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Estado actual de la libertad de expresión
Síntoma aciago para una sociedad es cuando sus medios informativos se convierten en noticia.
La tradición nos dicta que un medio es un narrador pasivo del acontecer, nunca uno de sus actores; se trata de hacer una observación aséptica tanto como sea posible, de no interferir con lo que se reporta para, en esa misma medida, ser digno de alguna credibilidad. El Principio de Incertidumbre nos dice que es imposible observar sin interferir con el fenómeno observado, pero de eso a convertirse en parte de las noticias, hay una gran diferencia.
Siendo honestos, sólo hay dos maneras de que el medio se convierta en noticia:
Una es recibiendo un premio. Pero una condecoración internacional, que otorgue alguna institución acreditada o algún gobierno que sea ejemplo de democracia y libertad de expresión. Los charros premios estatales de periodismo no cuentan (con la pena, colegas), ni tampoco el Premio Nacional. Es más digno tener en el currículum un Perico de Oro, un Furia Musical o ganar el Nathan’s Hot Dog Eating Contest.
La otra forma de que el medio se vuelva historia es, por desgracia, sufriendo un atentado, ya sea en su patrimonio, recurso humano o sus libertades.
Como ya supondrá, en México hay mucho mejores probabilidades de que un medio entre a las noticias con un titular funesto.
Los ataques a medios de comunicación en años recientes en nuestro País son imputables al crimen organizado (yo no sé por qué su molestia, ¿acaso además de ser asociaciones delictivas quieren además buena prensa?) y a los gobiernos de cualquiera de los tres niveles.
Los medios de comunicación por supuesto cometen el “error” de depender demasiado del dinero público, pero cuando una nación está perpetuamente deprimida como la nuestra, no hay muchas fuentes de ingreso de las cuales abrevar. Los gobiernos, claro, aprovechan esta situación para tener una prensa cortada a su medida. Es en este contexto que se fraguan los peores contubernios prensa-gobierno.
Cuando las relaciones entre el medio y el gobierno no son tan tersas y el primero quiere ejercer fuera de las delimitaciones marcadas por el segundo, hacer algunos cuestionamientos (siempre legítimos) o hacer un poco de aquello para lo que se supone fue creado: informar, la tarea se vuelve sencillamente imposible. El Gobierno está excesivamente empoderado y las libertades civiles disminuidas por debajo del paquete básico.
Esa es a grandes rasgos nuestra realidad, digo, por si acaso vive usted debajo de una roca y la desconocía.
Desde la detención de Humberto Moreira por la autoridad española y su posterior liberación lograda no por el peso de las pruebas de su inocencia, sino por la intervención de nuestro Gobierno Federal, las cosas han empeorado para la Administración Estatal: Su credibilidad está por debajo del cero y los reclamos de justicia y transparencia son la principal exigencia de cualquier ciudadano con un ápice de conciencia civil.
El Gobierno actual sabe que no saldrá bien librado, no se diga ya en el juicio de la Historia, en un simple balance redactado por una pluma que no esté bajo su “mecenazgo”.
En lugar de abrirse al diálogo con la sociedad el Gobierno prefiere continuar con su delirante soliloquio (“estamos con madre”, “aquí se sonríe”, “eso es puro pedo”, “aquello es una mamada”) y asfixiar cualquier voz que lo increpe.
En el último año hemos visto cómo diversos personajes conocidos por su disentimiento con la ideología oficial han afrontado problemas con la justicia (o esa cosa que tenemos en México que recibe ese nombre).
Otros han sido acusados de conductas reprobables por denunciantes siempre anónimos. Yo mismo soy señalado como el azote de los funcionarios a quienes les tumbo su magro presupuesto bajo amenaza de fusilármelos en este paredón editorial. Si un día se amanece con la noticia de que aquí su servidor es una mezcla de Hannibal Lecter, Vlad “El Empalador” y Marcial Maciel, por favor deme antes el beneficio de la duda y averigüe primero de quién viene tan sorprendente noticia.
El director de esta casa editora y su familia también fueron objeto de escarnio y calumnias desde páginas anónimas. Días después, se suscitó un enfrentamiento que involucró un despliegue desmesurado e injustificable de la fuerza pública.
Aun y cuando la razón jurídica no estuviera del lado de esta empresa, el uso desmedido, abusivo e irracional de la fuerza pública, así como el posterior silencio guardado al respecto por la autoridad, evidencia que se trata de una venganza fraguada desde el Poder.
El Gobierno del Estado ha emprendido una sistemática e implacable persecución y campaña de desprestigio contra sus de por sí poquísimos interlocutores. Estamos a un tímido y corto paso de una auténtica cacería de brujas como las que dieron fama a los peores episodios de la Historia.
Todo esto ha puesto a Coahuila en el reflector y a VANGUARDIA en voz de distintos medios nacionales e internacionales, lo que por supuesto, y como ya señalamos, es lo peor que le puede pasar a una organización que fue creada para dar noticias, no para protagonizarlas.
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