Los saltillenses han gustado siempre de las bellas artes: la pintura, en que tuvieron escuela sabia con Rubén Herrera; la música, que gozan con delectación al oír contradanzas de resonancias europeas, varsovianas que en Arteaga se bailan con seriedad litúrgica, y canciones vernáculas como la famosísima que cuenta que en un barrio de Saltillo Rosita Alvirez murió.
También les ha gustado a los saltillenses, claro, y con delirio, el teatro. Construyeron primero el Teatro “Ramos Arizpe”, al promediar el siglo diecinueve. Ahí se presentaron “Las Bellas de Monsieur Bertrand”, féminas de las cuales decía el programa que “cantan y bailan como los propios ángeles”, pero que alguna diferencia con éstos habían de tener, pues el propio programa añadía prometedoramente con letra más pequeña: “Estas hermosas cantatrices acceden desde ahora a recibir el rendido homenaje de los caballeros sus admiradores, que podrán conversar con ellas al término de la función, previa licencia otorgada por el propio monsieur Bertrand”. Nomás faltaba: “Aplican restricciones”.
Se levantó después el Teatro “Zaragoza”, que inauguró el año de 1873 don Victoriano Cepeda, héroe de la Intervención. La noche del estreno subió al palco escénico el potente drama “La Cruz del Acecho”, obra de la fecunda musa del dramaturgo y poeta saltillense don José Juan Segundo Sánchez Navarro.
Apenas dos años después, en 1875, se inauguró el Teatro “Saltillo” con la tragedia “Nobleza de Corazón”, obra de don Esteban L. Portillo, severo historiador que entretenía sus ocios con escarceos teatrales. Luego, en 1886, se terminó de erigir el Teatro “Acuña”, construído todo de madera, incluso el mecanismo de su magnífico reloj. El teatro se abrió con la representación de “El Pasado”, de Acuña.
En 1902 ese teatro ardió con todo y su reloj; y en 1918 finalmente, se incendió también, por razones parecidas, el último teatro que Saltillo tuvo antes del actual: el García Carrillo.
Lo que me llama la atención es que en aquellos entonces nuestra ciudad tenía teatros, y tenía también dramaturgos. Otros teatros se han construido, pero al parecer los dramaturgos se acabaron. Tenemos poetas –y muy buenos-, ensayistas –buenos también-, y autores de cuentos y novelas de mucho mérito, pero escasean los escritores que escriben para el teatro, o su obra no es cabalmente conocida. Al vigoroso movimiento teatral que alienta en Saltillo, donde hay numerosos grupos y actores y actrices excelentes, no corresponde una dramaturgia igualmente vigorosa. Voy a otros estados y conozco autores teatrales que me preguntan por los dramaturgos de Coahuila, y especialmente saltillenses. Yo me hago loco –eso lo sé hacer muy bien- y les contesto con vagas vaguedades. Es decir haciendo teatro.