Falta de conversación

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Falta de conversación

Se ha fomentado mucho el tiempo para ser espectador.

Para involucrarse en juegos adictivos que desconectan al jugador de su entorno existencial y relacional.

Se expande el papel de observador invisible que puede penetrar toda privacidad a través de  ese crecido “ojo de la llave” que es la pantalla. Se practica el chateo de tecleo o el telefonema con imagen. Se suplen así muchos encuentros y se desaparecen distancias pero se cancela la presencia.

La brevedad de los textos invita a los jóvenes y adultos a quedarse en frivolidad, en chateo de choteo que interrumpe, impide concentración y devora minutos preciosos.

Se intenta reconstruir la conversación en clásicas reuniones periódicas de café. Es buena la oportunidad si no se desperdicia  en monólogos que “no sueltan micrófono”. Es arte conversador que va hilando las anécdotas, engarza las ideas, tiende puentes de relación sin silencios de vaciedad y de espera. Es una habilidad para no dejar caer el tema central. La aportación de cada emisor se vuelve breve, ingeniosa, alternativa y verdaderamente comunitaria.

En niveles no tan informales y domésticos sino en sitios de debate para llegar a acuerdos, la conversación es indispensable. Se desarrolla la capacidad de escuchar, no como una espera para hablar sino como un esfuerzo de captación, de entendimiento, de asimilación y comprensión.

Los participantes completan el pensamiento de su interlocutor en lugar de descalificarlo o arrasarlo.

En esa conversación tan necesaria predominará la distinción sobre la negación. “Eso que dices es cierto en esta situación pero no puede afirmarse lo mismo en esta otra”. “Si es con recursos suficientes, estoy de acuerdo si faltan los recursos se frustra el proyecto”. Así se invita al interlocutor a mejorar su propuesta valiosa integrando algo no considerado.

Cuando vemos un tiroteo de diatribas y etiquetas acusatorias en guerra de declaraciones es que faltó conversación. Al ver enfrentamientos de recíproca agresión en la vía pública es que faltó conversación. Si se llega a satanizaciones, que suponen las peores intenciones es que se llega a la guerra sin haber pasado por la conversación.

“Habla para conocerte”, decía el filósofo. Convivir sin conversar puede hacer un mundo de fantasmas y de falsas etiquetas, de máscaras que no dejan ver los rostros. Se subraya la acusación y se tacha la autocrítica… Uno trata a otro como no toleraría ser tratado. Sin conversación se vicia y se degrada la relación en todos los niveles de comunicación…