Enseñanzas por la pandemia ¡Desde casa!

Usted está aquí

Enseñanzas por la pandemia ¡Desde casa!

ESMIRNA BARRERA
El confinamiento ha permitido comprobar que, desafortunadamente, habíamos vivido en una sociedad desagradecida

En memoria de mi madre a un año de su partida

 

La acción de agradecer es una cualidad del alma que, desafortunadamente, es poco practicada o deliberadamente desdeñada, especialmente cuando tiene que ver con los “pequeños” servicios que cotidianamente recibimos y que los damos por hecho.

Me refiero también a lo que sucede en nuestros propios hogares (desayuno, ropa limpia, casa limpia, etc.), sin percatarnos que estos servicios guardan la sabiduría que mencionaba Bernanos: “las cosas pequeñas, que parecen de ningún valor, son las que dan la paz. La pequeña llave del detalle abre más corazones de lo que imaginamos”, y esto sencillamente porque estas “pequeñeces” no aportan contabilidad económica.

El confinamiento ha permitido comprobar que, desafortunadamente, habíamos vivido en una sociedad desagradecida. La “hiperactividad”, el materialismo y el exagerado consumismo generaron un asilamiento interpersonal que nos volvió ciegos. Dejamos de ver el rostro de los otros, inclusive de aquellas personas que deberíamos siempre agradecer.

EL PRECIO DE LA TABLA

Pareciera que cuando de agradecer se trata se confunden los medios con los fines como la historia que comenta el dramaturgo alemán Christian Friedrich Hebbel (1813-1863) refiriendo a ese náufrago que, estando a punto de ahogarse, recibe ayuda de un desconocido que le lanza una tabla para que pudiera salvar su vida y que luego, ya seguro, el náufrago se dirige a su benefactor para preguntarle el precio de la tabla  porque se encontraba muy agradecido y deseaba pagársela, olvidando que su bienhechor no le había regalado un trozo de madera, sino la vida misma.

El náufrago olvidó que existe una categoría superior de servicios, los cuales, no pueden saldarse salvo devolviendo lo mismo o algo similar, o bien, reconociendo y valorando, desde el corazón, la generosidad y el afecto recibido sabiendo que, sencillamente, hay actitudes de grandeza y servicios para las cuales es inexistente el valor monetario que cubra la deuda que derivan, como es el caso de lo a continuación se narra.

2,103 DÍAS

Viene otra historia: el capitán Charlie Plumb voló el jet Phantom F-4 en 74 misiones de combate en Vietnam, desgraciadamente en su misión número 75, a escasos cinco días de volver a casa fue derribado, capturado, torturado y encarcelado durante 2103 días. Plumb estuvo casi seis años en cautiverio.

EL DESCONOCIDO

Con este antecedente Charlie Plumb comenta un episodio que le cambió la vida: “Me encontraba sentado en un restaurante en la ciudad de Kansas, cuando me percaté que un hombre, que se encontraba comiendo a dos mesas de distancia de donde yo me encontraba, me miraba atentamente. De pronto, él se paró y camino hacia mi mesa y, señalándome con su dedo, me miro y dijo “¡usted es el capitán Plumb!”, yo lo miré y respondí “sí señor, yo soy el capitán Plumb”.

Él prosiguió: “usted voló aviones de combate en Vietnam, estaba asignado al portaavión Kitty Hawk, le dispararon y lo derribaron, entonces se lanzó en su paracaídas para caer en manos del enemigo y así tuvo que pasar seis años da como prisionero de guerra en una prisión comunista.

Entonces –continua Plumb- le pregunté: ¿cómo sabe usted todo eso?, y el hombre respondió “porque yo fui la persona que plegó y empacó su paracaídas”.

Me quedé sin palabras, me puse de pie y le tendí la mano en agradecimiento, me correspondió efusivamente diciendo las palabras adecuadas: “creo que su paracaídas funcionó”. Sí, señor, de hecho, lo hizo muy bien, le contesté; y ahora que lo veo debo decirle que he dicho un sinnúmero de oraciones de gratitud por sus ágiles manos, pero nunca pensé que tendría la oportunidad de expresarle mi agradecimiento personalmente”.

Entonces él preguntó “¿estaban todos los paneles en su lugar?” Bueno señor, debo ser directo con usted, le dije, de los 18 paneles que se supone tiene ese paracaídas, solamente quince funcionaron, tres de ellos se desgarraron, pero no fue su culpa, fue la mía, pues salté del avión a gran velocidad y muy cerca de la tierra provocando que las costuras del paracaídas se arruinaran. Insisto, no fue la manera en que usted los plegó, concluí.

