Hablemos de Dios 3

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Hablemos de Dios 3

El gran maestro Jesucristo, fue más que un sencillo y simple carpintero. utiliza un lenguaje para niños, para todos, por ello su palabra y simbolismos

Ágrafo. Los más grandes ágrafos de la historia de la humanidad son dos. Sócrates y claro, Jesucristo. Nunca sabremos del por qué de ello. El primero desconfiaba de la palabra escrita y sí creía en la esgrima verbal como fuente de conocimiento y verdad. Parlar, sólo parlar. Discutir hasta el agotamiento. Del segundo no sabemos por qué no dejó de su puño y letra sus enseñanzas, sus parábolas, sus noticias, sus grandes noticias, su Evangelio. Nos hubiese evitado muchas discusiones, tergiversaciones y demás cosas que hoy padecemos, incluyendo desconfianza. Sí, desconfianza hacia él y sus meditaciones y acciones de todo tipo.

El padre Antonio Usabiaga admiraba a un testigo, a un predicador, hombre grande como pocos decía una y otra vez: Pablo, el apóstol. Decía con justa razón, que sin Pablo, la historia del cristianismo sería otra. La iglesia debería llamarse “Paulina”, no cristiana. Esto me lo afirman hombres sabios con los cuales discuto de estas enredadas cosas. Discutimos con fe y pasión, con razón y palabras y lecturas y verbo ardiente. Pero, siempre con respeto del otro. Hay un autor, erudito él, Claude Tresmontat, el cual ha escrito una biografía de San Pablo de proporciones centáureas. Una verdadera aplanadora de pensamiento. Éste afirma sin tapujos: “La existencia de San Pablo es una de las grandes aventuras de la historia. Gracias a su actividad misionera, (Pablo)… de  temperamento apasionado y vibrante, fue el pilar más sólido de la Iglesia cristiana de los primeros años y uno de sus principales portavoces.” Sin duda, le creemos cien por ciento.

¿Quién era Pablo? Pues no era Pablo, sino Saulo (nombre judío), aunque también recibió el nombre romano de Paulus (Hechos 13:9). Fue educado en la fiel y estricta ley y fe judías. Fue discípulo aventajado del rabino Gamaliel y  fue un fariseo ferviente. El tipo era buen lector, buen literato. Se sabía al dedillo las leyes antiguas, la Torah (El Pentateuco). Al buen maestro de Tarso le gustaba la confrontación, el alegato, la esgrima verbal, no pocas veces citaba a puro sabio de ese entonces: Epiménides, Arato, Cleantes, a un poeta al cual he leído, Menandro… en fin, el tipo, el universitario sabía de lo que hablaba, era ciudadano romano para mayores señas. ¿Lo ha notado? Todo lo que hablaba tiene que ver con libros, escritores y con la ciudad: comparaciones con un estadio (Corintios, Timoteo), la vida de un mílite (Corintios, Colosenses, Efesios), los tribunales, el teatro, la literatura (Corintios, Romanos, etcétera). 
 
Esquina-bajan

¿Y el gran maestro Jesucristo, quien fue más que un sencillo y simple carpintero? Éste utiliza un lenguaje para niños, para todos, por ello son su palabra y simbolismo rurales: el sembrador y su semilla, la mar y sus redes para pescar, la higuera y sus hojas que anuncian las estaciones; la vid, el color del cielo, los oficios, la vida del pastor... los contrastes son brutales entre ambos. Y claro, usted lo sabe, Saulo el judío se transformó en Pablo, el creyente en Jesucristo en el camino de Damasco, cuando andaba cazando y persiguiendo cristianos. De hecho, participó en la lapidación de Esteban (Gálatas 1:13. Hechos 26:9-11. Hechos 8:3…).

A lo de Pablo, le dicen “conversión.” Una mutación, una transformación porque Jesucristo le habló: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: yo soy Jesús, a quién tu persigues…” (Hechos 9:1-12). Pero lector, ¿ya vio el otro lado de la moneda el cual es obvio? Para mi amigo, sefardita él, el doctor Dávila Tamez, a eso se le llama una traición. Traicionó su ley, su cultura, sus creencias, su fe. Se traicionó a sí mismo. Es decir, el cristianismo está edificado sobre una traición. Puf. Escribe Claude Tresmontat, “De su formación rabínica, Pablo conservó… una técnica especial en la manera de abordar e interpretar la Escritura… Pablo no hay que olvidarlo, es un rabino converso.”

Caray, situación difícil de entender y de explicar. Los eruditos no se ponen de acuerdo en ello. Como tampoco en aquel padecimiento del cual una y otra vez hace referencia en sus escritos, padecía un “aguijón en la carne.” (2 Co. 12:7). Ya luego y después de su fracaso al predicar en las grandes ciudades (hablaba del “Dios desconocido” en el areópago), el literato y rabino Pablo, se dedica a enseñar a esclavos, obreros, al lumpen de las ciudades y pueblos. Festo le enderezaría un dardo envenenado: “Estás loco Pablo; las muchas letras te vuelven loco…” (Hechos 26:24). El tema es interminable.

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Pues sí, mi amigo el judío Tamez tiene razón: no es conversión, sino traición. Lo respeto.