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Fracaso educativo
Según la Cámara Nacional de la Industria Editorial: “la industria privada en España imprime diariamente 621 mil libros, la de México fabrica unos 268 mil 400 ejemplares. Pero aquel país tiene una población de 46.7 millones de personas, mientras que aquí sumamos casi 120 millones de almas. En otras palabras, nuestra Nación, con una población de mucho más del doble que la española, imprime casi 2.5 veces menos”. Indudablemente, esta estadística demuestra que el mexicano promedio no es afecto a la lectura. El País, cotidianamente, asume todas las consecuencias que esta trágica y vergonzosa realidad implica.
Comento lo anterior ya que el día de ayer 12 de noviembre, celebramos en México el Día Nacional del Libro, fecha seleccionada debido a que ese día, pero de 1651, nació sor Juana Inés de la Cruz, inmensa mujer de las letras mexicanas.
HOSPITALES DEL ALMA
La lectura es un privilegio, un permanente recordatorio de nuestra condición humana, de nuestra ilimitada originalidad. La lectura destruye el tiempo y el espacio: une a las personas de todos los tiempos; por eso es bueno conmemorar esta fecha, además, para acordarnos de sus ilimitados beneficios.
Borges decía: “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”; o lo que Martin Descalzo anotaba: “los libros son los hospitales del alma”; o bien, eso que Saramago, sagazmente, comentaba: “las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río. Si están allí es para que podamos llegar al otro margen, el otro margen es lo que importa”.
PERO…
Es una pena que, mientas en muchos países sus habitantes se regocijan con la lectura y gozan de sus múltiples beneficios, en México a la gran mayoría no le gusta leer. México, contundentemente, no es un país lector. Esto representa una lamentable realidad. Una tragedia educativa que trasciende la falta de ortografía y la ausencia de vocabulario.
Insistimos en quedar atrapados en la ignorancia y en las terribles consecuencias que de este mal se derivan, como el hecho de tener gobiernos incompetentes, nefastos y corruptos.
De acuerdo a la UNESCO, “de una lista de 108 naciones sobre el índice de lectura, México ocupa el penúltimo lugar. En promedio, los mexicanos leen 2.8 libros al año, y sólo 2 por ciento de la población tiene como hábito permanente la lectura, mientras que en España se leen 7.5 libros al año y en Alemania 12”.
Es una pena: en México sólo el 2 por ciento de la población lee, mientras que en Japón lo hace el 91 por ciento, en Alemania el 67 por ciento, y en los Estados Unidos el 65 por ciento.
Y no abordo aquí el tema de la pésima escritura que tenemos, pero es obvio: la lectura y la escritura son el anverso y reverso de una misma moneda.
Tal vez, las personas que no leen se justifican con eso de que “no hay tiempo”, pero todo depende de prioridades: ¿qué tal ceder algunas de las interminables horas de tele, internet o de “chateo” a la lectura?
Entiendo que este fenómeno guarda muchas aristas, pero ¿así queremos competir globalmente? ¿Así deseamos hacer frente a un mundo cada vez más innovador, abierto y competitivo? ¿No viviremos en la ilusión del conocimiento, en la que creemos que sabemos?
SIN SENTIDO
Hace ya años Gabriel Zaid, en su ensayo “La Lectura Como Fracaso Educativo”, ya advertía: de los 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de postgrado, el 18 por ciento (1.6 millones) de ellos, jamás ha ido a una librería; además “la mitad de los universitarios prácticamente no compran libros”, y remata: “en 53 años el número de librerías por millón de habitantes se ha reducido de 45 a 18”. Su ensayo demuestra una grave realidad: más esfuerzo educativo ha traído como consecuencia menor lectura, lo cual significa el fracaso de la educación en México.
Sospecho que ahora el problema se encuentra magnificado por la tecnología, pues es común que, en lugar de leer para cumplir con una tarea, se recurra a la función “copy paste” y ¡todo resuelto sin leer, sin comprender! ¿Qué se aprende así?
Si aspiramos a revertir la tendencia de la “no lectura”, empecemos los padres de familia a leer ante la mirada de los hijos, compartiéndoles, sin exigencia, la experiencia disfrutada, el aprendizaje adquirido. Ahí, en mucho, radica el estímulo requerido para cambiar esta realidad.