Luego le hice la siguiente pregunta: ¿lleva usted cuenta de todos los paracaídas que ha plegado? No, respondió: “para mi es suficiente satisfacción sólo saber que he servido bien”.

Esa noche no pude dormir. Me quedé pensando en ese hombre. Me preguntaba la manera en que esa persona se vería con el uniforme de guerra de la Marina, me cuestioné cuántas veces pude haber pasado a su lado y ni siquiera le dije “buenos días” o “¿cómo estás?”. Y todo porque yo era un piloto de caza soberbio y él era simplemente un marinero de menor rango, invisible a mis ojos.

Me pregunté ¿cuántas horas pasó en las entrañas del navío trabajando laboriosamente en la larga mesa de madera en la cual los marineros revisan, zurcen y pliegan los paracaídas de sedas para luego empacarlos? Actividad tal vez humilde, pero de la cual dependen vidas de personas que no conocen, como la mía. Posiblemente, su presencia pudo haberme pasado desapercibida… Hasta que un día ese marinero plegó y empacó mi paracaídas.

Entonces, concluye Plumb, la pregunta filosófica es siguiente: ¿cómo está plegado y empacado tu paracaídas el día de hoy? ¿Quién te brinda la fuerza en tiempos de necesidad? Y quizás, lo más importante ¿quiénes son las personas especiales en tu vida que te proporcionan el estímulo que necesitas cuando las cosas van mal? Tal vez, es el momento ahora mismo para dar a esa gente una llamada y agradecerles por plegar y empacar tu paracaídas.” (https://www.youtube.com/watch?v=k2t0E-yaHNs)

UN ESPACIO

La historia narrada por Plumb refiere la imperiosa necesidad de reconocer a las personas que realizan trabajos o actividades aparentemente “menores” desde la perspectiva que el trabajo vale por quien lo hace, no lo que se hace, pues el trabajo siempre será un quehacer significativo que afianza la identidad de toda persona, inclusive su trascendencia.

El trabajo es un espacio para el desarrollo existencial que ofrece la oportunidad de dar algo de uno mismo a los demás, como valores de creación, amor y solidaridad; pero también esta actividad humana ha de entenderse desde el ámbito de la responsabilidad, pues toda labor emprendida, sin importar cuál sea, tiene implicaciones y desenlaces (como es el caso del marinero si hubiese plegado mal el paracaídas).

TABLA SALVAVIDA

Bueno sería que todos los días, especialmente estos días de encierro, reconociéramos a las personas que pliegan nuestros personales paracaídas para sencillamente agradecer, sabiendo que no se requiere decir nada especial, solamente provocar que esa persona se sienta apreciada. Valorada. 

Bueno sería reflexionar si acaso somos agradecidos de palabra y gesto con nuestra familia, con las personas que nos aman y amamos, pero también con los colegas, amigos, maestros, jefes y con toda persona que encarna algún servicio, por más pequeño que sea, y de los cuales somos beneficiarios.

Bueno sería considerar que estos pequeños gestos, que se caracterizan por trascender lo económico, para muchas personas son precisamente como “tablas salvavidas” que les pueden servir para recuperar lo perdido, para salir de la desesperanza, para renovar el sentido de su trabajo, inclusive el valor de su existencia.

Bueno sería hacer lo mismo que otros hacen: abrir la puerta del auto para colocar el mandado, dar palabras de aliento, llevar comida a los desamparados, acomodar esa silla, abrir la puerta, servir un café, regar esa flor, colocar los cubiertos en la mesa, o sencillamente saludar. Porque al  saber servir se saber vivir.

CUESTIONAMIENTOS

La abundancia de la gratitud nace en el momento que tenemos la actitud de la generosidad y mencionamos, desde la profundidad del corazón, una palabra mágica que brinda alegría a quien la recibe y paz a quien la pronuncia: ¡Gracias!

Especialmente en estos tiempos del COVID-19, reflexionamos ¿Qué personas pliegan nuestros paracaídas? Pero vayamos más lejos… ¿A cuáles personas deberíamos plegarles sus paracaídas todos los días?

Preguntas fundamentales que moralmente estamos obligados a contestar y actuar en consecuencia si verdaderamente deseamos vivir sin remordimientos.

Desde casa, individualmente, podemos hacer milagros, solo basta agradecer. Y en esto ¡no hay que guardar distancia!