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¡En este instante y sin demora!
Para Carlos, mi hijo. ¡Felicidades!
Dice Bauman: “En nuestros días, toda demora, dilación o espera se ha transformado en un estigma de inferioridad. El drama de la jerarquía del poder se representa diariamente (con un cuerpo de secretarias cumpliendo el papel de directores de escena) en innumerables salas de espera en donde se pide a algunas personas (inferiores) que ‘tomen asiento’ y continúen esperando hasta que otras (superiores) estén libres ‘para recibirlo a usted ahora’. El emblema de privilegio (tal vez uno de los más poderosos factores de estratificación) es el acceso a los atajos, a los medios que permiten alcanzar la gratificación instantáneamente. La posición de cada uno en la escala jerárquica se mide por la capacidad (o la ineptitud) para reducir o hacer desaparecer por completo el espacio de tiempo que separa el deseo de su satisfacción. El ascenso en la jerarquía social se mide por la creciente habilidad para obtener lo que uno quiere (sea lo que fuere eso que uno quiere) ahora, sin demora”.
Cierto: en esta época la lógica es obtener lo que uno quiere sin “pérdida de tiempo”, “toda demora, dilación o espera se ha transformado en un estigma de inferioridad”; pero, cuidado, correr tiene sus riesgos, uno de ellos es la posibilidad de extraviar el sentido del rumbo; las prisas, paradójicamente, generan distracciones que luego se pueden convertir en “sin sentidos” y frustración.
LA FÁBULA
En este contexto, muchas personas posiblemente conocen la vieja fábula de la liebre y la tortuga, que trata de una competencia de carreras entre estos incomparables animales. En el cuento todos los observadores le apuestan a la liebre, pues es bien conocida por su rapidez y obviamente la pobre tortuga es considerada como el animal más lento del reino animal. Pues bien, la liebre confiada en sus habilidades y facultades naturales, habituada a la prisa y a la distracción, durante la carrera se burlaba constantemente de la lenta tortuga y ante el público animal hacía continuamente mofa de ella: se acostaba en el camino y dejaba que la pobre tortuga tomará ventaja, para luego rebasarla sin la mayor dificultad, disfrutando del aplauso de la muchedumbre.
Por su parte, la tortuga ignoraba todo lo que a su alrededor sucedía, especialmente hacía caso omiso de las burlas de la liebre y así, pausadamente, continuaba su marcha con voluntad y persistencia. Sin detenerse. La carrera continuó hasta que llegó un momento en que la liebre no calculó del todo bien la osadía de darle una ventaja excesiva a su competidor.
La liebre corrió con todas sus fuerzas para alcanzar a la lenta tortuga, pero todo fue en vano, cansada se percató como la pequeña y torpe tortuga arribaba, sin problema alguno, a la meta, ganando la carrera y el reconocimiento de todos los demás animales. Mientras la soberbia liebre no encontraba lugar para esconder su bien merecida vergüenza.
MORALEJA
Esta fábula normalmente se utiliza para enseñar el valor de la paciencia y la determinación. Pero este cuento también tiene otras reflexiones.
Por ejemplo, también puede referir que correr por la vida, como la liebre, es signo de vivir movidos por conquistar objetivos materiales, demostrando a los demás las “ventajas” y atajos que solo pueden hacerlo las personas que tienen posiciones privilegiadas, hasta llegar a ignorar lo auténticamente valioso como lo intuye una antigua leyenda china:
“En una ocasión un grupo de ancianos cultos se reunió para intercambiar su sabiduría y tomar té. Cada anfitrión buscaba las variedades de hojas de té más caras y exquisitas para hacer con ellas exóticas mezclas que provocaran la admiración de los invitados. Cuando correspondió invitar al más venerable del grupo, sirvió la infusión con una ceremonia sin precedentes sacando el té de una caja de oro. Los gastrónomos congregados alabaron aquella exquisita bebida, muy impresionados por el envoltorio en donde el viejo sacaba el extracto. El anfitrión sonrió diciendo: “el té que habéis hallado tan delicioso es el mismo que toman nuestros campesinos. Ojalá esta experiencia nos recuerde a todos que las mejores cosas de la vida no son necesariamente las más raras ni las más costosas”.
