Fruta antes que carne

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Fruta antes que carne

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo...” Fragmento de la novela “Pedro Páramo” que el escritor Juan Rulfo publicara en 1955 a los 37 años de edad.

Comala, Colima, tiene la denominación de Pueblo Mágico y realmente lo es. Su clima húmedo y las numerosas frondas que arropan sus caseríos blancos sorprenden al visitante que queda impregnado de los olores campiranos del lugar. Es un pueblo inspirador para artistas y no artistas.

Seguramente Juan Rulfo quedó hechizado ante los encantos de un pueblo que es mucho más que fachadas bien conservadas. Tiempo atrás los olmecas, toltecas, nahuas, chichimecas y tarascos se arrobaron con la belleza del sitio en el que la calidad de la arcilla que contiene su suelo permitió la producción de comales.

El cineasta Alberto Isaac originario de este pueblo colimense filmó cuatro de sus películas allí, entre ellas “El rincón de las vírgenes”.

La comunidad tiene vocación agrícola, porque en Comala hasta el aire es fecundo lo que se puede constatar al observar las enredaderas de la vainilla que crecen con la humedad y alcanzan las copas de los árboles más altos ofreciendo sus flores que luego se convertirán en vainas de gran valor económico.

El pan de Comala es famoso y su café el más fino y aromático del occidente de México por ello se explica la creación de la “Feria del pan, ponche y café” que organizan los lugareños de manera anual para los turistas.

En Comala se nota la generosidad de su gente hasta en el exterior de sus casas y es que cuando se camina sobre las banquetas lo que se observa es que no son árboles de ornato los que nos brindan sombra, más bien son árboles frutales a nuestro alcance los que salpican de color el paisaje con naranjas, limones reales, guayabas (imaginen el aroma) mangos criollos y guamúchiles. 

Ya no se observan árboles frutales afuera de las casas de las ciudades ni en muchos pueblos de la ruralidad. Se requiere de espíritus que comprendan el valor del desprendimiento para decidir privilegiar estos árboles sobre los de ornato, porque aunque ambos tipos de árboles requieren regularmente la misma cantidad de agua para su subsistencia, sólo unos ofrecen frutos.

Ahora en las ciudades abundan las colonias privadas amuralladas que son obstáculo para el diálogo de la arquitectura con el paisaje natural y con el paisaje humano.

Sin embargo la ingesta de fruta es primordial en la actualidad porque es un hecho que si deseamos ser parte de una ciudadanía inteligente debemos ir abandonando el consumo de carne en nuestra dieta, lo que para la cultura norteña podría parecer un verdadero insulto pero la mega industria agro animal es la responsable de más del 50 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que afectan la salud del planeta. Además esta industria es muy favorecida por subsidios y goza de créditos a fondo perdido. 

Actualmente existen 70 mil millones de animales de granja que fueron producidos y serán sacrificados sin el menor dejo de compasión. Muchos de estos animales contribuyen con emisiones de gas metano al calentamiento global pero antes, sus dueños en pos de una masificación productiva afectaron ecosistemas completos incluyendo selvas.

Cada vez que consumimos una hamburguesa olvidamos que para su producción se requiere usar 600 galones de agua. Al menos el riego de árboles frutales no implica problemas de ética en el campo de la explotación de animales, y la forestación sí enfrenta el cambio climático.

Así que habría que incluir más fruta y disminuir el consumo de carne en nuestra dieta y por qué no, habría que promover la plantación de árboles frutales en las banquetas de nuestras casas para que los transeúntes aprovechen sus frutos, que son finalmente frutos de la Tierra.