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¿Habrá 12 verdades?
Antes había muchos espantos. Así se llamaban en el pasado siglo los fantasmas. Ahora también debe haber -espantos siempre hay-, pero con tanta luz ya no se ven.
De niño yo les tenía mucho miedo a los espantos. En todas partes los veía. Ahora les tengo más porque no los veo en ninguna. Había, sin embargo, un seguro contra espantos, un medio seguro de alejarlos. Ese medio consistía en recitarles Las Doce Verdades del Mundo.
¿Cuáles eran esas doce verdades? Por años y años las busqué, sin fruto. Encontré, sí, una oración para poner en fuga a los espantos, dirigida a Nuestro Padre Jesús: “... En montes, cerros y llanos, / por las llagas de Tus manos / y Tus ojos sacrosantos, / líbrame de los espantos, / de brujas y de hechiceros, / y en los fuertes aguaceros / de rayos y torbellinos; / de robo en camino real, / y de los malos vecinos / que intenten hacerme mal; / y en mi vida temporal / auxíliame de tal suerte / que al fin consiga ir a verte / a la Patria Celestial”.
¿Funcionaría esa oración? Quién sabe. La que estaba garantizada era la otra, la de Las Doce Verdades. Por eso yo la buscaba con ahínco, no fuera que se necesitara. En las iglesias siempre hay alguien que vende estampas y oraciones. Yo le preguntaba con ansiedad por ésa:
-¿Tiene Las Doce Verdades?
-¿Cuáles son ésas?
Nadie me daba razón. Una vez le pregunté a un sacerdote, sabio conocedor de oraciones, letanías y jaculatorias.
-Padre: ¿cuáles son Las Doce Verdades?
Se quedó pensando un poco y empezó a recitar:
-El camino más corto entre dos puntos es la línea recta; El todo es mayor que una de sus partes; Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo...
Esos eran axiomas matemáticos, pero no eran Las Doce Verdades. No es que sean mentira -mis respetos a los axiomas-, pero Las Doce Verdades no eran.
Hace unos días, ¡oh sorpresa!, mi hermana Odila me trajo la oración. La encontró -loado sea el Señor- en San Luis Potosí.
Le preguntó a un anciano, y éste abrió una cajita de cartón cuya tapa sujetaba con una liga roja, de medias de las de antes, y sacó unas hojitas arrugadas. En ellas estaba lo que por tantos años había yo buscado.
“... De Las Doce Verdades del Mundo decid la una. Es la Santa Casa de Jerusalém, donde Jesucristo crucificado vive y reina por siempre jamás, amén. Decid las dos. Son las tablas de Moisés, donde el Señor dejó grabada Su Divina Ley. Decid las tres. Son las Tres Divinas Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo...”.
Y por ahí.