Hay algunos ingenuos que piensan que el golf es un juego. No conocen la versión completa de la Biblia. En el tercer capítulo del Génesis, cuando el Señor maldijo a Adán por haber comido el fruto prohibido, se lee esto:
“...Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del fruto prohibido, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y ganarás el pan con el sudor de tu frente. Ah, y aparte tendrás que jugar golf...”. (3:17 y17bis).
Eso de que el golf es un castigo lo aprendí cuando tomé la primera -y única- lección de ese endiablado “juego”. La recibí de Rafael “la Wipa” Quiroz, extraordinario profesional del golf. La clase duró solamente media hora, pero al día siguiente me dolían músculos que ni siquiera sabía yo que tenía. Entonces supe que el golf no es un juego, ni un deporte, ni un modo caro de jugar canicas, como dijo Chesterton. Es una tortura inventada por alguien que dudaba de la existencia del infierno y quería que los hombres pagaran sus culpas en la tierra. O en el agua. O en la arena. O en el rough.
Una señora le decía a su marido, que se disponía a salir al club de golf:
-Llévate al niño, Hoganio. A él también le gusta mucho jugar en la arena.
No me explico por qué nadie ha advertido la profunda influencia que el golf puede tener para elevar el espíritu religioso en las personas. Si muchos golfistas de domingo por la mañana reconocieran lo mal que juegan, mejor se irían a misa.
El golf, en efecto, es un tormento. Hay quienes empiezan a jugar golf para olvidarse un poco del trabajo, y al poco tiempo empiezan a trabajar de veras para olvidarse un poco del golf. El golf puede llegar a convertirse en un problema existencial. Llega a su casa un señor y le dice a su esposa:
-Te traigo dos noticias, una buena y una mala. Primera: por fin fui admitido en el club de golf
Pregunta la señora:
-¿Y cuál es la buena noticia?
No hay nada como el golf para aprender a controlarse uno mismo. Ese autocontrol es importante, sobre todo tratándose del caddie de un jugador malo. Autocontrol. He ahí la clave. Un domador de animales era fanático del golf, y entrenó a un gorila para hacerlo golfista y poder jugar con él. Le tomó mucho tiempo y mucho esfuerzo, pero al fin consiguió que el gorila aprendiera a hacer correctamente el grip y el drive. Cuando el hombre consideró que el gorila estaba ya suficientemente instruido se presentó con él en el campo. Una numerosa concurrencia había acudido a ver la actuación del gorila golfista. Su presencia fue saludada con aplausos, que el animal agradeció modestamente tocándose la visera de la gorra. En medio del profundo silencio de la multitud el gorila hizo su primer tiro, un poderoso golpe de 497 yardas. La pelota quedó a tres yardas del hoyo. Una ovación saludó la hazaña del primate, que otra vez agradeció el aplauso con un saludo amable. La muchedumbre siguió al gorila hasta donde se hallaba la pelota. El entrenador, que hacía de caddie, le entregó el putter. Y el gorila hizo su segundo tiro. Otra vez de 497 yardas.
Una cosa recomiendo siempre a los golfistas: perseverancia. El buen jugador jamás se rinde a la mitad del campo, aunque ande en su peor día. Es hasta peligroso interrumpir el juego. Un cierto golfista estaba jugando tan mal que decidió suspender el juego en el hoyo cinco y regresar a casa antes de tiempo. Al llegar encontró a su esposa en trance de carnalidad y de fornicio con el vecino. Antes de que el golfista pudiera articular palabra le dice la mujer a modo de explicación:
-Tú tienes tu hobbie; yo tengo el mío.
Lo dicho: el golf es un “juego” infernal.