Usted está aquí
Hacia el horizonte electoral
La gente requiere un filtro.
Le urge un semáforo. Un discernimiento que sepa separar grano de paja. Trae en la mano, en su teléfono celular, la corriente torrencial y turbulenta de todas las ocurrencias, tendencias, opiniones y preferencias de los usuarios de red, con todos los matices del tinte político y politiquero.
Como faltan 144 días para las elecciones presidenciales se acentúa, en medios y redes, la estridencia, la adjetivación, las acusaciones del sospechosismo y no dejan de buscarse trapitos que se expongan al sol. Algunos pies, en danza frenética, intentan pisar fuerte, confundiendo a veces en el suelo “mecate con cola”.
Se recorren todos los caminos publicitarios de la persuasión perorada y dramatizada. Con ingenio y creatividad se escogen los recursos mediáticos y de diseño gráfico para presentar con animaciones ingeniosas las razones para abrazar y rechazar.
Los desprestigiados muestreos –con pretensión encuestadora– disparan sus cifras y trazan sus barras comparativas ante la displicencia despectiva de los futuros votantes. Los ángulos de enfoque y los atuendos de los candidatos ofrecen al televidente, al radioescucha y al “lee periódicos” las actitudes y acciones más prometedoras de los pretendientes a recibir mandato.
Los ciudadanos que estrenan su ciudadanía experimentan giro de veleta en la dirección de su ya próximo sufragio. Otros preferirán echar volado porque son los indecisos que nadan ahogándose en la perplejidad. Algunos, configurados, congelados y paralizados tienen ya una decisión habitual insustituible y siempre repetida, como si fuera un hueso de su propio esqueleto.
La persona, el partido, la ideología, la propuesta, la apariencia física, la actitud con la gente son el abanico abierto de información estática y dinámica que pasa por memoria, mente y sentidos abiertos a la difusión, o cerrados –con total indiferencia– de los empadronados.
¿Qué pasará cuando ya transcurran estos más de 140 días que faltan? Cada uno tiene en la casilla y frente a la urna el momento de soledad y privacidad total en que su mano –izquierda o derecha– va a trazar no un ángulo sino un signo de multiplicar que se usa para decir no, pero que ahora significará sí. Unos usarán solo su mano, otros también su memoria, otros más su inteligencia, no pocos su corazón, pero lo más deseable sería que todos usaran su conciencia cívica y moral a la hora de escoger y trazar su tacha aceptadora.
Las instituciones más maduras están intentando, fuera de partidismos, señalar pistas democráticas y proporcionar información objetiva acerca de trayectorias, de hechos, de logros y de riesgos que hay al dar el mandato para bien común ante la problemática nacional. Nadie es mejor para todos. Siempre habrá pros y contras...