Hablemos de Dios 55

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Hablemos de Dios 55

Hay mitos perdurables. Conforme pasa el tiempo no sólo no envejecen sino que adquieren nueva vida y adeptos. Uno de ellos es Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Argentina, 1936-1972). Su figura es un culto al mito, como lo es Sylvia Plath, Carson MCcullers, Virginia Woolf, Emily Dickinson… Pizarnik, como las anteriores escritoras deletreadas, es muy leída e imitada. El año pasado, 2017, se cumplieron 45 años después de su muerte. Se suicidó en Buenos Aires en 1972. Conforme pasa el tiempo y los años, su muerte se agiganta. Se agregan letras al mito y, de lugares apenas imaginados, sirguen nuevas letras de su pluma que abonan imágenes a la leyenda.

De obra más bien parca, a los 36 años dejó la vida sobre la tierra y se unió a la eternidad, hoy se ha publicado un volumen de su correspondencia, el cual se une a la edición de sus diarios (“Diarios”, editorial Lumen. Y “Nueva correspondencia”, Lumen, 2017), dándonos un perfil casi completo de la escritora que, atormentada y siempre en el borde de la locura y la insostenible existencia, decidió mejor y bien morir a seguir en Buenos Aires (se atascó 50 pastillas de un barbitúrico luego de salir de un Hospital psiquiátrico un fin de semana). Vida al límite, su obra poética tiene que ver más con el silencio (lo que no dice) que en lo nombrado, en lo escrito. Dicen sus versos: “Mi infancia sólo comprende/ el viento feroz/ que me aventó al frío”. En su periodo de vida en París (1960 y 1964), cuenta en sus cartas: “He andado publicando algunas cosas en revistas de por aquí…” mientras “trabajo en sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche”.

Caray, qué le vamos hacer, así es la vida de los poetas, de nosotros los escritores, a los cuales se nos asigna un dios o un demonio (es el mismo, vaya) cuando vamos a mojar nuestra pluma en el río tempestuoso de la creación. Y este liminar viene a cuento porque en sus cartas, en su correspondencia, reiteradamente dice de estar leyendo “El Talmud.” A Arnaldo Calveyra le escribe: “¿Qué leíste en estos meses? Yo leí ‘El Talmud’. Es terrible y bellísimo”. Terrible y bellísimo, ¡qué definición! Y es que “El Talmud” carga con estos fardos en sus páginas. Ya en su presentación (sigo la obra de “El Talmud” de Iser Guinzburg, en traducción del idisch de Salomón Resnik, con una introducción de José Mendelson, fechada en Buenos Aires en octubre de 1937 y, usted lo sabe, es de alta prosapia y linaje detallado el devenir de los impresores y editores judíos en Argentina. Hay un libro de genealogía al respecto. ¿Qué edición de “El Talmud” leyó Pizarnik? ¿Es esta misma edición que hoy yo tengo en la mano? 

 

Alejandra Pizarnik describió a ‘El Talmud’ como una obra bella y terrible, perturbadora a la vez. Y es como la Biblia, no un libro sino una colección de libros de rabinos y sabios judíos"

ESQUINA-BAJAN
“No hay que ensalzarlo hasta el exceso como algo enteramente sagrado y sublime, como un dechado de ética y moral, de amor a los hombres y a los pueblos, y tampoco hay que condenarlo como obra demoniaca, como colección perversa y secreta que predica el odio contra los no judíos…”. Sin duda lo que dejó escrito Alejandra Pizarnik: obra bella y terrible, perturbadora a la vez. Pero “El Talmud” es como la Biblia, no un libro sino una colección de libros de rabinos y sabios judíos que es una especia de Ley oral (antes que la escrita que se le dio a Moisés), que abarca todo lo posible en una imbricación entre vida social y religiosa, sin distingo alguno. 

El libro es hermético y poderoso, por eso se le teme no pocas veces. A los hermanos judíos, para usar una expresión del chef Juan Ramón Cárdenas, sí “les gira la piedra”. Cuando hablan los rabinos en sus sabias disquisiciones sobre el cambio o la entrada de un Dios universal, sobre un Dios local y sólo nacional, el Dios del Deuteronomio, apuestan al Dios “único” y también al Dios “incorpóreo, falto de figura”. Por lo cual se visualiza la prohibición de hacer imágenes de Dios, “ni figuras de lo que se encuentra sobre la tierra” (Página 154). Y es este antropomorfismo insostenible, de lo cual se nos acusa a los católicos practicantes, uno de nuestros males más señalados. 

Por su parte, en uno de sus textos y en unos versos, Alejandra Pizarnik invoca y busca a ese Dios, a ese Señor el cual, como a Job, la ha dejado navegando entregada sólo a sus fuerzas y en su barca. En el caso de Pizarnik, no hubo final feliz ni retribución de ganado, pastizales, hijos, marido, amante, parcela, ni al menos sanar su atribulada alma. Leamos a Alejandra, la suicida: “Señor/ la jaula se ha vuelto pájaro/ Y ha devorado mis esperanzas/ Señor/ la jaula se ha vuelto pájaro/ Qué haré con el miedo”. 

Cuando la desesperación araña el corazón y eso llamado alma sólo queda un camino: el suicidio. El morir, por eso el suicidio no es una puerta falsa ni un problema, es una solución. Pocos lo entienden. “El cristianismo quemaba por las ideas libres; el judaísmo castigaba por las malas acciones” (Página 165). 

LETRAS MINÚSCULAS
“Quisiera hablar de la vida/ pues esto es la vida/ este aullido, este clavarse las uñas/ en el pecho…” ¡Puf! Pizarnik “El Talmud.” Mucho por explorar.