TODO PARA BIEN
Científicamente está comprobado que la lectura proporciona mayor vocabulario e incrementa la comprensión verbal, por tanto, mejora la comunicación. Adicionalmente, ensancha el conocimiento, la capacidad mental, la densidad de ideas y el pensamiento crítico, impulsa la imaginación, agranda el alma, estimula las emociones y la creatividad al entrar a mundos y propuestas desconocidas, previamente impensables.
Bien decía Bacon: “la lectura hace al hombre completo; la conversación, ágil, y el escribir, preciso”; además la lectura –probado está– representa un incomparable ejercicio cerebral, el cual, asociado con la música, es una de las mejores medicinas contra el estrés emocional, coadyuvando a tener mayor placer por la vida, lo que fortifica el sistema inmunológico.
Leer vigoriza la concentración, brinda nuevas perspectivas y horizontes, favoreciendo a la resolución inteligente de problemas y a tomar mejores decisiones ante complejas situaciones.
En ese sentido, permite configurar la realidad vivida bajo enfoques antes inéditos; induce a la reflexión de la personal biografía, con la posibilidad de enriquecerla o transformarla.
Estoy de acuerdo con la afirmación Waldo Emerson: “En muchas ocasiones la lectura de un libro ha hecho la fortuna de un hombre, decidiendo el curso de su vida”; sin duda, existe el antes y después de haber leído un libro: hay lecturas que marcan la vida. Incuestionablemente, las letras inspiradoras pueden cambiar la existencia; de hecho, existen libros que han influenciado a generaciones enteras.
Leer proporciona el placer de iniciar y terminar una tarea, sentir la satisfacción final de un desenlace inesperado, sorprendente; lo que auspicia la realización personal y la autoestima.
Los libros leídos son acervos de temas para conversar y compartir (para no hablar sólo de fútbol). Y de paso comparto a Benavente: “no hay ninguna lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano”.
La buena lectura auxilia a pensar no sólo mejor, sino diferente. En fin: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”.
678 MONJAS
Existen estudios que comprueban que cuanto más activo tengamos al cerebro más se retrasa el envejecimiento.
Por ejemplo, se ha demostrado que monjas de clausura, que tienen 100 años o más, han desarrollado una capacidad cerebral inusual, esto provocado por la actividad neuronal (función intelectual) que han realizado por diversas actividades, entre ellas permanecer activas en la lectura.
El libro “678 Monjas y un Científico” (David Snowdon) propone una novedad, la cual fácilmente se relaciona con el acto de leer: “una enfermedad como el Alzheimer, (…) se ve afectada, entre otros factores, por el ejercicio mental, el uso y desarrollo del lenguaje, la alimentación y hasta la actitud ante la vida”.
La lectura es un sublime tónico para al cerebro, para mantener en buen estado sus conexiones, para desarrollar superiores habilidades lingüísticas y, de paso, actitudes positivas. Lo que permite arribar a una vejez en forma lúcida, activa y productiva.
AL MISMO TIEMPO
“La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta”, decía el novelista francés Émile Herzog; tal vez por eso cada libro es “el primero por primera vez”; quizá por eso al releer un libro se percibe como si no se hubiera leído antes: siempre se ve, siempre se descubre lo que antes no se había visto, eso que en la primera ocasión permaneció oculto, indescifrado.
Leer es vivir distintas vidas al mismo tiempo, es recrearse en diferentes épocas y mundos, es gozar aventuras y viajes inimaginables, disfrutar y padecer emociones; es aprender de los grandes y tenerlos como amigos. Leer pausadamente, escuchando una buena música, es uno de los supremos y excelsos placeres de nuestra fugaz existencia.
Lamentablemente tiene razón Zaid, el crecimiento del gasto educativo ha servido para multiplicar a los graduados que no leen; las estadísticas no mienten. Los libros continúan empolvándose en las bibliotecas. ¡Tremendo fracaso educativo!
cgutierrez@itesm.mx
Programa emprendedor
Tec. de Monterrey
Campus Saltillo