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Hablemos de Dios 23
Muchos lectores como usted que me favorece con su atención hoy, me han preguntado reiteradamente por un punto, punto el cual y en honor a la verdad, medito todo el tiempo. Es algo sencillo. De tan sencillo, está cabrón abordarlo. Lo voy a decir en perfecto español, un español alto y refinado: no está cabrón, no, está de la chingada tratar de explicarlo. Aquí voy, me voy a meter en el foso de los leones y sin ser domador de fieras. Lo hago porque usted lo ha pedido lector, no quiero convencer a nadie de mis ideas. Puede usted pedir otras y mejores opiniones que la mía. La pregunta que me han hecho una y otra vez es la siguiente: ¿por qué los malos prosperan y les va bien en la vida y los justos sufren condenas y penalidades?
¿Qué dice la Biblia al respecto? ¿Debemos resignarnos a ello? ¿Podemos cambiar el estado de la cuestión? Caray, nada menor esto señor lector. Yo, de hecho, toda mi vida he pensado en ello, imagino como usted. Hoy y para focalizarnos sólo en una parcela de la Biblia, aunque luego le voy a ejemplificar con múltiples personajes la bifurcación de esto, vamos a repasar un Salmo, el 73. 2-14 el cual trata la anterior pregunta. Quien lo haya escrito sentía lo que usted siente y lo que yo siento estimado compañero sabatino de andanzas. Son palabras sabias donde bulle la condición humana, donde hierve la sangre, donde se manifiesta eso que somos: humanos.
Dice el salmista: “… sentí envidia de los perversos,/ al ver la prosperidad de los malvados./ Ellos no pasan agobios, su cuerpo está sano y robusto;/ no conocen las fatigas de los hombres./ Ni tienen que sufrir como los demás,/ y es que su collar es la soberbia./ y la violencia es el manto que los cubre;/ la maldad les sale por los poros… se burlan, hablan con malicia,/ gritan y son prepotentes,/… así son los malvados; viven tranquilos y/ acrecientan sus riquezas….” Caray, duele en el alma y en el esqueleto semejante lamento. El final del Salmo es aún más doloroso, lo invito a terminarlo: “Entonces, ¿de qué me sirve haberme mantenido/ puro el corazón y mis manos inocentes?/
¿De qué me sirve haberme mortificado todos los días y disciplinado cada mañana?”
Se presenta en toda su crudeza el drama de la tentación del hombre justo para seguir los pasos e imitar la conducta del malvado, del impío. Lo que usted construye dignamente en treinta o cuarenta y cinco años de vida y trabajo, esfuerzo cotidiano y plagado de privaciones; quien se dedica a la maldad, lo edifica en tres años o menos. En ocasiones, apenas meses.
Esquina-bajan
Y la maldad no sólo es hablar aquí de los cárteles y agrupaciones delictivas, no; la maldad habita también en aquel funcionario público que teniendo 40 años y con una foja de trabajo de apenas 18 en el servicio público, tienen propiedades, autos, casas, residencias y un nivel de vida en millones de dólares. No miles, ojo, no, sino millones de dólares. No soy exagerado, creo que usted ya sabe a quiénes de los Secretarios de Estado y Alcaldes del gobierno actual me refiero. ¿Es esto justo? Absolutamente no. Caramba, por eso el Eclesiastés en uno de sus versos dice: “Y consideré a los que ya han muerto, más afortunados/ que los que todavía viven.”
Caray, que dolor, que desdicha. ¿Qué queda entonces? ¿Resignarnos? ¿Hacer caso omiso y regodearnos en nuestra jodidez, pero decir que estamos contentos y felices? No sé usted lector, pero eso de poner la otra mejilla a mi no se me ha dado. Ahora de viejo menos. Por eso soy escritor. Por eso tengo ideas, pálidas ideas pero pienso que no estoy solo. ¿Dios nos dará la recompensa en la otra vida y castigará a los impíos? Pues como decía mi padre, ¿ya para qué? Mejor aún, le propongo que en la medida de sus posibilidades y su influencia, medite sobre la Biblia, confróntela con la vida cotidiana y tome una decisión al respecto.
Empuje en su entorno un bien común, pero sin caer en la mansedumbre. Combata diario, sin caer en la maldad de la cual habla el salmista. Aventúrese más allá de sus posibilidades y como Ezequiel al recibir el oráculo, la espada afilada de Dios, ármese y a donde se dirija, hiera a derecha e izquierda. Denuncie las tropelías que vea, no se quede callado. Denuncie la corrupción latente de panistas y priistas por igual y crea en que Dios es su aliado. Si usted es de los que van a cantar y bailar a un templo cristiano los domingos, pues lo respeto. Pero eso de nada ayuda en contra de los rateros.
Letras minúsculas
¿Por qué los malos prosperan y los justos sufren? Tengo mi respuesta. Dios no tiene nada qué ver. Es porque usted lo permite señor lector.