Tanta rapidez nos hace olvidar los momentos que realmente valen la pena en la vida, despreciar los frutos que provienen del esfuerzo, de lo alcanzado gracias el impulso de los anhelos internos, también puede ocasionar perder el aprecio por los detalles y obviar las miradas de los otros.
Las carreras provocan que perdamos los gratos momentos del proceso, pero también el poder que ejercen en nuestra voluntad las dificultades e infortunios esos que, al superarlos, nos brindan auténticas e inolvidables aprendizajes y gratificaciones.
MÁS HACE…
Tal vez ignoramos que, en muchas ocasiones, las posesiones son consecuencia de la cuna en que nacimos, o corolario de un regalo de la naturaleza -como el caso de la liebre que no hizo nada por tener su don de correr rápido- y este desconocimiento nos induce a despreciar a la gratitud; optando, más bien, por la vanidad, hasta llegar a despreciar las realidades en la que viven otros seres humanos.
Francisco de Sales al respecto afirma: “Algunos hombres se vuelven orgullosos e insolentes porque montan un hermoso caballo, usan pluma en el sombrero o se visten con finas prendas. ¿Quién no advierte el error de esto? Si en tales cosas hay alguna gloria, esta pertenece al caballo, al ave y al sastre”.
Abraham Lincoln, por su parte, escribió: “infinidad de veces he caído de rodillas ante la abrumadora convicción de no se abría ante mí camino alguno. Mi propia sabiduría, y la de todos los demás, me parecía insuficiente para ese día”. Pero continúo luchando y, posiblemente gracias a los infortunios y a su astronómica paciencia, finalmente logró alcanzar sus objetivos.
SER TORTUGAS
Si fuéramos más tortugas y menos liebres posiblemente veríamos transitar el sol durante las diversas horas del día y aprenderíamos que tenemos solamente el segundo que respiramos y lo que en él forjamos. Si fuéramos más tortugas y menos liebres seríamos humildes, menos impacientes y quizá dejaríamos a un lado la competencia que nos hace incompetentes y, de paso, aprenderíamos que la fuerza en una comunidad se encuentra en la cooperación, en la suma de habilidades y voluntades de las personas que la conforman, más que en esa rivalidad que aparentemente genera éxito.
Si fuéramos más tortugas que liebres apreciaríamos más los contenidos y menos las formas; veríamos más amaneceres, más ventanas abiertas que puertas cerradas. Amaríamos más a la naturaleza y menos lo desechable. Si fuéramos un poco como la tortuga tendíamos tiempo de pensar, de gozar, de observar, de reflexionar y crear y darnos cuenta que tenemos más razones para dar gracias y menos por las cuales quejarnos. Entonces, gozaríamos más y lloraríamos menos.
Si aprendiéramos a ser más tortugas y menos liebres disfrutaríamos de los pequeños detalles y del milagro renovado de la existencia; viviríamos menos preocupados por el dinero, las posiciones y por los éxitos o fracasos. Seríamos más plenos.
No soy ingenuo: nos encanta ser fabulosas y rápidas liebres. No nos fastidia esperar. Nadie quiere ser como la humilde y persistente tortuga, no deseamos sentir la existencia pasar pausadamente sobre nosotros. No le apostamos a la tranquilidad, ni nos interesa saborear los sabores, tampoco admirar el lento amanecer y carecemos de tiempo para admirar en las noches la inmensidad del cielo estrellado.
En nuestra apretada y apresurada agenda no hay espacio para degustar la vida pausadamente, sus espacios están repletos de intenciones para conseguir gratificaciones y “cosas” que puedan ser compartidas en las redes sociales, que puedan consumarse al instante, sin demora; gratificaciones que pronto puedan ser olvidadas para dar cabida a lo nuevo que venga y todo lo contario a esta forma de pensar, es signo de fracaso, vejez, improductividad e inferioridad, porque vivimos bajo la peligrosa creencia que “el tiempo es dinero”, pero no necesariamente vida, paz o asombro.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo