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Gerardo Cantú o Pintura social: Pintura
Después de muchos años surge entre las repisas un libro del dramaturgo español Alfonso Sastre: “Anatomía del realismo”, originalmente publicado en 1965 por Seix Barral. Volver a leerlo no sólo ha sido una suerte de flash back sino también un latigazo para repensar una noción y una corriente artística que siempre me ha parecido ambigua, el llamado “realismo”.
Sastre habla de un “social-realismo”, que algo se parece al soviético “realismo socialista”, aunque el autor se cuida de distinguir aquél de éste. El “realismo socialista” fue, ya lo sabemos, una corriente artística impuesta por Stalin en la antigua URSS hacia los años 30 del siglo XX que permaneció vigente hasta las postrimerías de la centuria pasada.
Todas las artes se vieron, de pronto, encorsetadas por el estalinismo y su chata visión del arte y hasta de la sociedad, como sucede en todo pueblo hundido en cualquier tipo de dictadura, sea ésta “socialista”, comunista, capitalista, neoliberal o “democrática”, como la nuestra en México.
Y así, de pronto, todos los artistas tuvieron que convertirse en “realistas” a lo Gorky o a lo Stalin y su equipo. Quienes no lo hicieron fueron considerados como autores de “arte burgués”, “reaccionario” o “degenerado”, como en la Alemania de Hitler. ¿No es extraño? Se supone que este hombre fue el monstruo del nazismo, o sea, de la neurótica ultraderecha, y Stalin, el líder de la mesiánica “izquierda” mundial. Pues bien: los extremos se tocan, casi diría André Gide.
El “realismo” fue una corriente artística del siglo XIX que, en Europa y en todo el Occidente, se opuso a los ensueños del romanticismo. Bajo el auspicio y la advocación del ultra científico positivismo, pretendió dominar la música, la literatura, la pintura, todas las artes y el conocimiento. Según esta corriente “realista”, el romanticismo y todo lo que oliera a imaginación, fantasía y emotividad debía ser desterrado de la República del arte.
El realismo de esa época opone una justificación histórica y estética, como la oponen otras corrientes. El “realismo socialista” pretendió petrificar la evolución de las artes, detenerla, congelarla, hecho que es, sin duda, sospechosamente antidialéctico. ¿Cómo parar el flujo de las artes o las ciencias? Esto es equivalente a la pretensión de contener el fluir de la vida y todo lo que en ella acontece dialécticamente, como mucho antes que Marx lo dijo Heráclito. También esta pretensión –esta “corriente artística”- tiene su justificación histórica, claro, pero una que se condena a sí misma.
Leer la “Anatomía del realismo” de Sastre me pone a revisar muchos supuestos, muchas discusiones personales y ajenas que se han venido derritiendo desde hace décadas. El azar ha colocado frente a mis ojos este libro justo en estos días en que reflexiono en torno de la obra del pintor coahuilense Gerardo Cantú, quien siempre ha enarbolado su ideario socialista y quien hace años se afilió al “partido comunista”.
Me pregunto cómo hubiera sido considerada su obra de haber vivido él en la URSS de Stalin. ¿Hubiera sido visto como un “pintor burgués”, “reaccionario” o “degenerado” porque su estilo no se ajusta precisamente a lo que el sistema ordenó que fuese el “realismo socialista”, según el “decreto Zhdánov”? Gerardo Cantú nació en Nueva Rosita, Coahuila, el año de 1934 y continúa trabajando en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, desde que se instaló en ella como estudiante del ya inexistente Taller de Artes Plásticas de la Universidad Autónoma de Nuevo León hacia los años 50, antes de sus largas estancias en Praga, París y Dresde.
Ese mismo año en la antigua URSS: “Se fundó la Unión de Escritores Soviéticos para su promoción y la nueva política fue consagrada por el I Congreso de Escritores Socialistas de 1934, para ser a partir de entonces estrictamente aplicada en todas las esferas de la producción artística. El 10 de febrero de 1948, se dictó el llamado decreto Zhdánov, que marcó el comienzo de una campaña de críticas y descalificaciones contra muchos compositores soviéticos, entre ellos Vanó Muradeli, Dmitri Shostakóvich, Serguéi Prokófiev y Aram Jachaturián. Posteriormente el gobierno de Stalin pasaría a apoyar a alguno de dichos artistas, llegando Shostakóvich y Prokófiev a recibir el Premio Stalin.” (Wikipedia, 16/12/15).
Sí, algunos tendrían el honor de recibir ese “Premio Stalin”, pero sólo después de retractarse públicamente de sus “pecaminosas ideas burguesas” y de redirigir su sendero artístico plegándose de manera forzada al decálogo estalinista de un “realismo socialista” que asfixiaba con su histérica y absurda ortodoxia a los verdaderos artistas. Recordemos el triste caso del poeta cubano Heberto Padilla, víctima de otro titán del comunismo…
Gerardo Cantú, sin embargo, es un pintor que gozosamente ha evolucionado de un arte “comprometido” a la manera de la Escuela Mexicana de Pintura –Diego, Orozco, Siqueiros…- a otro que se compromete con “lo social” y “lo político”, y también con lo profundamente humano, más allá y más acá de las ideologías y los sistemas de gobierno, que siempre han sido falibles, y al parecer, siempre lo serán.
Escucho la sinfonía número 7 -“Leningrado”- de Shostakóvich y veo pasar por ella no sólo a las masas sociales (entonces en guerra contra Alemania), sino también a los hombres y a las mujeres individuales, con nombre, apellido y angustias; al hombre mismo que fue el compositor. “Leningrado” es una obra que recupera para nosotros la épica de la humanidad, la del hombre indiviso, la de la condición humana. Lo mismo sucede en la obra de Gerardo Cantú, al margen de algún exabrupto deliberadamente panfletario.
“Si los políticos amaran el arte, serían de izquierda”, dijo recientemente nuestro pintor, en el marco del homenaje que la Pinacoteca de Nuevo León le rindió el pasado 2014, al cumplir el artista 80 años de vida. Una abundante exposición y un catálogo lujoso testifican este tributo: más de un centenar de pinturas, dibujos, grabados y objetos (¿ready-mades?). Pero ¿la izquierda, dijo? ¿Cuál izquierda? ¿La mexicana?
Por fortuna, la actitud de izquierda de Gerardo Cantú poco tiene que ver con la ¿otrora? fanática religión socialista. Su obra trasciende el calificativo de “realista” para colocarse simplemente como original a secas, con todo lo relativo que lastra al vocablo. Lo mismo en un desnudo femenino que en un bodegón o –cuidado- en una representación sagrada –“La cena de los apóstoles”, por ejemplo, o sus crucifixiones-; lo mismo en un paisaje carbonífero que en el estremecedor cadáver de un minero, Gerardo Cantú es un artista que con emotiva industria se ocupa de la técnica y de todo lo que incumbe al hombre, el “concreto”, sí, y el otro.
Gerardo Cantú: su “social-realismo”, como diría Sastre, atraviesa la realidad y nos devuelve otra en ella.