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Hablemos de Dios (10)
Eran mis mocedades. Tenía cuatro o cinco años a lo sumo. Mi madre cargó conmigo, con el “niño”, y me llevó de la mano en peregrinación por tren a la Ciudad de México. Al bello Distrito Federal. El motivo ya lo adivinó: fuimos a ver a la Virgen de Guadalupe a su santuario. El anterior santuario; es decir, la Iglesia, no la Basílica la cual fue posteriormente construida. Fui entonces a ver a la Virgen de Guadalupe en los inicios de los años 70 del siglo pasado. Luego de esa experiencia, fui casi cada año hasta mi adolescencia. Mi madre creía a fe ciega en la Virgen de Guadalupe. Creía en todas las Vírgenes vestidas de oro y pedrería, recamados sus vestidos con seda y telas de Damasco. Mi madre creía en la Virgen María como madre de Dios. Ella creía. Así crecí yo, alabando y enamorado de la Virgen María en cualquiera de sus apariciones. Por eso soy mariano.
Los hermanos cristianos nos critican agriamente este tipo de alabanzas y adoración. Nos critican no sin cierta razón, que anteponemos muchas veces a la Virgen María en lugar de pedir favores y orar directamente con el maestro Jesucristo o con Dios. Muchos así crecimos. Pero, ¿qué figura femenina es más grande a María?, ¿es que hay mujer más poderosa en el mundo? ¿La hubo luego de ella? ¿La hay hoy? Absolutamente no. Mi mamá siempre me decía: “Mira hijo, la Virgen María es intercesora, es la vía más rápida para que Dios te escuche. A ella nadie le niega nada”. Caray, palabras sabias que atesoro al día de hoy. Tal vez por este tipo de consejos y palabras me “logré”. Lo poco que hago en mi vida, tal vez por este tipo de educación y enseñanzas hoy estoy aquí escribiendo estas líneas desgarbadas.
En tres columnas a partir de ésta, señor lector, exploraremos a esa señora alta, única, bella y digna como pocas; la mujer más poderosa en la historia de la humanidad; la más grande madre, la más admirable, la más alta, la venerable Virgen María. La devoción a ella es un fenómeno mundial. Todo país tiene a su Madre grandísima, a su Virgen María, a su patrona. ¿Por qué? Porque todo mundo la necesitamos para nacer. Así de sencillo. Sólo las parejas de homosexuales y lesbianas tal vez, y ahora debido a las leyes que los protegen, pueden procrear entre ellos. Así lo creen. Aún no ha nacido ese niño. En fin. Por eso la Virgen María es necesaria. Venimos de ella, de su vientre y, efectivamente, es una “intercesora” ante causas difíciles, decía mi madre con voz grave cuando me lo explicaba. Señor lector, no podemos recurrir a ella en cualquier tema, no. Es para causas extremas y desesperadas ¿Le digo algo? Ella siempre escucha. Haga amistad con ella por favor.
Esquina-bajan
¿Lo duda? Ahí le va el primer ejemplo. En el Evangelio de Juan leemos que en las bodas de Canaán, cuando aquello estaba bajando de nivel y la alegría se disipaba, se acabó el vino. A lo cual la señora María, madre del maestro Jesucristo, fue con él y le dijo al oído, “No tienen vino”. (Juan 2.3) ¿Ya lo vio? María intercedió e indujo a Jesús a realizar su primer milagro, un milagro gastronómico. ¿Sin su intervención y petición, hubiese ocurrido? Pues no lo sabemos. Sabemos la certeza de que ella fue mediadora. Entonces se cumple la tirada de naipes de mi madre: María intercede por nosotros.
Avanzamos, ¿ya notó también la hermenéutica de esto? Es decir, hay un binomio que se adivina: vid/uva. Luego, como fruto final, el vino. El eje semántico es la fertilidad. La fertilidad la da María, es la tierra/madre/semilla donde fructifica no sólo el amor, sino el mismo hijo de un Dios, Jesucristo. Aparece la concepción/generación. Jesucristo, la vid sembrada. Luego, la uva ya convertida en vino para deleite real. La Virgen María es entonces fertilidad, amor, abundancia y plenitud de frutos. Sin ella, nada.
Usted preguntará, bueno, ¿a qué Virgen nos estamos refiriendo? ¿A la Virgen de Guadalupe, a Nuestra Señora del Buen Suceso (Ecuador), a la Virgen de Fátima (Portugal), a Nuestra Señora de Lourdes (Francia), a Nuestra Señora de Lézajsk (Polonia)…? Caray lector, ya quisiera yo tener tantas madres bellas y amorosas como éstas. Es la misma, la única Virgen María. Tan es bella, grande y poderosa, que Monteverdi le compuso las “Vísperas de la Santísima Virgen” (Javier Salinas tiene dicho concierto. Ah.) y Miguel Ángel esculpió “La piedad”. Un as: los hermanos musulmanes la aman más que nosotros…