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Espléndida remodelación
Tres pavorreales aguardan su recuperación en una de las instalaciones del Museo de las Aves de México. Dos, multicolores; uno más, blanco completamente. Lucen hermosos y dotan de alegría el área del jardín. En este mismo sitio hay resguardados también un par de aves más recogidas por el Museo y que reciben la atención profesional necesaria para volver a su hábitat en cuanto estén restablecidos. Fuera de las instalaciones ideadas especialmente para el resguardo de estas aves, se observa un par de palomas que beben agua de un pequeño lago artificial.
Con la reciente renovación en sus espacios, el Museo de las Aves ha quedado magnífico. Una espléndida museografía en la que es posible adentrarse en el hábitat de las aves; el reconocimiento de cada una de ellas; su origen y sus características, ofrece al visitante una estancia sumamente agradable e instructiva. A ello agregamos la profunda preparación de los guías, niños y adolescentes, quienes no sólo poseen el conocimiento, sino la pasión para transmitirlo.
La tecnología de punta se hace presente en el Museo a través del uso de dispositivos electrónicos que son el deleite de los niños y jóvenes. Una pantalla, tan larga como una pared, presenta, casi al inicio del recorrido, un documental del origen de las aves en cortometraje sucinto y atractivo.
Pero si bien en este comienzo se nos presenta el leit motiv del Museo, su razón de ser, en la museografía que pudiéramos llamar de bienvenida hay un acierto que resulta incluso muy conmovedor: cómo comenzó todo.
Son las palabras del fundador de este espacio: Aldegundo Garza de León. Cuenta que muy pequeño lo llevó su padre al campo y que por primera vez ahí vio un cardenal rojo. Así descubrió su amor por las aves, y su padre asimismo descubrió en él su afición. Si no obtenía buenas calificaciones, su padre lo castigaba con no ir al campo el domingo. El pequeño pronto se dio cuenta que no ir al campo le “podía, más que cualquier otra cosa”. Enseguida de sus palabras, aparecen fotografías del propio don Aldegundo y, en un cautivante nicho, el llameante cardenal al que hace alusión.
La nueva exhibición muestra muy claramente los hábitats de las aves, con la consiguiente explicación, espléndidamente montadas. Hacia el final del recorrido, hay otro de los aciertos que desde mi punto de vista destacan en esta exposición permanente, por lo bien ideados en nuestro entorno: se trata de un cuadro museográfico que destaca el tema de las aves en la zona urbana. Así, en un espacio, se recrea una casa del tipo de nuestro norte, con ladrillos en los marcos de las ventanas con las rejas pobladas de aves. Un íntimo lugar en el que podemos reconocer la arquitectura vernácula norestense.
También está el espacio en que se distinguen los trinos de las aves, y uno más, en la ruta final, que es el que nos habla de tener conciencia sobre el cuidado de las aves. Acerca de su preservación, y con ella, la de nuestra especie. “Salvar a la Naturaleza es salvarnos a nosotros mismos”, nos envían como mensaje, en cuyo seno se encuentra también una consciente sentencia también apuntada en esa misma área: aquella que se refiere a defender la vida de los seres que no pueden hacerlo por sí mismos.
La recta final presenta el deterioro causado por los seres humanos al hábitat de las aves. Queda en nosotros la conciencia para procurar que su mundo sea posible. Un mundo posible que, por supuesto como se nos queda grabado luego del recorrido, será posible para nosotros en la medida en que aprendamos a amarlo, respetarlo y valorarlo.
Se abren las puertas del recinto museográfico, y afuera, los jardines son una dulce evocación de la necesidad de cuidar y respetar. Un recuerdo permanente para todos, y una llamada de atención. Un espacio de privilegio. Una remodelación exitosa, no cabe duda.