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Gente que no deja de sorprenderme vol. 1
El rumor de que este fulano había “atacado a Yuawi en su programa” encendió las redes y pronto lo querían crucificado
Nuestra particular estulticia y capacidad para obviar el sentido común no conoce sus verdaderos alcances hasta que opera en la colectividad. Quiero decir que, si de ordinario somos un dechado de necedad, espérese a estar amparado por el cómodo anonimato de la masa.
Una sociedad como la nuestra tiene una cantidad infinita de reclamos legítimos que hacer, sin embargo, no tiene idea de cómo formularlos y termina por exigir puras sandeces.
Hubo en días pasados dos perfectos ejemplos de lo anterior y me gustaría comentarlos porque, detrás de su intrínseca
testarudez, hay algunos puntos importantes:
Gran indignación provocó un comentario vertido por el telemerolico del canal de televisión local de esta capital coahuilense.
Los saltillenses, me apena decirlo, sostenemos una extraña relación de amor-odio con nuestra provinciana estación de TV pues –pese a que se le repudia por la pésima calidad de sus contenidos, su obscena postura editorial y su cercana relación con el poder político– por alguna razón, que no alcanzo a descifrar, pareciéramos compelidos a sintonizarla.
Todo el mundo se excusa en que necesita del canal local para monitorear la hora y la temperatura. No obstante, llegamos tarde a todos lados y la temperatura no es más que un número (es apenas asomando las narices que decidimos los trapos que vamos a vestir). Así que como pretexto eso de la hora y la temperatura nomás no mola (como dicen los gachupas).
El portavoz de esta empresa o, por decirlo de otra manera, su comentarista estandarte se ha ganado a pulso la animadversión de un amplio sector de los coahuilenses dada su persistencia en pulirle el pivote a los detentadores del poder político. Hasta allí todo normal, nada que no sea la práctica más ordinaria de medios y “periodistas” en México.
Como negocio, no hay nada como hacerle comparsa al poder ya que sólo se invierte saliva y aire caliente (la inversión en dignidad no cuenta desde que no se puede perder lo que no se conoce).
El caso es que hace unos días, al aludido “Anchorman” de hiperpetatiux le dio por disertar sobre uno de los personajes más celebrados de los últimos tiempos: Yuawi López, el niño huichol que se convirtiera en fenómeno de las redes con su jingle promocional “Movimiento Naranja” (una maravilla musical que debió arrasar con todos los premios Grammy).
Se pronunció al respecto el aludido comentarista y, ¿sabe qué?, esta vez no dijo ningún despropósito. Dijo –palabras más, palabras menos– que México había agarrado a Yuawi de mascota como la diversión del momento y ello es, admitámoslo, estrictamente cierto. Olvídese de la “textualidad” de este comentario, lo que dijo en esencia fue eso: no denostó realmente al chamaco ni empleó su lengua viperina para ensañarse, como es su costumbre. Realmente fue el más anodino de los comentarios que este “comunicador” ha escupido en mucho tiempo.
Advierto que no le estoy defendiendo. ¿Qué interés podría tener yo en ello, tratándose de una presencia que considero indeseable?
Pero allí tiene que el rumor de que este fulano había “atacado a Yuawi en su programa” encendió las redes, y pronto se organizaron foros de discusión que lo querían crucificado, así como solicitudes para la intervención de la moderna inquisición (la Conapred) y junta de firmas para que saliera del aire y le retirasen “su licencia de locutor” (¡mis vidas!).
Lamento no estar esta vez del lado de los ofendidos –entre los que hay varios colegas comunicólogos– por varias razones: La más importante es, sin duda, la libertad de expresión. Lo expresado por este ente innombrable quizás no sea popular, sin embargo, tiene derecho a decirlo.
Tener la razón o decir la verdad, entendámoslo, no es un requisito para gozar del privilegio de un micrófono pero –pese a que este en particular no me parece el caso– se tiene todo el derecho a rebuznar cosas peores porque la libertad de expresión es para todos, incluso para los asnos bípedos.
Hay quienes dicen que este derecho termina justo en donde se lesiona a un tercero. Pero no es así necesariamente. En todo caso, el “periodista” tendría que responder por dicho comentario a petición expresa del presuntamente agraviado, y reparar el daño en caso de comprobársele una acción dolosa. Pero aun así no perdería el derecho a comunicar porque, insisto, este es un privilegio universal e irrestricto.
Peor se ven, en honor a la verdad, las hordas de cibernautas “defendiendo” a Yuawi como si él no pudiese externar su molestia (de existir tal). La actitud paternalista de estos enardecidos me parece aún más irritante porque tratan al niño de incapaz menesteroso de su gallarda defensa. Ellos sí que lo reducen a la condición de “su changuito”.
Pero lo que realmente me asombra es que con todos los años que lleva este personaje diciendo pendejadas en la tele (esas sí, verdaderamente perniciosas), mentiras, infundios y difamaciones sobre las cuales sí se le pudo haber fincado responsabilidad legal, sea por esta nimiedad que se le quiera desterrar del planeta tierra. Somos, por decir lo menos, un penoso contrasentido. Ni siquiera hemos entendido que nuestro verdadero poder frente a un comunicador indeseable está en el control remoto.
El derecho a la libre expresión es inherente, no se otorga ni se retira a petición popular (no seamos ingenuos). De podérsele quitar este privilegio a alguien, al día siguiente sería a alguien más, luego otro y otro, luego yo porque dije algo incómodo, y un día acabaríamos todos amordazados por nosotros mismos.
Indignarse también tiene reglas y es mejor observarlas porque de lo contrario los argumentos endebles caen por su propio peso (o por la falta de éste) y todo se convierte en puro ruido ocioso. Y este parece ser el caso: gente enojada con la persona correcta, pero por las razones equivocadas.
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