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Esto no se acaba hasta que…
Para Luis
Una nube de polvo flotó sobre el diamante. El jugador de softbol se había barrido esperando la pelota que el bateador del equipo contrario acababa de pegar en un hit que hizo enmudecer a unos y gritar de emoción a otros.
Ese era el hit esperado en la última entrada, en la parte alta del juego, y con dos outs en la pizarra. El jugador que aguardaba un lanzamiento como este apresuró su salida y, de la segunda base, alcanzó a hacer la carrera que tanto anhelaba la mitad de los aficionados en las gradas.
Todo se decidió en los últimos minutos, haciendo recordar la frase “esto no se acaba hasta que se acaba” de la leyenda del beisbol Yogi Berra.
Había empezado en las canchas cercanas al Lienzo Charro, en la zona poniente de Saltillo, bajo un prístino cielo azul y un sol de estreno luego de los días lluviosos de la semana pasada. Como se había pronosticado, el sábado y el domingo serían bellos días primaverales. El viento, a lo lejos, formaba intrépidas
“cachinipas”, esos remolinos de polvo que tanto temieron los primeros habitantes de las inhóspitas tierras del norte, creyéndolas cosa del diablo. Dust devil, les dicen en Estados Unidos. Así, desde las gradas, en un día de viento como el del sábado 23, los remolinos de polvo hicieron lo que quisieron con cuantos estaban en estos terrenos para jugar al softbol.
El ambiente es de algarabía. “Méndez, queremos ver esa pelota detrás de la barda”, grita una joven quien lleva el apellido impreso en la camiseta; el bateador en turno que voltea a ver a la que lo ha llamado con tanta familiaridad y le estimula a batear la pelota de tal manera. Otea el horizonte y sonríe de nuevo a la chica al darse cuenta de los tamaños de la petición. La susodicha barda se encuentra a unos 80 metros del área de bateo. Ella sonríe a su vez, complacida.
“No se vale; ese equipo tiene un niño que es la mascota y nosotros no”, exclama un adolescente. “Y, ¿eso qué? No pasa nada”, asegura la madre. “¿Cómo no?”, insiste el jovencito. “¡Son más que nosotros y sus jugadores se van a animar mejor que los nuestros!”.
Las gradas se van llenando. Arriban jugadores que participarán en las siguientes horas; jugadores que van esperando completar el número de integrantes necesario para poder jugar, y más y más seguidores de uno y otro equipo ahora en juego.
Mientras la pelota surca los cielos, un perro adivina hacia dónde caerá y corre en pos de ella, del lado de las gradas. Emocionado sigue con la mirada una y otra vez el viaje de la bola.
Si llega la aficionada que gusta de disfrutar de música mientras observa el desempeño del equipo de su marido, la atmósfera se verá cargada de canciones norteñas y cumbias, y repartirá refrigerio con los presentes que ya la esperan anhelantes. El ambiente se pondrá más alegre de lo que ya está en las gradas, pero permanecerá igual de inalterable en el campo, donde los jugadores lanzan o batean con una seriedad y solemnidad parsimoniosa, hasta el único y precioso instante en
que se alcanza el hit o el jonrón, o se concretan los outs.
“A mí no me perdonarías llegar a la casa con el pantalón lleno de tierra”, protesta un niño a su madre cuando esta le reconviene sobre bajar los pies de una de las gradas. Quiso decirle: “No estamos en el cine”, pero se detuvo, sonriendo y compartiendo su pensamiento a quienes la rodeaban. “Bueno, en el cine tampoco es deseable subir así los pies”, sigue insistiendo al niño que deja de escucharla para seguir el rumbo de la pelota, esta vez cayendo muy cerca de uno de los coches que un segundo antes había arrancado del estacionamiento y rumbaba hacia la salida. “¡Por tantito…”, suelta el pequeño. Y la madre se queda con el regaño y la sonrisa a mitad de camino.
Un día de tantos, un sábado o un domingo desde hace mucho en Saltillo. Terrenos en que se juega y se disfruta; se pierde y se gana. Así el softbol, así el beisbol, el futbol soccer o el americano, el volibol o el basquetbol.
Las manos que se chocan entre los miembros de los equipos contrarios muestran el final del partido. Unos sonrientes y los otros no tanto. Ya habrá tiempo, otra oportunidad. Sobre el campo, incipientes nubes de polvo esperan a los siguientes jugadores que ya calientan músculos sobre el terreno. El bochorno va cediendo; se apacigua la tarde.