En la tierra, la semilla

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En la tierra, la semilla

Llegó la Navidad en forma de redondas naranjas. En aromas de dulces mandarinas. En los churros que han de ofertarse en la Plaza Primero de Mayo, sobre la calle Castelar, donde se une a la colorida algarabía que integran el heno gris, el verde, los pinos plateados, los de color verde soldado y aquél casi solitario, pero igual de entusiasta, en un desafiante rosa pálido.

La víspera de Navidad, en la sonrisa de los niños que con júbilo eligen el nuevo integrante para el Nacimiento; en la desinhibida manera de ofrecer la mercancía de esta niña de nueve años que presenta el precio de las cajas de musgo y heno con la seguridad de quien sabe lo trabajoso que resultó recolectarlo en lo alto de la sierra, aferrado a la humedad en las zonas húmedas.

Las “luces” son ofertadas de variadas maneras: unas con la novedad, explica el vendedor, de presentar una más amplia gama de piezas musicales. La otra, con mayor espectro de destellos. En el puesto anexo, las figuras principales del Nacimiento, los principales protagonistas, Jesús, María y José, destacan por su tamaño. Volvieron las piezas elaboradas con barro, cuando el año pasado imperaban las hechas a base de desvaído y tristón plástico rosado. Sigue ahí la presencia de las figuritas de hacendosas mujeres palmeando tortillas, que dan un toque bellamente mexicano al Nacimiento.

Habrá detalles especiales en el Nacimiento con las figuras de animalitos que vienen más estilizadas: minúsculos elefantes (en paradójico contraste), acompañados de otras piezas que tradicionalmente componen el cuadro: patos, peces, borregos, así como los infaltables pastores ermitaños, ángeles y diablos (un poco alejados del resto, estos últimos).

“Qué suerte tendrá este pastor”, dice un niño, sonriendo. “Será el primero en llegar a Belén”. Así lo asegura mientras sostiene en sus manos la figura de un campesino a la que le han adosado media docena de pequeñas ovejas. Pasa por el lugar un pequeño de tres años que alcanza a tomar la colorida figura de un pez colocado en un estanque. “No se toca”, se asusta la madre cuando el pequeño está a punto no únicamente de tocarlo, sino de llevárselo consigo, arrastrando además el contenido completo del estanque y una cuadra de caballos.

Los pinos que han llegado de la sierra inundan de frescos aromas del campo. Aun estando en una plaza arbolada, la atmósfera se llena del aire serrano. Son los vientos que nos llegan desde arriba y que se funden también en la ciudad gracias a la presencia del musgo, recién cortado y recién humedecido.

Algún niño tararea las canciones de temporada. Lo sigue la madre mentalmente, mientras atraviesan la zona que los conduce, ahora con el resto de la familia, hacia el área cálida de la ropa de invierno: gorros que llevan impresas figuras de caricaturas o de animalitos; guantes y orejeras, son en ese momento la última estación del mercadito.

Cuando el niño elige unos guantes, la vendedora, con espíritu navideño de buen grado, le invita a probarse otros más pequeños, aunque la venta será menor, pues los antes elegidos son para adultos. El niño sale de ahí feliz con orejeras y guantes, dispuesto a probar lo que había visto antes: los churros calientes que le esperaban en una estación inmediatamente anterior. Papeles decorativos y papeles para regalo completan los objetos en venta.

Una época en la que se acentúan los agradecimientos. Y cabe uno especial en estas líneas: el que debemos a la tierra, de donde todas estas maravillas proceden: el campo. La tierra que habitamos y a la que tanto debemos. Una época para estar agradecidos con ella, con la que nos procura de tanto bienestar y con la que nos topamos muy de cerca cada día en estos días en que todos parecemos iguales a todos.

Musgo, heno, pinos, barro. Todo ello que enlazado, en un conjunto entrañable, nos ofrece una estampa idílica del Nacimiento de quien enseñó con su bondad a compartir y a dar. En la tierra, la semilla.