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Hablemos al chile

Si alguien preguntara cuántas clases de chiles hay se quedaría asombrado. Se cuentan por centenares. Esto que voy a contar me sucedió hace años. Un día fui a comer en el restaurante Wyatt’s, en el Mall del Norte, de Laredo. Busqué algún chile o salsa picante para darle sabor de México al pollo, y no encontré ni para remedio. No había ni siquiera salsa Tabasco, que es tan americana. Acudí a una empleada y le pedí aquel esencialísimo elemento. Después de buscar por todas partes la chica me informó que tampoco en la cocina lo tenían.

No me enojé por eso, desde luego, pues soy de natural pacífico y los años me han enseñado a sufrir con paciencia los agravios del tiempo, las flaquezas del prójimo y la falta de chile en los restaurantes. Pero escribí una columnilla en la que usé aquel incidente como pretexto para hablar del chile. Cité por sus nombres, uno por uno, los más de 150 diferentes chiles que en México se usan, y declaré mi inconformidad por el hecho de no haber hallado ni una sola de esas variedades en aquel restorán, Wyatt’s.

Jamás imaginé las consecuencias del artículo. Si he sabido el efecto que iba a provocar no lo habría escrito. Al día siguiente de su publicación me llamó por teléfono Carmina Danini, del San Antonio Light, para corroborar lo que yo había relatado. De dos o tres difusoras del Valle de Texas me hablaron también con el propósito de entrevistarme acerca del acontecimiento. ¿Por qué tamaño escándalo? ¡La falta de chile en un restaurante americano de la frontera estaba siendo considerada un acto de discriminación contra los mexicanos!

El representante legal de la cadena Wyatt’s me llamó también, y me preguntó con temerosa cautela si tenía yo la intención de demandar al restaurante por aquella falla. Le dije que no. ¿Iba yo a ir a los tribunales por chile de más o de menos? Alcancé a oír el suspiro de alivio que aquel señor dejó salir, y el click de la grabadora que estaba utilizando.

Con el motivo que digo, The Book Club me envió un curioso libro escrito por el doctor John Heinerman acerca del chile. Si no me voy de espaldas al leerlo es sólo por precaución elemental. Resulta que el sabio médico nutriólogo enumera al chile entre “Las Siete Supermedicinas de la Naturaleza”. (Las otras seis son: el ajo, la cebolla, el ginseng, el germen de trigo, la miel virgen –aunque sea hasta cierto punto– y la haridra, un raro vegetal de la India).

Jamás se me había ocurrido considerar al chile una parte de la farmacopea. Sin embargo, el doctor Heinerman afirma que el chile es bueno para curar la congestión nasal, prevenir la artritis y la arteriosclerosis, mejorar la circulación de la sangre, fortalecer contra el resfriado y evitar las arritmias del corazón. Añade el sapiente facultativo un dato del cual yo ya tenía noticia: contrariamente a la creencia general, el chile, en vez de causar úlceras, ayuda a cicatrizarlas. No cabe duda: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.

Acabo de buscar en internet más libros acerca del chile, y hallé dos: “The Great Chile Book” (no sé si traducir “El Gran Libro del Chile” o “El Libro del Gran Chile”), de Mark Miller, y “Mine’s Hotter Than Yours” (“El mío es más caliente que el tuyo”), de Eduardo Fuss y Susan Hazen. Más bien ha de ser de Eduardo.

Pediré ambos volúmenes y los leeré con atención. Conviene saber de todo, hasta de chiles: de repente alguien te puede hacer una pregunta sobre el tema y no vas a salir con aquello de que tienes la respuesta en la punta de la lengua.