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Esos polacos...
Alguien dijo que la política es el teatro, el cine y la televisión de aquellos que por ser gordos, calvos, feos, o por no poder aprender sus líneas bien, no pueden estar en el teatro, el cine o la televisión.
Hay excepciones, desde luego. Por ejemplo, Kennedy. Bien pudo ser actor como su cuñado Peter Lawford. Y ¿qué decir de Jacqueline? Cuando Gorbachev hizo su primera visita a Nueva York, un sesudo redactor de The New Yorker le preguntó qué habría pasado si Kruschev hubiese sido asesinado en vez de Kennedy. Respondió Gorbachev:
–En ese caso no creo que Onassis se habría casado con la señora Kruschev.
Kennedy fue muy afortunado con las damas. Alguna vez quizá conoceremos la historia de sus devaneos y nos sorprenderá que el desdichado Presidente no haya muerto de extenuación mucho antes de su fatal visita a Dallas. Sin embargo, no creo que sus grandes éxitos con las mujeres se hayan debido fundamentalmente a su apostura, y tampoco a su dinero, sino al poder que la política le dio. Henry Kissinger era feo con efe de ¡futa!, hablaba con voz de sapo y aburría más que un informe de gobernador. No obstante eso la nómina de sus conquistas amorosas es más larga que la de sus logros diplomáticos. Y es que el poder –la frase es del propio Kissinger– actúa en algunas mujeres como un afrodisíaco. De senador p’arriba no necesitas ya tener un convertible o un penthouse.
Los políticos saben explicar las cosas. Alguien le reprochó a un asesor de Nixon, Alexander Haig, el hecho de que fumara puros cubanos, siendo que él mismo había recomendado no comprar ningún producto de Cuba a fin de ejercer presión sobre Fidel.
–Fumar puros cubanos –dijo Haig– no es favorecer a Castro: es quemar sus cosechas.
En cierta ocasión los periodistas le preguntaron a Bernard Landry, ministro de Finanzas de Quebec, por qué entregaba fondos a la Sinfónica de Montreal en vez de dedicarlos a fortalecer a los Expos, el equipo de beisbol de la provincia. Contestó monsieur Landry:
–Compare usted lo que gana un violinista con lo que gana un pitcher, y tendrá la respuesta.
Cuando formé parte de la redacción de The Sacramento Bee, centenario periódico de California, Ronald Reagan, entonces gobernador de ese Estado, negó haber dicho en un discurso algo que The Bee había publicado. El reportero que escribió la nota lo hizo escuchar la grabación de sus palabras.
–Repito que yo no dije eso –insistió Reagan ante nuestro asombro–. Simplemente leí lo que otro escribió para que yo lo leyera.
Por eso no le faltaba razón a Gloria Steinem, campeona del feminismo americano. Manifestó una vez:
–Si algo tiene llantas o testículos, te dará problemas.
Nos apenó bastante –hablo de los mexicanos– el oso que hizo Fox en Madrid cuando dijo aquello de “José Luis Borgues”. La verdad es que en todas partes se cuecen habas. Una vez, en una ceremonia en Washington, el senador Jesse Helms dio la bienvenida oficial a “Kim Jong Segundo, líder de Corea”. El nombre de ese señor es Kim Jong Il. (I ele). Algo semejante le sucedió al legendario maestro de ceremonias que al leer ante el micrófono la hoja que le habían dado vio el nombre de don Miguel Hidalgo y Costilla, y dijo:
–Rendimos homenaje en este acto a don Miguel Hidalgo y... y su distinguida esposa.