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Estas cosas pasan debido a tanto encierro
“¿Código de vestimenta y qué llevo?”, pregunté a mi anfitriona. Y lo que antes sería una respuesta que iría más o menos por el lado de “casual, formal, sport, corbata, traje o etiqueta y una botella de vino”, se convirtió en: “Cubre bocas, goggles, guantes y tráete lo que vas a tomar en un termo y lo que vas a comer en un tupperware. Ah, y si puedes, tus propios cubiertos aunque aquí habrá desechables para todo, pero, no vaya a ser”.
Les platico: El aislamiento social de la 2ª etapa sobre la emergencia sanitaria del ECOVID-19 está volviendo locos a muchos.
Ya no tanto se preocupa uno de estar hablándole a las cosas, porque de pronto es cotidiano ponerse a platicar con las paredes, con los muebles y otros objetos de la casa.
Cuando esas cosas nos comiencen a responder, entonces, sí, al siquiatra sin reparo alguno.
Antes uno entendía que cuando le enviábamos mensaje a alguien se tardara en responder porque a lo mejor estaba ocupado. Pero ahora, cuando se presume que muchos andan de ociosos y tienen tiempo de sobra, si no se responde de inmediato, que el Dios de Spinoza nos agarre confesados; nos llueve.
El hambre a toda hora. ¿No será el antojo? Por eso, no es nada descabellado que de pronto aparezca un letrero dentro del refrigerador, puesto por algún ocioso imaginativo dentro de la misma casa, diciendo: “No tienes hambre; estás aburrido; cierra la puerta”.
O como el caso del amigo que le llama a otro diciéndole: “Fíjate que ahora que he estado platicando con mi esposa, es simpática”.
O este otro, más subido de tono: “De tanto que convivo con mi esposo, ya parecemos hermanos”. Y la amiga picosita le responde: “Pues abusada -mana- no vaya a ser que cometan incesto cuando se les ocurra hacer… ”otras” cosas.
De pronto, en medio de éste encierro uno revalora a los vagos y descubre que ese oficio es todo un arte.
Y qué decir de casos como el de mi amigo Paquito De Luna que descubre cómo los trastos sucios se reproducen como gremlins en aguacero y para salir avante del trance, repite como un mantra, a todas horas: “Me encanta lavar trastos, me encanta lavar trastos, me encanta lavar trastos…”
“¿Dónde andabas? Por qué llegas tan tarde del patio? No te habrás ido a la cochera o al balcón”, es la queja de la mujer a su marido cuando éste se demora en entrar a la casa. Hace mucho tiempo, el reclamo habitual era referido al trabajo y a “otro lado sospechoso”.
Supe incluso de un cuate que para despejar su mente se puso a cambiar las chapas de todas las puertas de su casa… sin ninguna necesidad porque estaban bien.
Las desgracias domésticas, laborales y profesionales sin inherentes a cualquier pandemia, ya sea de orden sanitaria, económica o de seguridad.
Vean ésta que involucra lo doméstico, laboral y lo profesional: Debido a que en México no hubo prórroga fiscal, ya recibimos la amenaza del amo del Palacio Nacional para que paguemos los impuestos, porque si no, en plena campaña de “Susana Distancia”, las hordas de Atila del SAT nos van a caer en casas, negocios y empresas para obligarnos a presentar la declaración anual 2020.
Sucede que una atribulada señora que muy apenas gana al año el mínimo requerido para declarar, cae en las garras de un contador que promete hacerle el jale, aderezado de una que otra maroma fiscal.
La inocente causante paga-impuestos le dice que adelante, pero se le olvida preguntarle cuánto le va a costar el chistecito.
Aprovechándose de eso, el contador -que anda escasísimo de clientes y casi muriéndose de hambre- quiere matar víbora en viernes y le manda una cuenta por $84,000 pesos.
“Espérate, Juan Pablo Barrabás (que así se llama el interpelado), si eso es justamente lo que gano en todo el año, ¿cómo quieres que te lo pague por pinchurrientos dos días que dices haberle dedicado a lo mío? No la jodas, o más bien, no me jodas”.
Y el contadorcillo ese le replica: “Pues esos son mis honorarios y si no me pagas, no te entrego ningún papel y te voy a denunciar”.
La causante de marras busca y busca y finalmente encuentra a otra contadora que le ofrece hacer exactamente lo mismo, por menos de $20,000 pesos.
Cuando trata de hacerle ver eso a Juan Pablo Barrabás, éste deshonra el nombre que lleva del Papa y le rinde honores al del ladrón bíblico, que también lleva encima; saca el cobre y monta en cólera, diciéndole que él ya hizo su jale, y que si va a cambiar de contador, que le pague por los días que a su asunto le dedicó.
Él la amenaza. Ella lo amenaza y entonces, a la afectada se le ocurre hablarle al pariente que le recomendó a tan ventajoso contador.
Y el pariente -que le gustaba decir que son “familia”- se lava las manos con gel y Lysol como Poncio Pilatos y le explica: “Yo no me meto. Arréglate tú con él”.
“Por eso”, le revira la señora. “Tú me lo recomendaste, ¿pos no que somos familia?, y además, me está amenazando”, a lo que el que es “familia” le responde: “Lo conozco y lo creo capaz de hacerte lo que te dijo”.
Qué buen desmadre -intervengo yo virtualmente y a la distancia- “y si sabías de lo que es capaz el pelafustán ese ¿cómo te animaste a recomendárselo a tu “familia”?
Cierto, éstas cosas seguramente pasan con pandemia o sin pandemia, pero la situación actual le mete zoom o lupa a maniobras ventajosas como la del méndigo contador de ésta historia y desnuda en todo su “esplendor” las falsedades que hay en torno a la “familia”.
CAJÓN DE SASTRE
“Las crisis son el ambiente propicio para que afloren las oportunidades, pero también los vivales oportunistas que se aprovechan del prójimo”, dice la irreverente de mi Gaby.