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‘Epigramática’
Todo cambia, muta y se transforma. Ley de la vida, sin duda. Ley de la química y la física. ¿Debemos ajustarnos a toda evolución y salir de nuestros corsés tal vez antiguos y avinagrados? No lo sé. Usted tendrá su mejor opinión al respecto. Lo anterior, este breve liminar, viene a cuento porque en uno de los viajes últimos que realicé di en una librería de Querétaro con un libro editado por la UNAM, donde su materia de preocupación es una: el lenguaje, la lengua escrita. El volumen es compilación de Ignacio Díaz y es un grueso volumen donde se da cuenta de una famosa columna publicada en la revista “Tiempo”, dirigida en ese entonces por el mismísimo maestro, don Martín Luis Guzmán, uno de mis escritores más admirados.
La columna se llamó “Epigramática” y se publicó en dicha revista de septiembre de 1953 a mayo de 1962. ¿Cuál era el tema de dicha columna que ahora se recopila en este volumen de idéntico nombre? El uso, conocimiento y puesta en práctica de manera correcta del idioma español. De hecho, la columna se dedicaba a destripar al prójimo, a los redactores de periódicos, revistas y a los locutores de radio donde se daba cuenta del pésimo empleo del idioma, cayendo su uso en maneras poco elegantes y poco concisas; o de plano se criticaba la incultura lingüística de los redactores, columnistas y reporteros que enseñaban una pobreza e insuficiencia de miedo y espanto al momento de dejar el idioma en letra redonda.
La columna, repito, se llamaba “Epigramática” y sin duda hoy estaría más que bienvenida en cualquier medio de comunicación debido a los terrenos pantanosos, líquidos y volátiles en que se redacta en los medios impresos de hoy, plagados de barbarismos, slang norteamericano, pochismos; si no es que de plano la corrupción y descomposición del lenguaje español casi muerto. Internet y las redes sociales, usted lo sabe, han venido a podrir lo anterior. Lo siguiente es ubicuo, una frase de terror: “Ola k ace?” Tan sólo de escribirla se me eriza la piel y el esqueleto, pero bueno, decíamos al inicio que todo está vivo y muta, cambia, como lo es también el lenguaje.
Y usted lo recuerda, en estas páginas la maestra doña Lucía Teissier era quien siempre ponía el acento en estas cuestiones. Ella era la mejor prueba de que el idioma español bien escrito sabe cantar y contar. Le decía de este libro, el cual estoy disfrutando harto, tenía como una finalidad también mostrar los gazapos y errores escritos, yerros de aquel tiempo que siguen siendo los mismos que no pocas veces leemos en este cibernético tiempo de premura, rapidez y ortografía inexistente en las redes sociales.
ESQUINA-BAJAN
Pongo dos ejemples rápidos en los cuales la columna se detiene y que, con el paso del imbatible tiempo, dichos términos terminaron por entrar en nuestro vocabulario cotidiano y echaron raíces. Al retomar dicha columna de crítica ácida que un redactor escribió: “Lilia Prado es una estrella de belleza glamorosa” (1953), el avispado epigramista dice y diserta con suficiencia: “… glamer y glamour son corrupciones escocesas de los vocablos gramarye y grammar, aclimatadas por sir Walter Scott en la literatura británica. Primitivamente ambas palabras significaban ‘gramática’, tomaron luego los sentidos de ciencia, ciencia oculta y hechizo. La segunda: glamour, se popularizó en los EEUU. De ella viene el pochismo “glamorosa”, que sencillamente corresponde a hechicera.”
Caramba, los tiempos han mutado y cambiado notablemente. Hoy glamour ya está aceptada por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y el adjetivo “glamoroso” se aplica o define a un “encanto sensual que fascina.” Sin duda, el lenguaje es un ente vivo y como tal se nutre, avanza, también retrocede, pero ahora con Internet y las redes sociales, la lengua española se ve acorralada ante términos y situaciones como mandar besos por whatsApp, intercambiar “memes”, “emoticones”… y toda esa suerte de acciones, términos y lenguaje utilizado por jóvenes. Por lo pronto, la bella Lilia Prado, pues sí, lucía glamorosa y hechicera.
Segundo punto. Si usted, señor lector, va al restaurante a merendar con su novia en turno y al pedir servicio y cuenta ¿a quién se lo pide: a una mesera si acaso en dicho restaurante el servicio es femenino? ¿Es correcto aplicar dicho término, mesera? ¿O lo correcto es camarera? El epigramista (¿Martín Luis Guzmán, mismo?) se divierte mucho cuando en una nota periodística lee que “(zutano y mengano) estaban bajo los efectos del alcohol”, el anónimo redactor y aguafiestas se ríe a carcajada abierta y afirma: se debe de escribir o decir lisa y llanamente, “estaban ebrios.”
LETRAS MINÚSCULAS
Agrego de mi pálida cosecha, como decimos en Chiapas, “estaban bolos”. Libro de colección.