ESTIMADA ANA:
Es gracioso observar a la gente… gracioso, irónico y confuso. No intento hacer con esto una crítica si no en el mejor de los casos… una reflexión.
Hace algunos días llegamos a nuestra casa mi marido, mis hijos y yo. Tenemos vecinos como todo el mundo, o la mayoría. Mientras bajaba algunas cosas de la cajuela del carro, escuché unas vocecitas que estaban justo frente a mí, era nuestro vecino con su par de hijitos.
Algo le decía, no pude escuchar claramente, pero sí escuché a su papá decir “no tenemos que comer”, en ese momento intenté afinar el volumen de mis oídos pero otra vez no pude percibir las vocecitas de los niños, sólo al vecino insistir “no, no tenemos que comer”.
Entré a mi casa un poco reflexiva, preguntándome a mí misma lo que debía hacer.
En cuanto dejo las cosas dentro de la casa, le platico a mi esposo y claro, él pone la misma cara que yo “¿y qué hacemos?’’.
Cabe mencionar que nuestro ya mencionado vecinito había tenido un mal detalle con nosotros… dejó el escombro de su construcción en nuestra propiedad y sin ninguna disculpa sólo comentó alguna vez “luego me dicen cuánto es”, ya que tuvimos que pagar para retirarlo.
En fin, volviendo a la situación principal decidimos ayudarlos, imaginamos estar en ese escenario: sin comida en casa, hijos en casa y sin dinero en el bolsillo. Quizá fuimos impulsivos o demasiado dramáticos pero en cuanto miré a la cocina mi esposo ya había sacado algunas cosas del refrigerador, entonces me acerqué para complementarlo.
Mi esposo me dijo: “yo no sé qué decir, ve tu”. ¿Y saben qué? Yo tampoco sabía que decir. Era una situación bastante incómoda y obviamente a nadie le gusta aceptar que carece de algo.
Me armé de valor, tomé la bolsita de plástico que envolvía algunos huevos, frijoles, yogurt y tortillas. Respiré y le hablé a mi conciencia: “Bueno, ésta también será mi forma de perdonar aquella ocasión”, el escombro.
Caminé un poco tímida pero decidida… Oh sorpresa, su esposa estaba en el marco de la puerta, frunciendo el ceño me pregunta que qué se me ofrece. Y yo, claro… sin saber por dónde empezar, comencé mi pequeño e improvisado discurso… “Este… bueno…. em… me pareció escuchar a su esposo decir que no tenían qué comer – ¿acaso debí decirlo así tan simple y de golpe? - Y bueno… les traje un poco de ayuda, quizá escuché mal, no lo sé… quizá así fue, ¿verdad? Gracias a Dios que es así, gracias, ¡hasta luego!
Mi vecina sólo me veía tan extrañada pero a la vez con sus movimientos me expresaba algo así como: “¿No tenemos que comer? ¿NOSOTROS? CLARO QUE NO, NOSOTROS TENEMOS”.
Me despedí nerviosa y desencajada, mi esposo me esperaba preguntando ansioso “¿qué pasó?”.
Y en realidad no sé lo que pasó. Actué con el corazón, quizá fui muy impulsiva… sin embargo pensé en esos niños que podrían ser mis hijos, pienso que a cualquiera nos puede pasar no tener qué comer, por una mala administración o simplemente por un mal sueldo.
En mi cabeza giraron tantas veces éstas preguntas: “¿Y si de verdad no tenían que comer?” ¿Y si no aceptaron la ayuda sólo por orgullo?” ¿Y si sus hijos no cenaron esa noche?”
¿De verdad estamos tan mal como para no aceptar ayuda? ¿Habrá sido desconfianza? ¿Orgullo? ¿Soberbia? No lo sé… no tengo vergüenza por lo que hice, sino una cierta curiosidad por saber lo que realmente pasó. No tengo mucho, pero lo que pueda compartir lo haré con gusto.
Quizá si todos dejáramos esos sentimientos tan mundanos que nos estorban para evolucionar éste sería un mejor lugar.
Laura
ESTIMADA LAURA:
Primero que nada, mil gracias por tu carta, me encantó la reflexión que hiciste y estoy de acuerdo con a la conclusión a la que llegaste. Es momento de actuar en bien de los demás, dejar a un lado la soberbia, el orgullo y la vanidad para dar paso a la empatía, a la solidaridad, al respeto… a la unión.
Es imposible pensar que como ciudadanos, como mexicanos (que precisamente se nos reconoce por ser empáticos y solidarios) de pronto se nos califique de soberbios, que juzgamos y criticamos a nuestros vecinos, amigos, compatriotas. Saco a relucir específicamente esto porque lo relacioné con el tema de la semana en las Olimpiadas, en las que fuimos demasiado severos con nuestros representantes y los juzgamos por su peso, su color de piel, su capacidad para competir… es grave realmente que lo estemos haciendo, pero si comenzamos poco a poco a cambiar ese chip, ten por seguro que pronto evolucionaremos a un mejor lugar, como bien lo dices. Gracias de nuevo. Un abrazo.
ANA