hay tal cantidad de sopas y potajes, como regiones, gustos y cocineras y cocineros en el país. No se diga en el mundo. Escapa a mi pálida pluma y comprensión. En una de las varias biografías de “papá” Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura y periodista el cual naufragó en alcohol, se cuenta de la rutina de éste en sus constantes etapas de vida y escritura en Cuba. La estampa es de Norberto Fuentes y el volumen se titula “Hemingway en Cuba”, libro de 1984. Por éste, sabemos que Hemingway se levantaba al alba a trabajar. Escribía de pie cuatro horas seguidas con una botella de champagne en su mano izquierda. Luego, se sentaba a comer reverencialmente una sopa de tortuga licuada y carne de aguja. En este sentón, se vaciaba tres botellas de vino; luego deambulaba, paseaba por la Isla y remataba en el célebre bar “Floridita” y se refilaba alrededor de catorce daiquiris. Luego, para que su casera (Mary Welsh) no lo regañase, regresaba temprano a su morada a dormir la mona. Alguna ocasión probé sopa de tortuga en Isla Mujeres. Hace tiempo, en honor a la verdad. Alejandro Dumas era de buen yantar. Viajó por toda Europa recopilando recetas y claro, comiendo todo lo comestible posible. Lo dejó escrito en su obra portentosa, incluyendo claro está, un libro del cual ya le he dado cuenta aquí, “Diccionario de cocina”, el cual está bien resguardado bajo llave en mi biblioteca porque lo tengo prestado a la vez, de la deslumbrante biblioteca especializada en gastronomía del chef Juan Ramón Cárdenas. Señor lector, no le recuerde esto a mi amigo por favor. Y usted sabe, Dumas pone a comer a todos sus personajes. En “Los Tres Mosqueteros”, hay un héroe tan glotón (un literal tragaldabas cualquiera), como hábil con el sable y la espada, es Portos, quien tiene en la “sopa de mejillones” su banquete predilecto. Dumas era fanático de la “sopa de cangrejo.” Elogio de la sopa. ¿Cuál es su favorita señor lector? ¿Acaso la mexicana sopa de tortilla? ¿La sopa de fideos? ¿Una nutritiva de pasta, tallarines con pollo? ¿Una infaltable sopa de verduras? ¿O acaso una sopa de tortuga, como ya vimos antes en Hemingway, pero también, protagonista en “La Guerra y la paz” de Lev Tolstoi? Imagino usted a leído a un portugués, Antonio Tabucci, ¿cuáles eran los alimentos, bebidas y sopas preferidas en sus novelas? ¿Cuál era la sopa preferida por un Presidente gringo, John F. Kennedy? ¿Cuál es la sopa protagonista en “Moby Dick” de Herman Melville? Amén de arte, romance, infidelidades y cambio de sexo, ¿cuál era la sopa preferida por Frida Kahlo y Diego Rivera? El tema es largo, sinuoso y sobre todo, apetitoso. Por cierto, el matemático y empresario Miguel Ángel Wheelock, en su reciente viaje a Dubai (Emiratos Árabes Unidos), donde los grifos de agua son de oro, probó una “sopa de melón”, preparada por un chef con dos estrellas Michelin. Un tazón de sopa, de los más caros del mundo. Me cuenta, es un manjar. Le creo. Salpicón /Jesús R. Cedillo l Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.Jesús R. Cedillo. Y usted sabe, Dumas pone a comer a todos sus personajes. En “Los Tres Mosqueteros”, hay un héroe tan glotón (un literal tragaldabas cualquiera), como hábil con el sable y la espada, es Portos, quien tiene en la “sopa de mejillones” su banquete predilecto. Dumas era fanático de la “sopa de cangrejo.” Elogio de la sopa. ¿Cuál es su favorita señor lector? ¿Acaso la mexicana sopa de tortilla? ¿La sopa de fideos? ¿Una nutritiva de pasta, tallarines con pollo? ¿Una infaltable sopa de verduras? ¿O acaso una sopa de tortuga, como ya vimos antes en Hemingway, pero también, protagonista en “La Guerra y la paz” de Lev Tolstoi? Imagino usted a leído a un portugués, Antonio Tabucci, ¿cuáles eran los alimentos, bebidas y sopas preferidas en sus novelas? ¿Cuál era la sopa preferida por un Presidente gringo, John F. Kennedy? ¿Cuál es la sopa protagonista en “Moby Dick” de Herman Melville? Amén de arte, romance, infidelidades y cambio de sexo, ¿cuál era la sopa preferida por Frida Kahlo y Diego Rivera? El tema es largo, sinuoso y sobre todo, apetitoso. Por cierto, el matemático y empresario Miguel Ángel Wheelock, en su reciente viaje a Dubai (Emiratos Árabes Unidos), donde los grifos de agua son de oro, probó una “sopa de melón”, preparada por un chef con dos estrellas Michelin. Un tazón de sopa, de los más caros del mundo. Me cuenta, es un manjar. Le creo. Salpicón /Jesús R. Cedillo l Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.Jesús R. Cedillo