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En el Palacio de Kawabata
Hace semanas se cumplieron los primeros 45 años de la muerte (se suicidó, como casi todo buen escritor, como decenas de éstos en el mundo) del esteta japonés Yasunari Kawabata (1899-1972). Para mayores señas, Nobel de Literatura él, de los más grandes no sólo de su país insular, sino del mundo todo. Por cierto, con éste esteta también se cumple mi tirada de naipes de la cual aquí le conté en “Café Montaigne” en lunas pasadas: los escritores mueren en abril. Un 16 de abril de 1972 y con las llaves de gas abiertas, murió por inhalación tóxica. Todos coinciden: suicidio.
En una de las más bellas ficciones del japonés Yasunari Kawabata, “El Palacio de las Bellas Durmientes”, viejos libertinos se entregan a un vouyerismo enternecedor al contemplar a lolitas dormidas, sin poder tocarlas ni mucho menos osar interrumpir tan plácido sueño, ficción la cual serviría para redondearla en un más acá latino cuando Gabriel García Márquez la reescribió como “Memorias de mis Putas Tristes”,
Kawabata dice: “La belleza alcanzada por los senos de la mujer ¿no es la gloria más resplandeciente de la evolución de la humanidad?”, aquí, en este breve verso, se hace presente una de las características más destacadas del narrador nipón: el uso de las sensaciones, lo que en retórica se conoce como un tropo, la sinestesia: aquí se presenta una “gloria resplandeciente”, como luego se presentará un verde chillón o lo que en San Juan de la Cruz, creo recordar, será su “soledad sonora (cito de memoria, pero la figura es válida)”. Aquí el narrador apuesta por los senos, los pezones que se convierten en melocotones.
El té, los hemos visto en la columna dominical de “Salpicón”, para los orientales y para los ingleses no es una bebida más, sino motivo de vida y cultura. Beber té es una ceremonia para los orientales. Y esta afición, placer y vicio a la cual rápido accedemos, es motivo de devoción, mientras uno se entrega a escuchar y ver pasar el mundo, como el agua quieta en una ciénaga de una novela corta poderosa y única: “Mil Grullas”, del Nobel Yasunari Kawabata. ¿Cuál es la trama de este opúsculo, cuál es el argumento donde se baten alas como grullas? En la ciudad de Kamakura, una mujer especialista en la ceremonia del té, no sólo mezcla infusiones y yerbas en aromáticos pocillos y teteras de rancia estirpe, hace también un amasijo de relaciones donde, al manipular los objetos cuasi sagrados para dicho culto, teje la lujuria y el erotismo en torno a ella, a un joven el cual hereda la pasión de su padre por el té, a la amante de éste, el suicidio de ella y posteriormente, el posible suicidio de la hija de la Señora Ota, la amante de ambos. Ah.
ESQUINA-BAJAN
Kawabata explora el deseo, la sensualidad, la lujuria, los remordimientos; es decir, aquello que rodea a la esencia humana (siempre, entre mezquina y angelical), pero el plus es precisamente el andamiaje, el fantasma el cual recorre toda la novela: la ceremonia del té, algo que en Japón es de corte divino. De entre el vuelo de grullas, gorriones y palomas, al levantar acrobacias esta parvada de aves-poemas compuestos por una poetisa del Siglo 17, Yukiko Akakura, hay un haikú volátil y eterno el cual ha venido a mi memoria: “La incertidumbre de la tormenta / finca su vaho en el / tazón humeante del té. Amanece”.
Beber una taza de té equilibra el espíritu y da templanza al alma. A la mesa, un hombre y una mujer se sientan y pueden pasar horas interminables hablando del amor, de la amistad, la vida, la muerte; es decir aquello lo cual engloba toda la existencia. No hay otro tema, señor lector. Mientras murmulla el agua en la tetera de hierro verduzco, uno se aficiona a beber té verde con pequeños trozos de frutas los cuales vuelven a cobrar vida al hidratarse. En “Mil Grullas”, Kawabata al hablar sobre la milenaria ceremonia, realmente habla sobre ese Japón tradicional el cual se ha venido erosionando, engullido por lo urbano y divorciado de aquellos templos y nichos donde este viejo culto es metáfora de regresar a lo maternal y único.
Pero también, la narrativa de Kawabata se detiene morosa en la manipulación de los objetos de arte con los cuales el ritual del té y otros temas exquisitos, adquieren tintes magníficos: como al deletrear una tetera Oribe, una jarra Shino, los tazones Raku: negro-rojo, tazones hombre/esposa, un cielo que presagia tormenta… a esto, y como los occidentales todo quieren sujetar en corsés académicos, se le bautizó como “Nueva escuela de las sensaciones”. Otros de sus textos traducidos al español son “País de Nieve”, “Lo Bello y lo Triste”, “Historias de la Palma de la Mano”.
LETRAS MINÚSCULAS
Se le ha otorgado el Nobel a un japonés avecindado en Inglaterra, Kazuo Ishiguro. Caray, prefiero a Kawabata.