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‘Está oscuro, pero yo canto…’
En 2006, el escritor estadounidense Cormac McCarthy escribió la novela de ciencia ficción de temática postapocalíptica “La Carretera”, que cuenta la historia de un padre que recorre con su hijo una solitaria carretera luego de que la Tierra sufrió una catástrofe terminando con casi todo ser viviente. La hambruna y violenta lucha por la supervivencia entre quienes lograron permanecer son los retratos de un paisaje árido y desconsolador. Una atmósfera desoladora que durante casi todo el viaje nos hace sentir, como lectores-espectadores, con un continuo nudo en la garganta, expectantes ante el futuro del pequeño.
Si muriera el padre, el niño quedaría abandonado a su suerte por completo, sujeto a la miseria, expuesto al peligro de morir a manos de hombres también hambrientos y dispuestos a matar por proveerse de alimento.
La novela no especifica qué cataclismo llevó a la destrucción de la Tierra pero nos queda claro que, a lo largo de la mayor parte del relato, impera el dolor, la desesperación, la angustia de los dos andantes. La confianza del niño hacia su padre; la seguridad de este hacia su hijo.
Acompañamos al padre en la prisa por encontrar el lugar en que podrá el hijo quedar a salvo, al darse cuenta de que pronto morirá y del grado de vulnerabilidad en que dejará al pequeño.
Sin embargo, hacia el final, la novela nos ofrece un resquicio de esperanza. La esperanza que deseamos como lectores y que en este remate nos brinda la posibilidad de seguir confiando en el género humano.
Escrita en los primeros años del Siglo 21 nos recuerda la obra de estos otros dos autores del 20: Albert Camus (1913-1960) y Aldous Huxley (1894-1963), quienes presentan asimismo desesperanzados cuadros pintados de negro.
Quién no recuerda “La Peste”, de Camus, sofocante novela en la que a cada línea experimentamos un aire viciado del que parece no salir nunca el país en que está asentada la historia, país sobre el cual se cierne la sombra de la muerte. También, ahí, es posible encontrar uno y varios personajes que nos permiten vislumbrar que, en efecto, luego de recorrer, ciertamente desconfiados a ratos, el enorme túnel oscuro habrá la luz de la que siempre habla el lugar común, pero que resulta tan cierto.
Recordar también, por supuesto, el libro “Un Mundo Feliz” de Huxley, donde los habitantes viven en un, al parecer, cómodo y libre modo de vida, pero en realidad completamente uniformado, sistematizado, manipulado, funcionando como un reloj; la existencia transita en realidad en el más degradado de los sistemas al no existir la verdadera libertad. Ahí, el fugaz asidero para la esperanza, representado en John el Salvaje, que intenta escaparse de aquel reino de la infelicidad donde la premisa era, contradictoriamente, que todos fueran felices.
En “La Caverna”, de José Saramago, el mundo habita en un centro comercial donde, también al parecer, la existencia humana tendrá felicidad. Donde se “tiene” todo. Se “disfruta” de todo. Es “posible” comprar todo y ser feliz sin tener que moverse de lugar. Todo completamente al alcance de la mano y sin necesidad de salir para nada de un estado de felicidad aparentemente permanente. Pero esta realidad de ficción no alcanza a cada uno de los residentes en este universo, y así, habrá una familia que se volverá al mundo real y tratará de encontrar de nuevo la esperanza y la felicidad fuera de un ambiente manipulado y completamente alejado de la realidad de la vida plena.
Desde que los “tiempos modernos” de todos los tiempos procuran aniquilar al hombre y reducir su estatura enfrentándolo a los objetos y deseos “más grandes” que él, la confianza entre los propios seres humanos se ha ido reduciendo.
Sin embargo, hace poco, al escuchar en un documental la voz de Octavio Paz recordando su infancia, regresa a la mente la idea de esperanza: “La Revolución (Mexicana) nos había arruinado, pero en casa jamás faltaron libros y flores”. Sea ella quizá una de las sentencias más bellas cuando en los hogares empiezan a observarse las necesidades. El alimento del espíritu, el alimento del alma, y aunado a ello el coraje, la determinación de quienes, como, en los protagonistas de los relatos aquí expuestos estuvieron dispuestos a ofrendar.
Con el poeta brasileño Thiago de Mello: “Está oscuro, pero yo canto porque la mañana llegará”.