Frentes fríos

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Frentes fríos

Podría hablarse de “frentes frías”.

Son las que no conocen el sabroso verano del pensamiento y la reflexión. Viven ese invierno de congelaciones mentales constituido por ideas fijas e imágenes parásitas. Hay nevadas de pasividad y se salpican los ramajes cerebrales con grageas y con candelillas. Son esas frases repetitivas y esos recuerdos fugitivos del pasado que intentan aposentarse en las salas del presente.

Tiembla la materia gris, pero no con el estremecimiento de una idea relampagueante, sino por el frío invernal de la necedad y el olvido. La frente fría no tiene el ardor de planteamientos y cuestionamientos porque su temperatura intelectual es bajo cero.

Pero hablamos en esta columna de “frentes fríos” y enseguida se va la atención a las manos ateridas, a los pies gélidos, a la espalda desabrigada en los interiores de las casas sin aire acondicionado. Aún con débil sol de mediodía, hay más calor afuera que adentro. Por estos rumbos el frío viene montado en el veloz corcel del viento de la serranía. Aunque el sol de mediodía entre tímidamente de contrabando, parece papalote expulsado por el viento del atardecer. Los frentes fríos son meteoros numerados. No son bautizados como los huracanes. El ciclón es más teológico y el frente helado es más matemático.

Hay frentes fríos también que son mediáticos. Noticias hay que dejan momentáneamente helada a la opinión pública. Como la de ese brote del virus presumido que se corona a sí mismo para después viajar en gente de piel amarilla y ojos rasgados. Lo están impidiendo ahora al prohibir la salida de viajeros a otros países. La región china más afectada es esa en que algunos atribuyen el coronavirus a la sopa de murciélago que se paladea en ese territorio. Se investiga su procedencia y su capacidad de contagio humano.

En las transformaciones de ahora también hay frialdad en algunos frentes. En el frente de la migración. No se ha logrado una legislación binacional suficientemente inteligente para humanizar esa movilidad inevitable de la indigencia a la opulencia, de la mendicidad a la prosperidad, de la intemperie temblorosa al techo seguro. Ahí están centenares de ilusionados y engañados, despojados y ahora decepcionados, chocando con resistencias y llorando lágrimas de gas. Sus alternativas son plantarse, colarse o regresarse.

En algunos frentes de transformación se da frialdad de inoperancia, de insuficiencia y de impaciencia. Las medicinas no acaban de llegar ni a todos ni gratuitas todavía. Los becados no logran tener a tiempo lo prometido. Las metas son atrayentes pero, sin madrugar, se busca que amanezca más temprano. Se reclaman precipitaciones y se denuncian lentitudes y algunos quieren jalar las hojas para que la planta crezca.

El invierno enfría otros frentes en que se dan frenadas y acelerones, avances y resistencias, pachorrudez o atropellamiento. Afortunadamente no es el invierno la única estación. Irá llegando el calor a cada frente para que florezca y fructifique la vida. Se intenta que ya no sea sólo para unos cuantos privilegiados sino sobre todo para quienes son pequeños o sufren, o son excluidos o han sido despojados o ignorados.

Seguirá la numeración de frentes fríos. Esperemos que se acaben las frentes frías y que los frentes que ahora son un témpano lleguen a ser agua corriente para que nadie quede sediento...