Hablemos de Dios 35

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Hablemos de Dios 35

Definitivo, hay lectores, amigos que tengo que no, nada más no creen en Dios ni en su corte de santos y santas celestiales. Qué le vamos hacer, ellos así son y al parecer, les va muy bien. Ellos hacen suya aquella memorable frase del cine, la de la cinta “La Mensajera”, la vida de Juana de Arco en versión de Lucc Besson y protagonizada por mi novia, Milla Jovovich. Al apresar a la adolescente Juana de Arco, el Duque de Borgoña socarrón y cínico, le espeta a la doncella antes de ser entregada a los mastines ingleses que al final la hicieron arder viva: “En lo personal, no creo en Dios ni el Diablo, por eso jamás estoy decepcionado”. 

Pues sí, hay muchos amigos que tengo que ni creen en Dios y menos en el Diablo, por ello jamás se han decepcionado de nada. Hace poco me echaron montón de tres en la Ciudad de México, a la cual estoy viajando con cierta frecuencia por motivos de trabajo. Estos tres escritores hermanos de quien esto escribe, me comentaron que me leían con pasión y puntualidad los sábados. Leen esta saga con enfoque literario y cultural, sólo eso. Yo les dije que no quiero convencer a nadie con mis ideas; pero bueno, de allí empezó como siempre, una polémica y tertulia que duró toda una tarde de comida y tragos en la cantina “La Dominica”, enclavada en el Centro Histórico de la Ciudad de México (“Slim Town”, pues). Lo voy a decir en buen castellano: salimos “pedísimos”, “pandos” o “bolos”, como dicen en Chiapas. En traducción al cristiano es “borrachos”, señor lector. Y no, no arreglamos nada al respecto. Ellos, sin Dios; yo, con fe en rastras, pero fe al fin. 

Aquí va parte de la charla como notas rápidas. ¿Ha notado usted que hay libros completos que no tienen a Dios e incluso, hay libros enteros que no tienen ni a Dios ni a la mujer como protagonistas de sus narraciones? Dos volúmenes breves, pero intensos y perturbadores: “El Contrabajo” de Patrick Süskind, 1985; y “Un viejo que Leía Novelas de Amor”, 1989, de Luis Sepúlveda. El primero, escritor alemán; el segundo, chileno. “El Contrabajo”, de 62 páginas. La segunda novela, con 140 páginas. El escritor alemán escribe preñado de una erudición a flor de piel, letrado y frío en la descripción y en la morosidad en la construcción de su personaje, un hombre de 35 años que ejecuta un instrumento musical, el contrabajo. Lo asfixiante de su soledad, el fondo de su vida (anverso y reverso en un microcosmos), la habitación ingrávida en la cual vive o cree vivir… pero aquí, no existe Dios ni las mujeres.

Esquina-bajan

El escritor chileno, latinoamericano al fin, dota a sus personajes de la exuberancia paradisíaca del entorno y la naturaleza: la selva amazónica, sus ritos ocultos y sus leyes propias las cuales los “blancos” han terminado por sepultar en su ignorancia tecnológica. Pero, cosa curiosa descubrimos mientras leemos a uno u otro: no aparece Dios ni ese “invento” occidental del Siglo 15 llamado “Amor” o la mujer como leit motiv o entramado integral en ambos textos. Nada. Ni Dios ni mujeres a la vista. 

Aquí, en estas historias no está Dios y las mujeres apenas son tristes referencias. Uf. El personaje, el ejecutante de “El Contrabajo” de Patrick Suskind, pregunta a su interlocutor ¿ficticio, real?, “… la mujer juega en la música un papel secundario. Me refiero a la creación musical, a la composición. La mujer juega un papel secundario. ¿O conoce usted una compositora de renombre? ¿Una sola? ¿Lo ve?” 

Y sí, apenas aficionado uno a la música —quien puede iluminar mejor esto, es el melómano Alejandro Reyes-Valdés—, vienen a nuestra materia gris los imprescindibles: Amadeus Mozart, Luigi Cherubini, Frank Liszt, Ludwig Van Beethoven, Schubert, Berlioz y claro, mis preferidos, Joseph Hayden y Frederick Chopin. ¿Y una mujer compositora? No está en mi pálido alfabeto, no hay una mujer compositora de renombre señor lector. Las mujeres, sólo adornos en nuestra vida, como en muchas partes de la Biblia, lo hemos documentado. Aunque la idea de Dios tampoco existe en el opúsculo de “El Contrabajo”, este, digamos, símbolo ausente es tal vez lo que más me intrigó en la novela tejida por Sepúlveda en la exuberancia de la selva.

Letras minúsculas

El viejo de la novela es una especie de antihéroe, que jamás pide ni llama a Dios. Y ya rancio, en el invierno de su vida, se entrega a leer con ardor novelas de amor…