Gran aventura inspiradora

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Gran aventura inspiradora

Se dice que no eran tres, que no eran reyes… Y lo de caballo, dromedario y elefante -y negritud de uno- es añadido legendario, sin apoyo histórico. Lo de Melchor, Gaspar y Baltasar es nomenclatura que escurrió, en los siglos transcurridos, sin fuente fidedigna.

Pero la narración evangélica, eso sí, habla de que venían de oriente y que traían como dones oro, incienso y mirra. La tradición ha dado la interpretación teológica de que el oro es por ser rey, el incienso es por ser Dios y la mirra es por ser hombre.

Lo epifánico es que vienen de lejos y representan a todos los pueblos de la tierra. Los que no tenían en su cultura, la  tradición judía. Y lo ejemplar es su actitud de búsqueda, de investigación, de hallarle sentido para la tierra a lo que observaban en el cielo. Era la época precientífica en donde todavía se daba una mezcla de astronomía con astrología. Ellos fueron los tenaces en observar, en investigar y en entender.  Fueron los intrépidos que se pusieron en camino, en seguimiento, en rumbo hacia un encuentro, no con algo sino con Alguien.

Sintieron una llamada interior para llevar dones, reconocimiento y acogida a quien tendría -en su historia- grandeza y expansión universal. En el palacio del monarca déspota y codicioso tuvieron contacto con las Escrituras Sagradas. Ya sin la luz sideral, fueron las letras de la revelación las que señalaron a Belén como el término de su peregrinar. Fingió el poderoso deseo de ir y les pidió volver trayéndole la información necesaria.
Los magos de Oriente llegaron, encontraron al niño, lo adoraron y entregaron sus dones, pero volvieron a su tierra por otro camino. Fue Selma Ottilia Lovisa Lagerlof, escritora sueca y primera en obtener el premio Nobel de Literatura, la que escribió la parábola del cuarto rey mago, el que se extravió en el camino y llegó -muchos años después- a Jerusalén, cuando estaban crucificando al rey de los judíos y le presentó su don.

Buscar la verdad. Descubrir la luz. Ponerse en marcha llevando regalos, no desalentarse hasta lograr el encuentro anhelado y ya no volver al mismo camino sino encontrar uno nuevo.  Son actitudes que aún inspiran muchas vidas en el mundo de la fe.

La Epifanía es la gran fiesta de todos los que han encontrado a Cristo como señor, maestro, salvador y amigo en todas las culturas de la tierra. El alma humana, de corazón sincero, naturalmente cristiana, envuelta algunas veces en ignorancia invencible, recibe ese bautismo de deseo que la hace pertenecer a los que oyen la voz de la Verdad y son leales a su buena voluntad.

Son innumerables las estrellas que cada uno ha encontrado en su cielo. Dichosos los que se pusieron en marcha y tuvieron el gran encuentro que los hizo ser luz para iluminar otras vidas. En medio de oscuridades, hay muchas vidas peregrinantes que siguen y encuentran a Quien dijo, con palabras y vida: “Yo soy la Luz del mundo. Quien me sigue no anda en tinieblas”...